Si malo era el panorama a principios del siglo XX, el de mediados del siglo XIX era desolador. El archiduque Lluís Salvador dio cuenta de ello durante su viaje a Formentera: «Cuando recorrió Balears se encontró con que no había ninguna escuela pública en la pitiusa menor. Y eso que por la ley de Claudio Moyano de instrucción pública, del año 1857, era obligatorio que en todos los municipios hubiera una como mínimo», explica Pere J. Carrió. En Formentera solo había entonces un centro privado, únicamente para niñas y «muy incompleto». La isla no contaba ni con junta municipal de Beneficencia ni con una comisión local de enseñanza Primaria, tal como se establecía por ley: «Se ve que alguien de su séquito se chivó a Madrid de lo que acababa de ver el archiduque en la isla. La solución que buscó el Estado fue que Formentera dejara de ser municipio y agregarlo al de Ibiza. Así, todo solucionado», según Manel V. Domènech Bestard. Tras la anexión forzosa, se establecen allí las primeras escuelas públicas elementales, una para niñas y otra para niños, pero no es hasta 56 años más tarde «cuando se construye un centro de nueva planta en Formentera». La enseñanza siempre fue maltratada en las Pitiusas. Un ejemplo es lo sucedido con la Escuela de Artes y Oficios, acabada en 1936 y ocupada durante la guerra por el Ejército, que no la abandonó hasta 1947, según los autores del libro. Mejor suerte corrieron centros como el de Sant Jordi, cuyos planos fueron dibujados por Guillem Forteza y que pudo ser inaugurada en 1934. Su sencilla estructura incluía una clase para niños y otra para niñas, así como dos locales complementarios adosados.