Una oceanógrafa me contaba un día que, practicando una necropsia a una tortuga marina, había encontrado en su estómago un tapón de plástico de uno de esos zumos de productos 'bio', muy naturales y muy responsables con el medio ambiente, incluso con el comercio justo y con todas esas cosas que suenan tan bien y hacen sentir a algunos el colmo de la conciencia social. Y ese simple tapón entre todo el plástico que la desgraciada tortuga tenía en su interior es toda una metáfora de este mundo hipócrita, porque quien se lo bebió debe ser muy natural, muy ecologista, muy sano y muy de todo pero su tapón, a la hora de la verdad y fuera como fuese, acabó en el mar y en el estómago del pobre animal.

Para muchos, el tope de su conciencia ecologista es enlazar en las redes sociales todas las noticias que aparezcan en los medios sobre los efectos de la contaminación, de forma que si tuviéramos que juzgar el nivel de implicación de la ciudadanía por el éxito de las informaciones de carácter ecologista en facebook y twitter deberíamos inferir que tenemos las islas más sostenibles, limpias y concienciadas del planeta. Y es evidente que nada más lejos de la realidad. Para algunos, el ecologismo es abrazar un puñetero árbol para sentir su energía mientras las hormigas se te meten por las orejas, para otros es tener el facebook lleno de tortugas muertas y hay quienes aún consideran el activismo ecologista como 'esos que van contra el progreso'. Pero, en realidad, como un buen día y muy acertadamente razonaba mi fotógrafo, el ecologismo es una virtud, como ser bondadoso, ser paciente, generoso o tener empatía. No es como ser de un equipo de fútbol, sino que es una forma de ser. Es decir, más allá de los grupos ecologistas que luchan, casi a contracorriente, para que este mundo de hipócritas -y estas islas degradadas en concreto- no se vaya al garete antes de lo previsto, el ecologismo es una capacidad en la que se puede perseverar, que se puede transmitir y que se puede enseñar.

Y, como toda virtud, hay quien se arroga su tenencia porque queda muy cool en el mundo en el que se mueve, aunque aún no se haya dado cuenta de que para perseverar en las cualidades también hay que saber usarlas, que el ecologismo no es hacer yoga con el culo aposentado en unas ortigas ni que te desangren los mosquitos por dormir en el bosque en contacto con la madre Tierra. Y que incluso es posible que lo que entiendas por ecologismo y respeto a la naturaleza sea todo lo contrario; es, por ejemplo, lo que deberían aprender los iluminados que se dedican a amontonar cantos rodados en cuanto se encuentran con alguno y quieren contactar con la supuesta magia de algún enclave que a duras penas ya nos cuesta defender de los especuladores para encima tener que hacerlo de ecologistas de cartón piedra. De cartón piedra o de la misma fibra que el amago de podenco a 10.000 euros que el Consell ha puesto en su entrada como metáfora de esta isla frívola y farsante.

Un buen día extraen un tapón de un zumo 'bio' del estómago de una pobre tortuga marina y al día siguiente aparece un cachalote muerto en Porroig y contemplo, apabullada, que Eivissa entera quiere saber por qué el mar nos arroja el cuerpo de tan fascinante animal a nuestras costas y se suceden las críticas de quienes creen que es un síntoma del perjuicio que estamos ocasionando al medio marino (aunque habría que recordar que los animales también mueren por causas ajenas a la presión humana). Pero muchos de esos ciudadanos que, ante un odontoceto muerto, critican el daño que estamos infligiendo al Mediterráneo son los mismos que abogan por seguir saturando las islas y apuestan por el crecimiento del sector náutico, los party boats y todo lo que haga falta para seguir desangrando las islas. Es como irse a la ITB Berlín o a Fitur con idílicas fotos de los pobres flamencos de un parque natural al que dejamos entrar miles de coches cada día de verano. Vendemos podencos de cartón piedra.

Frente al cachalote muerto y después de que la oceanógrafa lo haya observado y medido, porque poco más puede hacer, un supuesto hippy al que no conocemos de nada nos pregunta qué le ha pasado y nos asegura, con su sabiduría de oráculo de Gaya, que la muerte del bicho «es, en cualquier caso, culpa de lo que le estamos haciendo al mar». Yo, por mi parte, me pregunto a qué debe dedicarse, si amontonará piedras frente a es Vedrà y dónde irán a parar los tapones de sus zumos 'bio'. Y cuando nos alejamos con los datos de otro animal muerto que el mar nos ha entregado, una familia se está haciendo un selfie con la desgraciada bestia de las profundidades. Quizás la hayáis visto en facebook. Metáforas de este mundo.

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