Todos los ediles de Vila se rasgan las vestiduras con la duración de los plenos. Alguno incluso se compadece de los periodistas que soportan esas sesiones inacabables por cuatro chavos al mes. Pero luego ninguno renuncia a un solo minuto de lucimiento para hacerlas algo más soportables. Está claro que, en el fondo, no padecen ese suplicio igual que el resto de mortales. Y hasta ayer guardaban con celo su secreto para aguantar estoicamente semejante castaña. Los concejales de Vila se toman algo, aunque el alcalde diga que eso no es dopaje.

Lo más sorprendente fue descubrir quién es el dealer. Álex Minchiotti ofreció al equipo de gobierno que se tomara alguno de «esos batidos energéticos», porque los veía «cansados». El conservador los tentó con descaro: «Van bien en caso de necesidad».

Rafa Ruiz trató de reconducir el debate para no «desvelar intimidades», pero admitió sin presión que tanto él como el responsable municipal de las cuentas, Alfonso Molina ya se habían tomado «batidos de estos».

Aunque entre sus componentes debe de haber alguno que propicia la paranoia, porque el regidor admitió que cada vez que «Minchiotti usa la adversativa 'pero'» a ambos les tiemblan las rodillas. El típico mal viaje que se quita cambiándola por el «no obstante y el sin embargo» que usó luego el del PP, al que le tuvieron que soplar un «a pesar de ello» cuando se quedó sin conjunciones.

Contacto visual

Otro efecto secundario debe ser el miedo escénico. Por eso la popular María Fajarnés desviaba la mirada de la bancada de PSOE y Guanyem y sólo tenía ojos para la cámara que televisa los plenos por internet. Así recitó de carrerilla el comunicado que emitió su partido para criticar los presupuestos hace unos días. Tal cual; lo clavó.

Al único concejal de EPIC, ojo avizor ante cualquier indicio de escándalo, le pareció «muy interesante» el trapicheo del que estaba siendo testigo. Pero Antonio Villalonga tenía sus propios problemas para adaptarse a un debate que antes coincidía con las caramelles y ahora con Molina se adelanta a Todos los Santos, o jaloguai, como se empeñó en decir todas las veces que pudo.

Al final del pleno, que esta vez sólo duró tres horitas y media de nada, un concejal con aspecto intachable ofrecía «barritas energéticas» a los asistentes. Ninguno de los cuatro le aceptó el trato.