Los manipulados siempre son los demás, en la ampliación de la célebre máxima «a mí no me influye la publicidad». Por ceñirse al conflicto educativo del que les habrá llegado algún comentario, los afinados detectores de adulteraciones concluyen que los profesores han sucumbido a una manipulación. Nos hallaríamos ante el envenenamiento masivo de miles de veteranos titulados universitarios con un misterioso agente tóxico, tal vez polonio. Una vez destapado el masivo lavado de cerebro, los olfateadores de la sinceridad manipulada señalan a la comunidad educativa cuáles son las causas que merecen una movilización. Es decir, pretenden manipularla.

La teoría de la manipulación universal de los otros, porque nosotros somos purísimos, presenta agujeros lógicos de cierta entidad. En primer lugar, se niega a los demás el derecho a una opinión propia, siempre actúan por gregarismo. Además, los escrutadores de manipulaciones nunca explican cómo funciona este mecanismo corruptor. Si la mágica receta cayera en manos de cualquier firma comercial, sus productos serían vendidos en cifras millonarias de aquí a la eternidad. No ocurre así. Sin ánimo de desilusionar ni desacreditar a los infalibles cazamanipulaciones, tal vez ganarse el respaldo de un colectivo no es tan sencillo como pretenden.

Si haces lo que yo digo, aciertas. Si haces lo contrario, estás manipulado. Por supuesto, la opción conspiradora ahorra preguntas engorrosas sobre la suspensión de una ley a cargo de jueces acreditados. Tampoco aclara por qué un profesorado que podría haber empezado confortablemente el curso se viste de verde, un color tan desagradable. Aparte de que si un maestro pensara lo mismo que Bauzá, los padres de sus alumnos tendrían motivos para inquietarse. En fin, quienes votamos al partido del presidente sabemos que votarle en contra tampoco es una heroicidad. En ambos casos predomina la rutina, y las hipótesis manipulativas conceden a esta alineación un exceso de importancia.