­Una pareja juzgada por entregar supuestamente a un hombre un coche con dos kilos de heroína escondidos negó ayer cualquier relación con la droga y con el tráfico de estupefacientes. Ambos aseguraron que no se explican cómo llegaron los paquetes a su coche. La fiscal no creyó sus explicaciones ni las de su supuesto cómplice, ya condenado y encarcelado, y mantuvo la petición de condena: cinco años de prisión y el pago de una multa de casi 240.000 euros para cada uno. El tribunal de la Sección Primera de la Audiencia Provincial de Balears dejó la causa vista para sentencia.

Según la acusación pública, E. G. B. y A. G. M., ambos españoles, actuaron de común acuerdo con el otro hombre, que ayer declaró por videoconferencia desde un centro penitenciario de Castellón. La Fiscalía considera que en marzo de 2014 encargaron a este individuo el transporte de 1.992 gramos de cocaína, que tenían una pureza de solo el 15 por ciento y que estaban distribuidos en tres paquetes.

Intercambio en ses Figueretes

Según se dijo en la vista oral, el ya condenado intercambió presumiblemente el coche con los dos acusados en un aparcamiento de un supermercado de ses Figueretes. El 17 de marzo del año pasado a las 10.30 horas la Guardia Civil le dio el alto en el puerto de Vila, cuando iba a embarcar en un ferry rumbo a Denia. La droga estaba oculta en una silla de bebé. «Los acusados pretendían el transporte de las sustancias para su posterior venta a terceras personas con el ánimo de obtener un beneficio económico», explicaba la representante de la Fiscalía en el escrito de acusación.

En el juicio, E. G. B. y A. G. M. aseguraron que vinieron a la isla para celebrar su aniversario y que conocieron al otro hombre en el barco, que «les cayó bien» y que por eso quedaron para salir un día de fiesta. E. G. B., condenado en 2011 en Valencia a tres años de prisión por tráfico de drogas, dijo, entre sollozos, que son inocentes, que casi no tienen para comer, que sus hijos usan libros usados, que están a punto de desahuciarles y que sobreviven gracias a una costumbre de su etnia, según la cual otros gitanos ayudan a los que tienen menos recursos.

El otro implicado entró en numerosas contradicciones. Dijo que los dos kilos de heroína eran para consumo propio, repitió más de diez veces que no sabía lo que declaró porque tenía el síndrome de abstinencia y que se inventó una deuda de 16.000 euros con la pareja. Cuando le preguntaron por qué zona salió de fiesta en Ibiza, respondió que por un sitio llamado Magaluf. «No sé ni lo que dije», reconoció.

Los guardias civiles respondieron que «no tenía el mono» cuando le arrestaron, que estaba muy nervioso, que se puso a llorar y que afirmó que le habían obligado a transportar la droga. Uno de los dos agentes definió al condenado como «un pobre hombre».