Este joven ibicenco ha aprendido la profesión solo. Trabajó para el actual presidente de la delegación del Colegio de Arquitectos, Víctor Beltrán, y como ayudante de la jefa de obras en la rehabilitación de Can Botino. Tenía mucho trabajo cuando decidió marcharse a Barcelona a probar suerte. Descubrió que es una ciudad muy competitiva y que las oportunidades eran limitadas. «Había un montón de becarios de arquitectura que estudiaban y trabajaban al mismo tiempo cobrando dos duros. Así que acabé trabajando en PC City, una cadena de informática», explica. Precisamente la informática fue su vocación inicial, pero la vida le había llevado a aprender a delinear planos en lugar de a arreglar ordenadores y su primera pasión había acabado transformándose en afición para dejar paso a la arquitectura.

Dos años después de haberse mudado a la Ciudad Condal consideró que se estaba quedando «encallado», descubrió que echaba de menos la arquitectura y decidió regresar a su isla. «La informática es muy fácil en el nivel práctico, pero es muy limitada. Te dedicas a instalar impresoras, ordenadores, discos duros… y de ahí no pasas.

Después está la vertiente de programación, que es demasiado compleja. No hay nada intermedio. En cambio en arquitectura puedes trabajar siendo el chico que hace las fotocopias y dobla los planos en un despacho y acabar convertido en delineante y la progresión es continua. Mientras fotocopias planos aprendes a utilizar el Autocad, a visualizar diseños, entiendes cómo se construye un edificio… Hay una evolución natural y es más fácil crecer», señala.

Sin trabajo fijo

En marzo de 2009, ya de vuelta en Ibiza, se encuentra con las consecuencias de la crisis económica que había incidido especialmente sobre el sector de la construcción. «Yo aquí tenía muchos contactos, conocía a mucha gente y aun así fui incapaz de encontrar trabajo porque el sector estaba totalmente parado. Los despachos habían reducido el personal fijo y tenían como mucho un delineante tres días por semana», relata. Jorge comenzó una ruta de visitas a arquitectos, ingenieros, constructoras, inmobiliarias… pero todos le decían lo mismo «No te puedo dar un trabajo fijo, cinco días a la semana, ni siquiera hacerte un contrato de 20 horas, pero tengo alguna cosa suelta y ya te llamaré», le decían. La primera vez que escuchó aquel discurso salió a buscar otro empleo, pero cuando le repitieron la misma cantinela por quinta vez se planteó un cambio. «Vi que la gente tenía picos de trabajo. De repente les entra un proyecto grande y necesitan ayuda. Pensé que la mejor manera de aprovechar el parón era convertirme en el ayudante que necesitaban de forma puntual. El chico para todo externalizado», se define a sí mismo.

El salto para hacerse autónomo y empezar a facturar por su cuenta lo dio gracias a Imvisa, la empresa municipal del Ayuntamiento de Ibiza, que le contrató para realizar las recreaciones en tres dimensiones de los edificios de VPO de Platja d´en Bossa y Can Cantó. Después Beltrán empezó a llamarle con más frecuencia y en agosto solicitaron sus servicios en GPO Ingeniería, la empresa responsable de la construcción del edificio Life Marina, que proyecta Jean Nouvel en el paseo Juan Carlos I de Vila.

«Necesitaban a alguien que les echara una mano por las mañanas co con planos, fotocopias, actas de reuniones… Desde entonces mi volumen de trabajo ha ido en aumento. Imvisa me ha vuelto a llamar para hacer algún plano, he trabajado de nuevo con Víctor Beltrán, con alguna inmobiliaria…», resume.

El epígrafe que define sus funciones es Tratamiento de datos electrónicos. «Era lo más relacionado con pasar cosas de papel al ordenador, que es lo que yo hago. No existía el de ´chico para todo´», bromea.

La crisis que podía haber sido un duro revés en su trayectoria profesional se ha acabado convirtiendo en un acicate. «Trabajo tengo siempre y en ingresos estoy por encima de lo que ganaba siendo empleado de un único sitio. Por las mañanas colaboro en Life Marina y por las tardes hago proyectos pequeños para solucionar los picos de trabajo que tienen otros empresarios. Ahora me pongo mis propios horarios, mis jefes han pasado a ser mis clientes y pacto los precios con ellos. Me encuentro más cómodo como autónomo que como empleado, aunque el trabajo que desarrolle acabe siendo el mismo», resume orgulloso.

Antes de marcharse a Barcelona cobraba 550 euros al mes. Allí, como informático, nunca cobró más de 660 y ahora cobra 1.800 euros mensuales. «Me he dado cuenta de que si puedes facturar es mucho más fácil encontrar clientes que si trabajas en negro», confiesa. Ahora se esfuerza para poner en marcha un nuevo proyecto de empresa.