En el CEIP Cas Serres lo tenían calculado al milímetro: a las diez y media de la mañana la sombra abarcaría el suficiente espacio como para cubrir a los 180 niños y a sus familias el tiempo que durara la fiesta de fin de curso. En ese rato debían salir las clases al centro del patio, bailar cada una de ellas el número que tenía preparado y hacer entrega los diplomas a los alumnos de quinto de Infantil que el año próximo pasan a Primaria, y a los de sexto, que dan el salto al instituto. Todo ello en un tiempo récord, el suficiente para no torrarse con el sol abrasador que a esa hora ya castigaba el patio y para que no se desvaneciera nadie por un golpe de calor.

Como en Cas Serres, la escena se repitió en casi todos los centros pitiusos ayer por la mañana: sol, música, baile y, solo para algunos afortunados, fiesta del agua.

Sonia Fuster, una de las profesoras del CEIP Cas Serres, se afanaba a primera hora de la mañana en colocar a cada clase en su sitio y a los alumnos en orden para que salieran a ejecutar su actuación o recoger sus diplomas. Sin dormirse, que el sol aprieta. Mientras, en una mesa en el porche del colegio las madres de la Amipa, entre las que se encontraban Tamara, Vanessa y Violeta, preparaban los vasos de zumo de naranja que, a 50 céntimos, seguro que se los quitaban de las manos. La recaudación irá destinada a la compra de un proyector para un aula nueva que se va a habilitar, que no cuenta con la infraestructura necesaria. «Será la manera más rápida de conseguir el proyector», asegura la directora del centro Mónica Salom, que en un día como el de ayer ejerce también de maestra de ceremonias (con problemas de micrófono incluidos, algo inherente, por otra parte, en toda a celebración colegial). La directora cuenta que en Cas Serres son 180 alumnos y que «hace tiempo» que llevan reclamando más material para las aulas de ordenadores. Así que como el material tarda en llegar, el zumo y la rifa que han organizado los profesores sirve para acelerar el objetivo.

El otro colegio del barrio, el CEIP Poeta Villangómez, fue aún más madrugador y una hora antes ya estaban niños, maestros y familiares bailando al son de las canciones de moda. Y como en todos los demás centros, con otro denominador común: los padres móvil en mano grabando la escena. Y en esto no falla nadie, da igual el color, la religión o la condición, que el smartphone es el protagonista.

Hora de mojarse

Hora de mojarse

A las 11.30, cuando el calor ya era insoportable, los alumnos se retiraban clase y los profesores se repartían por todo el patio para preparar la fiesta privada, solo para alumnos, con el agua como protagonista. Paz, la profesora de educación física, era la encargada de dirigir el festival. Porque la jarana no consistía solo en mojarse y echar unas risas, sino también en concursar. Los profesores habían distribuido por todo el patio distintos juegos con agua, según las edades, y los niños corrían de un lado para otro, empapados y divirtiéndose como toca en un día tan especial como el de ayer. Juegos como el Esponjito o el Cap Remullat hicieron que los pequeños mostraran sus habilidades corriendo con un vaso de agua en la cabeza o con un globo lleno de agua llevado entre las barbillas de dos compañeros. Paz, megáfono en mano, controlaba todo lo que se podía controlar en una fiesta de ese tipo, mientras que el resto de profesores participaba, alguno con pistola de agua en mano, y se lo pasaba igual de bien que los chavales.

El agua también fue protagonista en otros centros e incluso, alguno, como el colegio de Jesús, trasladaba el jolgorio de ayer por la tarde a la plaza del pueblo con lo que el radio de acción de los globos y las mangueras era mayor y más divertido.

Pero no solo de música y baile se alimentan las fiestas de fin de curso. En algunos centros, como el CEIP Sa Bodega, se alternaban los espectáculos musicales con las mini representaciones teatrales. Allí, en el patio de Sa Bodega, rodeados de padres protegidos por toldos, varios grupos de niños ataviados con trajes de confección casera mostraban sus habilidades teatrales. Algunos, micrófono en mano, declamaban muy bien, como si estuvieran en el teatro romano de Mérida, y eso a pesar de las dificultades técnicas que siempre presenta el dichoso aparato. La intención fue muy buena y la puesta en escena también, pero resulta muy complicado mantener en silencio a un auditorio repleto de decenas de niños de entre 3 y 12 años con ganas de fiesta y de algún padre irrespetuoso, que siempre los hay. El espectáculo resultaba muy colorido y también contaba con un tentempié preparado por los padres de los alumnos de quinto, que el curso próximo se irán de viaje de estudios.

Para evitar el calor y el castigo del sol, algunos colegios celebran sus fiestas al caer la tarde, como ayer el CEIP S'Olivera o anteayer el de Sa Real. Resultan menos calurosas, pero también se alargan hasta la medianoche en algunos casos, porque en S'Olivera la Amipa aprovecha para organizar una cena, que en ocasiones ha tenido hasta karaoke.

En cambio, otros centros ya han adoptado la fórmula de celebración indoor, como el CEIP Sa Blanca Dona, que en los últimos años se ha adueñado del pabellón que tiene justo en frente del colegio para celebrar allí sus bailes, entrega de diplomas, etc. Los niños, abajo en la pista y los padres, arriba en la grada. Sin agobios ni aglomeraciones.

Ayer, cuando el pabellón se vaciaba, al rato llegaban los estudiantes del instituto de Blanca Dona. Su fiesta de fin de curso había consistido en una excursión en catamarán por los illots de Ponent, con baño incluido en ses Margalides y en Cala Bassa. Y sin padres. Todo un lujo que pronto alcanzarán los niños de Infantil y Primaria.