El Ayuntamiento de Sant Antoni ha encargado un estudio a una consultora del exalcalde socialista de Barcelona Jordi Hereu para saber cómo arreglar el pueblo y que deje de ser un manicomio al aire libre cada verano. Si el equipo de gobierno tuviera las ideas claras, no haría falta encargar ningún plan. Sant Antoni no es Manhattan, sino un pueblo bastante pequeño cuyos problemas, necesidades, retos y posibles soluciones debería conocer al dedillo cualquier persona que se presenta a unas elecciones. Si para solventar los problemas de un municipio se ha de contratar a una empresa privada ¿qué pintan entonces los políticos? ¡Más valdría votar a una agencia consultora!

Otro ejemplo de la errática actuación que, pese a todo, continúa caracterizando la política de Sant Antoni es la decisión de prohibir las terrazas en horario nocturno en el West End. La medida es acertada, evidentemente, pero resulta a todas luces insuficiente y no viene acompañada de otras decisiones para darle una eficacia real.

Sin ir más lejos: ¿Cómo es posible que en un pueblo minúsculo, saturado de bares, pubs, bodegas y otros locales de alcohol, con un turismo que fundamentalmente es de borrachera y una proliferación cada vez mayor de botellón entre su juventud no se haya aprobado aún la prohibición de abrir nuevos locales de este tipo en el futuro?

La mayor parte de los problemas que arrastra Sant Antoni, al menos desde el punto de vista turístico y, en gran parte, social, es el exceso de bares y otros surtidores de alcohol. Puesto que los años y las décadas pasan y los empresarios de Sant Antoni parecen ser (en su mayoría) los únicos de Ibiza que persisten en un tipo de turismo desfasado e indeseable, es obvio que debe ser el Ayuntamiento el que tome medidas al respecto. Nada más fácil que adaptar su actual normativa urbanística para prohibir la apertura de nuevos bares, pubs, cafés-concierto, bodegas y cualquier cosa que se le parezca. ¿Acaso no hay ya suficientes?

El Ayuntamiento de Barcelona, por ejemplo, ha aprobado una moratoria de apertura de este tipo de establecimientos en los barrios de Ciutat Vella, que desde hace un tiempo se están convirtiendo en una especie de West End. Con esa moratoria, podrán abrirse zapaterías, colmados, carnicerías, librerías o tiendas de ropa, pero no cualquier cosa que huela a turismo, incluyendo souvenirs. No hace falta llegar a ese extremo, pero si se quiere parar la espiral de degeneración que sigue caracterizando a Sant Antoni, lo mínimo es cortar el grifo del alcohol, aunque al día siguiente salgan en manifestación todos los empresarios de la borrachera.

Incluso Vila tiene prohibido, desde ya hace algunos años, la apertura de nuevos establecimientos concretos: discotecas y salas de fiesta. Por tanto, ya hay un precedente en la isla, por si los de fuera no sirven.

En Ibiza, siempre que se reforma un plan urbanístico es para abrir más la mano, poder edificar más o favorecer más el desmadre. Sería hora de que se modificara alguno para introducir un poco de sensatez y proteger al ciudadano.

Y, para ello, no hace falta encargar ningún plan estratégico ni gastos banales parecidos. Basta con ver lo que se tiene delante y usar el poder político de que se dispone.