Unidos Podemos iba a estas elecciones a por lana y salió trasquilado. Cuando a las 20 horas se hizo público el sondeo televisivo que pronosticaba entre 87 y 89 diputados para Podemos, que además cumplía el esperado sorpasso al PSOE, uno de los militantes reunidos en la sede podemita confesaba: «Ya firmaríamos por quedarnos con esos diputados ¿no?», pero recibió una respuesta fulminante por parte de Aitor Morrás y Viviana de Sans: «¡No hombre no, vamos a por más!», le reconvinieron.

Todo iba según lo previsto, pues el sondeo seguía con la tendencia de todas las encuestas de los días anteriores. Se esperaba una noche llena de alegrías y de fiesta. Subida en la cresta de la ola que supuestamente le aguardaba, Viviana de Sans no pudo evitar cebarse en un PP que a esas horas parecía ir cuesta abajo: «¿Pero quién coño puede votar al PP, por Dios?», exclamó para sí llevándose las uñas a la cara, como si ya sólo quedaran cuatro excéntricos en España que votaran al partido de Rajoy. Parecía una noche prometedora.

Pero de repente sucede algo que no estaba previsto. Aparecen por la pantalla instalada en la sede los primeros datos del recuento oficial, que van dibujando el siguiente panorama: el PP no baja, sino que sube ¡y mucho!; no hay sorpasso alguno al PSOE, sino que los socialistas mantienen el tipo, y parece probable que todo quede como antes. Las sonrisas se desdibujan de los rostros de los dirigentes de Podemos. «¡Tranquilos, queda mucha noche por delante!», comentaban Morrás y Gianandrea di Terlizzi para animar a los asombrados seguidores ibicencos de Pablo Iglesias. Pero según avanzaba la noche, la situación no sólo no cambiaba, sino que empeoraba. «¡Tranquilos, aún falta el voto urbano, que es el que nos dará la victoria», clamaban cuando el escrutinio iba por el 50% y confirmaba, implacable, lo irreversible de la situación. «¡Tranquilos, que aún queda el voto por correo!», suplicaban a sus huestes cuando, con el 80% recontado, ya no quedaba lugar a mucho margen.

El PP, el partido de la Gürtel y de Fernández Díaz, arrasaba por casi toda España, según iban recordando los noticiarios de la pantalla gigante del local de Podemos. Pero siempre hay motivos para la esperanza: «Estamos ganando en Sant Josep», se oía de repente desde la sala de máquinas de la sede.

No parecía motivo suficiente para cambiar el rumbo del país.

De los casi 90 diputados prometidos por los sondeos, el escrutinio se obstinaba en no pasar de 71. Durante unos pocos segundos, el marcador se puso en 72 -mísero avance-, momento que fue saludado con entusiastas gritos de «¡¡ye, ye, ye!!», por parte de la treintena de militantes que había a esas horas. Vana ilusión. Al poco rato volvían a los mismos 71 diputados que tenía el partido antes de coaligarse con IU.

Por cierto, el candidato ibicenco de Izquierda Unida en la coalición con Podemos, Artur Parrón, se quejaba ante este redactor: «Los periodistas ponéis cosas en mi boca que yo no he dicho», sin detallar a qué se refería. Y demostrando el buen rollo que a veces destilan los herederos del PCE, añadió, en tono -supuestamente- irónico: «Los periodistas sois carne de Gulag». Conmovedora muestra de tolerancia estalinista. Eso sí, cuando Parrón tuvo que hablar desde la tribuna al finalizar la noche, no dudó en agradecer a los militantes «y a los compañeros de la prensa» los esfuerzos realizados estos días.

Cuando ´La sonrisa de un país´ se había convertido en ´La bofetada de las urnas´ y ya todos reconocían desolados que «ni voto urbano, ni voto por correo, ni nada de nada», aparece el exsocialista Antonio Roldán, coaligado ahora con Unidos-Podemos, que nada más entrar en la sede saludó a Aitor Morrás con un sentido «hay que seguir», como quien da el pésame en un funeral.

Sobre las once de la noche, cuando ya todo terminaba, el ambiente general era de perplejidad. «No entiendo nada», afirmaban Mario Devis o Miguel Vericad. El veredicto era unánime: «Las empresas demoscópicas deben dimitir en bloque».