Los jefes de nuestra sanidad dudan si el nuevo hospital de Ibiza tendrá radioterapia, pero hay servicios menos caros elocuentes de la disparidad de trato con Mallorca, como es una capilla católica. El aura provocadora, permisiva, exhibicionista y prostituida de la isla no ha logrado que la mayoría de ibicencos desechen su fe y su costumbre de acudir al Dios cristiano en los momentos en que se juegan el tipo en el hospital.

Son Dureta y Son Espases tienen la capilla católica que sirve a la fe mayoritaria de sus usuarios. Que la de Can Misses se quedara en los planos obedece a la enemiga de quienes confundieron su ideología con el bien común para imponer despóticamente asepsia religiosa al resto. En lugar de capilla sentenciaron al capellán a compartir un cuchitril con el personal de seguridad del hospital. La paciencia y humildad cristianas de don Lucas derrotaron durante todos los años de Can Misses esa hostilidad al consuelo espiritual de miles de pacientes ibicencos. Don Lucas aún nos debe la historia no escrita de anécdotas y tesoros entrañables del alma ibicenca en sus momentos críticos que no constan en la fría historia clínica. Su sucesor, Pedro Miguel, todavía usa el cuchitril con la servidumbre de los armarios metálicos de uniformes de los guardias.

Suprimir la capilla porque las convicciones personales, o su falta, menosprecian la religión es un abuso de las funciones del gestor, vulnera el derecho humano fundamental a la libertad religiosa e ignora la especial consideración a la religión católica que la Constitución establece. Pero han pasado años y la democracia es ya madura como para permitir que jacobinos de salón avasallen las prácticas religiosas de la mayoría.

Los actuales gestores parecen optar por un vago relativismo para desatender el derecho y afrentar la tradición viva de pacientes y familiares disponiendo en el nuevo hospital una sala multicultural común para todas las creencias. El relativismo que niega que haya moral o religión verdadera o superior a otra ha ideado esas capillas multiculti que no solo no pertenecen a todos sino que no pertenecen a nadie y en las que nadie reza porque nadie se identifica con ellas. Desnudas de símbolos religiosos, solo gustan a quien los detesta y pretende reducir las creencias a una especie de sincretismo vacío. Pero pocos mueren en Can Misses sin que a su muerte siga un funeral católico, celebrado en una iglesia católica, con asistencia multitudinaria del barrio o el pueblo a misa y entierro.

Los ibicencos votan con mayorías absolutas en cada ocasión €con excepciones que confirman la regla€ a favor de la religión católica para vivir sus últimos momentos y para enterrar a sus difuntos. La falta de capilla católica en Can Misses es un agravio comparativo respecto a otros hospitales del Ib- Salut, pero también la imposición del descrédito de la religión por parte de sus gestores.