Sembrar hoy para recoger mañana. Ese es el objetivo del Nike Júnior Tour, el Máster Nacional donde se baten el cobre los mejores tenistas alevines e infantiles del año, y parece que está bien cumplido. El nivel exhibido en la última jornada del torneo, celebrado en el Ibiza Club de Campo, deparó partidos emocionantes en las cuatro categorías. A las diez de la mañana, los catalanes Eduard Güell y Júlia Payola comenzaron a dar cuenta de Carlos Dívar y Estela Pérez, a la postre finalistas en alevín masculino y femenino.

Cuando acabaron los primeras finales, Sara Sorribes derrotó a María Martínez (6-4 y 6-1), confirmándose como la única cabeza de serie que pudo imponerse en el torneo. La espigada tenista se mostró intratable a lo largo de todo el torneo infantil femenino y se postula como una candidata a irrumpir en el circuito femenino de la WTA en los próximos años.

Sin embargo, los ojos de los 100 espectadores que acudieron a la pista 1 del club estaban centrados en el partido Alberto Barroso – Robert Herrera, cartel de lujo para de los infantiles masculinos. El choque estrella comenzó de una manera extraña, con cuatro roturas de servicio (dos por cabeza) en los cuatro primeros juegos. Después del tanteo, el pacense Barroso empezó a imponer su físico y su calidad sobre su rival y acabó llevándose el primer acto por 6-3.

En la segunda manga, el extremeño comenzó concentradísimo y a base de un juego de saque y volea marcó la diferencia respecto a Herrera, pese a que la tierra batida favorece más el juego largo desde el fondo de la pista que tan bien se le da al tenista catalán, verdugo del ibicenco Ibai Gómez en semifinales.

Con 5-2 todo parecía listo para proclamar a Barroso como campeón del torneo. En cambio, en plena agonía, Herrera se resistió a morir y levantó dos pelotas de partido, en un desempate vibrante que dejó golpes dignos de brazos de la ATP. Si Barroso, once golpes ganadores en el primer set, percutía con el revés, Herrera respondía con derechazos que buscaban los ángulos más dolorosos.

El partido de tenis conoce su principio y debe resolver la incógnita de su final. Al estilo de los duelos de siglos pasados, un contrincante debe acabar con el otro. Después de perder las primeras oportunidades de hacerse con el torneo, Barroso pareció desesperarse. «¡Calma! Simplemente, juega», le susurró desde la grada Carles Vicens, su entrenador, que no dejó de anotar los pormenores del partido en un papel.

Último juego antológico

Liberado de presiones, el pupilo de Vicens dio lo mejor de si mismo, aprovechando su ya remarcable altura, para servir fieramente. Herrera, pequeño pero rápido y combativo, empuñó la raqueta con firmeza y respondió la estocada. El último punto fue sencillamente antológico, forzándose ambos a correr más de la cuenta para sacar golpes enmarcables en los mejores cuadros. Un «¡sí!» atronó en la pista cuando el catalán no pudo devolver la bola final de Barroso.

Era la liberación del campeón, la sensación de que el trabajo estaba acabado. Resultado definitivo: 6-3 y 6-3, más un espectáculo tenístico. Con estos mimbres, el cesto del tenis nacional será bueno cuando falten los Nadales.