Cada día es noticia la disputa por mil cosas entre Consell de Ibiza y Govern de Baleares. Nuestros gobernantes se enzarzan por un trozo del pastel que teórica, legal y democráticamente pertenece en su totalidad al contribuyente que lo costea y sale perjudicado del perenne conflicto de instituciones y cargos cuya sola justificación es ayudarnos. La competencia entre empresas de servicios privados donde el ciudadano puede elegir lo traducen estos políticos en entusiasmo por controlar el presupuesto como quien posee una finca y no piensa soltarla. Eso solo se explica si el objetivo del cargo de la Administración es agenciarse un botín, programa que entre Cardonas, Matas y Munares tiene bochornosos ejemplos en el juzgado.

Hace días acabó el plazo para pedir ayudas al Consell de Ibiza por desplazamiento para los universitarios ibicencos. El ingenuo articulista las quiso solicitar para dos de sus hijos. Eran las dos de la tarde. No tuvieron piedad: con miradas de inteligencia entre tres funcionarias presentes que no atendían a nadie decidieron que me atendiera (es un decir) la de cara de vinagre. Cuestionó dos veces si el ciudadano había sacado número cuando las pantallas de números de las tres funcionarias hacía rato que no corrían porque nadie esperaba turno. Procedió luego de manera sistemática e inmisericorde a inhabilitar documentos que habían pasado por ventanillas anteriores sin cumplir los debidos requerimientos, según decía. Esos descartes procedían de alguna de las siete ventanillas previas visitadas: 7. Ante mi estupor por las pérdidas, mentó al interventor, figura que parece haber reconvertido nuestra Administración local de supervisora de atropellos del poder tipo Marienna a cortocircuito de derechos del contribuyente.

Así, lo que avaló la creación de las autonomías, acercar la Administración al ciudadano, se trocó en arremeter contra el ciudadano desde una Administración exuberante. Los costes que disculpaban nuestros dirigentes, porque una ventanilla única simplificaría sus relaciones con la Administración, se invirtieron en multiplicar administraciones y ventanillas, celosas las unas de las otras, que el contribuyente debe superar exasperado tras pagarlas todas, con una nueva obligación: demostrarle a cada una de ellas lo que las otras saben pero guardan suspicaces. La informatización que acabaría con tanta ventanilla del siglo XIX la usan a beneficio del aislamiento entre administraciones.

Una funcionaria cordial, solícita y eficaz desmiente en la recepción del Consell de Ibiza que los funcionarios deban ser vagos o avinagrados.

Habla el idioma que entre tanta reyerta lingüística acabó por perderse: el de la amabilidad y el deseo de servir. La de más arriba acabó sus descartes descartando incluso su ventanilla: hay que acudir a la del Govern para lo mismo por estudios diferentes. Es asunto para iniciados: la octava ventanilla.