Uno de los primeros recuerdos que tengo de Ibiza es una enorme tela colgando del tramo medieval de muralla de Dalt Vila con la leyenda ´Salvem ses Salines´. Al día siguiente fui a conocer esa zona y me pareció sorprendente que toda esa belleza se hubiera librado de la maquinaria turística, que aún devoraba la cercana Platja d´en Bossa. En mis primeros veranos en la isla ses Salines y Cala Bassa se convirtieron en mis playas de referencia, dos de esas que ya pocos ibicencos -e incluso mursianus de pro como yo- se atreven a pisar durante la temporada. El fin de semana pasado estaba paseando por Port des Torrent, algo que hago habitualmente, y me detuve ante la gran cicatriz abierta por la de momento suspendida urbanización de Punta Pedrera, en ese tramo de costa escarpada esculpido por siglos de oleaje. Pensé lo mismo que ya había pensado casi 30 años antes sobre la arena de ses Salines: si esta isla tiene futuro, seguro que pasa por conservar como un tesoro todos esos espacios que han llegado vírgenes -o casi- hasta el mundo turístico. Seré radical, pero si por mí fuera no permitiría colocar ni un ladrillo más en el litoral. Ni uno.