José Ramón Mancebo Azor casi toca el cielo en Igualada (Barcelona) la pasada semana, cuando los 3.000 metros cúbicos de aire caliente de la vela de su globo, ´Gaia´ (la diosa Tierra, paradójico nombre), le elevaron hasta los 1.300 metros de altitud, casi 1.000 más de lo que acostumbra en Ibiza. Allí alcanzó unas corrientes de viento favorables que le permitieron quedar en cuarta posición durante el European Balloon Festival, campeonato celebrado entre el 6 y el 10 de julio en esa ciudad catalana en el que participaron 43 aeronaves. Mancebo, cuyo segundo apellido es también de altos vuelos, se siente como flotando desde entonces: primera prueba en la que participa y casi, por unas decenas de metros, sube al podio. Ganó el experimentado Alain Crusteanchi, de Mónaco, con su ´Montecarlo SBM´.

Al piloto pitiuso le acompañaron su mujer, Francisca López (que ejerció de apoyo en tierra), su hermano, Ángel Mancebo, y la novia de este, Alba Molina (ambos, miembros del equipo de rescate, el que ha de ir en busca de la cesta cuando desciende). Durante las pruebas (ocho en total) disputadas en Igualada los concursantes debían posar un testigo (un saco relleno de arena) lo más cerca posible de dos áreas marcadas sobre el terreno: una estaba situada entre el punto de partida y la zona de llegada; la segunda, al final, allí donde aterrizaba un globo que ejercía de liebre. En la prueba del viernes 8 de julio ´Gaia´ quedó a solo 42 metros del objetivo, 27 metros más que Crusteanchi, por lo que esa jornada logró un meritorio segundo puesto que, claro, le dio alas.

Por ser la primera vez que participa en este tipo de campeonato y por quedar cuarto frente a reputados pilotos aerostáticos, el jurado le concedió una mención especial que le ha animado a plantearse participar en futuras convocatorias. Por ejemplo, una prevista en noviembre en Portugal.

Cuando en 2001 dejó a un lado su trabajo terrenal (arreglar ordenadores) para crear su empresa de viajes en globo, probablemente alguien le dijo que vivía en las nubes. Ahora las toca a menudo, especialmente los cúmulos, aunque en una ocasión también estuvo a punto de hundirse. Fue un día de 2009 en que el viento viró de repente y se vio obligado a amerizar frente al espigón de atraque de Sant Antoni. Una lancha le salvó in extremis al echarle un cable (literal y metafóricamente) y arrastrarle hasta Punta Pinet. «En 10 años he tenido algunos sustos –como el del pasado fin de semana con Mika como pasajero–, pero nunca heridos», apunta.