La ilusión de Antonia Sánchez Moscoso sería que los miércoles por la tarde la sede de la Asociación de Defensa de la Salud Mental (Deforsam) estuviera llena de mujeres con alguna enfermedad mental acompañadas de sus parejas y sus familias. El taller que imparte, ´Mujeres con enfermedad mental: doble discriminación´, pretende que las afectadas conozcan la realidad a la que se enfrentan, aprendan a detectar las situaciones discriminatorias y tengan herramientas para poder resolverlas.

—El taller se llama ´Mujeres con enfermedad mental: doble discriminación´. ¿Existe esa doble discriminación?

—La mujer hoy en día sufre una discriminación a la hora de tener un contrato laboral en la vida normal de cualquiera de nosotras. Pero si además tienes una enfermedad mental sufres una doble discriminación porque cuando vas a pedir una reinserción laboral todo se complica mucho más. De normal, si estás soltera no hay problemas, pero si tienes una familia a tu cargo te ponen inconvenientes por la conciliación laboral, los empresarios se lo piensan dos veces y, si encima tienes un problema de salud mental, se lo piensan tres veces porque creen que esa mujer va a presentar muchas más bajas laborales. Ahora, con la crisis y el paro que hay, aún es más complicado.

—¿Qué intenta explicar en el taller?

—Queremos concienciar de lo que es tener un problema de salud mental y la discriminación que sufren los enfermos. También les explicamos que esta discriminación no solo se da en las mujeres, sino que los hombres con enfermedad mental también la sufren y les damos herramientas para que la sepan detectar. Queremos que cuando se les presente la ocasión sepan cómo pueden enfrentarse a ello.

—Por lo que cuenta, más que las mujeres o las personas con enfermedad mental deberían venir al taller los empresarios.

—¡Y no solo los empresarios! Sí es cierto que son ellos los que deben estar concienciados, saber lo que pasa y contratar a estas personas. Deberían ser conscientes de que una persona con un problema de salud mental es como cualquier otra que tiene una discapacidad y tiene acceso a un empleo. No deberían tener miedo a las enfermedades mentales.

—¿Cómo se puede vencer ese miedo?

—Pues contratándolos y aceptándolos. Es la única manera de ver que eso no es verdad, que no todos los casos son como los que se ven en las películas y los medios de comunicación. Si no se les da una oportunidad nunca se podrá saber qué es lo que va a pasar. Lo primero que hay que darles es la oportunidad de poder desarrollar un trabajo.

—¿Las personas con enfermedad mental les cuentan que les cuesta mucho?

—Nos cuentan que tienen muchísimos problemas de aceptación. Lo que estoy viendo en los talleres es que los afectados están muy concienciados. Ven que es un obstáculo que está ahí y quieren superarlo ellos mismos. Los que vienen al taller se dan cuenta de que ellos son los primeros que deben dar el paso para su aceptación.

—¿Cambia el comportamiento de la gente cuando alguien confiesa que sufre una enfermedad mental?

—Por lo que me cuentan, sí pasa. Gente que se comporta normal con ellos y que, cuando les dicen qué les pasa, cambian por completo.

—En el taller se habla de medidas preventivas. ¿Cuáles?

—Las medidas preventivas están pensadas para las personas con problemas. La primera medida es tomarse la medicación. Es esencial. Después deben aceptar su problema, saber vivir con él, pero lo más importante es la medicación.

—¿En qué se nota que las mujeres con enfermedad mental sufren una doble discriminación?

—Pues en que si se hace una estadística, la mayoría de ellas están en paro. Solo con eso ya se ve que la sufren.

—¿Estar sin empleo agrava su situación?

—Sí, mucho, les genera más problemas. Cualquier persona que está sin trabajo hoy en día ya sufre una disminución de la calidad de vida y un día a día en el que se tienen que privar de muchas cosas y pasan mucho tiempo dando vueltas a su situación. Cuando esa persona sin empleo sufre enfermedad mental, todo eso se agrava.

—Piden a las parejas y las familias que acudan al taller. ¿Entienden a sus enfermos?

—Hay veces en que la primera discriminación está en el entorno familiar. Nadie quiere asimilar que su hijo o su hija tiene un problema de salud mental. Es muy difícil llegar a ser conscientes de esa situación. Algunos nacen con él, pero otros no y es complicado darse cuenta, con el día a día de que algo no está bien. Cualquier otra discapacidad es visible. Una discapacidad física se nota, pero una psíquica no. Las familias sufren muchísimo porque a veces puedes hacer que vayan al médico, pero otras no. No hay manera y no tienen cómo obligarlos a no ser que se trate de un caso extremo. Mucha gente sufre en silencio las primeras etapas de su enfermedad porque no se atreven a contar qué les pasa por la mente. Les da miedo.

—¿Cuando es la mujer la que sufre una enfermedad mental afecta más a la familia que cuando es un hombre?

—Sí, muchísimo más. Digan lo que digan, en la sociedad actual las mujeres estamos haciendo de todo. Trabajamos en casa y fuera de casa. Lo abarcamos todo. Cuando la madre es la que cae enferma la desestructuración familiar se nota mucho más porque los hijos y el marido no tienen ningún otro apoyo. El hombre lo lleva de otra forma.

—¿Se puede cambiar esa discriminación?

—En el taller damos una visión real de aquello a lo que nos enfrentamos. No puedes darles esperanzas de futuro cuando no está en tus manos ni en las de ningún monitor cambiar la situación.

—¿Y usted tiene esperanza?

—Claro que tengo esperanza de que cambie poco a poco. Tengo esperanza en que la mujer, especialmente si tiene algún problema, sea aceptada en todos los ámbitos.