n Vitoria amaneció ayer feliz y desértica. Sus calles transmitían una tranquilidad inquietante. Un chaparrón apareció por sorpresa la noche del viernes y, confirmando los pronósticos, le precedió un soleado sábado. Unos pasajes brillantes que desde primera hora de la mañana evidenciaron que la capital de Álava tenía puestos dos ojos en Madrid, sede de la final de la Copa del Rey entre Alavés y Barcelona. Y, de regalo, los aficionados albiazules tenían el encuentro de vuelta entre el Formentera y el filial alavesista. Una doble ración de emociones que empacharía a cualquiera.

«Firmamos ganar hoy [ayer para el lector] y que vosotros paséis», exclamó a toda prisa el propietario de la Sidrería Mendiola, a pocos kilómetros de Gasteiz, a una mesa de una veintena de aficionados pitiusos, que se apresuraron, como si fueran Joaquín Sabina en 'Pacto entre caballeros', a firmar un acuerdo que no se les aparecerá por escrito ni en sus mejores sueños.

El vicepresidente Lluís Ferrer aseguró, entre risas, que se planteaban cambiar el nombre del club por Sociedad Deportiva y Gastronómica Formentera. Algo que afirmaron sus compañeros de mesa mientras recordaban los banquetes de años anteriores en Tafalla, Barcelona, Villarrobledo o Santa María de Cayón. Sedes de algunas de las fases de ascenso que el equipo ha disputado en sus cinco frenéticas temporadas en Tercera División. No queda tan buen recuerdo de Elda. «Yo repetiría el año que viene aquí», bromeó el padre del presidente Xicu Ferrer.

El optimismo es contenido entre los seguidores, que son conocedores de que el deporte juega malas pasadas. Pero las quinielas invitan al optimismo. Pocos son los que ven factible un 3-0 o un 4-1, los dos resultados más probables que dejarían fuera a los de Tito García Sanjuán.

En las filas vascas los nervios estaban a flor de piel con motivo de la final de Copa. Sin embargo, los vitorianos se mostraron optimistas. «Nos llevamos los dos partidos, estamos que nos salimos», aseguró entre risas Ibon Pardo, que se quedó en Gasteiz junto a su mujer Virginia Cifuentes y su hijo pequeño Markel. En cambio, uno de sus retoños sí que viajó a Madrid. Fue uno de los 25.000 aficionados del Alavés que abarrotaron la capital española en busca de un sueño, el de tumbar al todopoderoso Barcelona de Leo Messi.

Juan Sanchís ha ido muchos días al campo, pero dejó asistir a Mendizorroza para atender a su madre. Lo suyo era ir al estadio, prefiere no mirar la tele. «Los nervios me matan», confiesa. No puede aguantar la presión de ver sufrir a su equipo. Juan también firmaría un pacto con el diablo, el de dejar sin ascenso a los jóvenes del filial por ver a la escuadra de Pellegrino vencer en el último partido oficial disputado a la vera del río Manzanares.

Carlos Borja, un joven aficionado de 10 años del Formentera, juega a las cartas con su madrina, Jane Wenham, mientras no deja de lado su valiosa gorra del conjunto rojinegro. «Venimos con la ilusión de ascender», asevera el pequeño. «El resultado es muy bueno, pero hay que tener máximo respeto por el rival», concluye ella sin saber que los vitorianos ya han hecho su particular quiniela.

Finalmente el Alavés no ganó la Copa del Rey y se quedó sin sueño. Se rompió una parte del pacto, pero el Formentera tiene en su mano el ascenso.