Acomodados ya en Cas Felius al escapar de la ciudad, en aquel trágico mes de agosto de 1936, se empezaron a avistar con cierta frecuencia aviones republicanos sobre la isla. Algunos arrojaban terroríficas proclamas, lo que derrumbaba nuestra moral infantil por imaginarnos sangrientos bombardeos y feroces combates que pudieran afectarnos. A nuestros mayores, sobre todo a mi abuela, lo que les preocupaba era que se trastocara el orden establecido. Octogenaria y tutora legal de nuestra hermandad huérfana, a su cuidado, le angustiaba que, como había ocurrido en la Rusia soviética, pudiera el Estado apropiarse de las tierras que teníamos, lo único con lo que podía sacar adelante a los cinco hermanos.

Temía, también, que pudiera llegar a ser realidad lo que a gritos propugnaban los anarquistas desde el balcón de la Casa del Pueblo, inmediata a nuestra vivienda en la ciudad: la tierra para quien la trabaje.

Mal estaba ella y peor sus pupilos para ponerse a cultivarlas.

Igualmente le inquietaban los disparates que oía y leía sobre posibles reformas agrarias que iban mucho más lejos de la que había aprobado la República en septiembre de 1932, que era inaplicable en Ibiza. No solo porque aquí no se daban latifundios ni minifundios, oligarquía rural, ni proletariado campesino, sino porque la superficie mínima de las fincas legalmente expropiables era enormemente superior a la más grande de las ibicencas ya que, para que cupiera la expropiación, era preciso que un propietario tuviera entre 100 y 750 hectáreas de tierra, según el cultivo, en un solo municipio. Pero como que para muchos políticos o aspirantes a serlo -y más si son o quieren parecer revolucionarios-, donde no hay problemas hay que crearlos, también se predicaban aquí las disparatadas propuestas imposibles de aprendices anarquistas o comunistas. Difícilmente podían convencer a un campesinado de pequeños propietarios y mentalidad conservadora o a unos mayorales de buenas fincas que, en cierta forma, podían considerarse unos privilegiados.

Proclamas terroríficas

Las dos proclamas más terroríficas que se lanzaron sobre Ibiza lo fueron los días 7 y 8 cuando ya la columna de Bayo-Uribarry habia decidido la ocupación de la isla. Seguidamente, y para que no se pierda la memoria de las mismas, voy a incluir un extracto de la primera y la totalidad de la segunda.

«Guarnición de Ibiza. Pueblo de Ibiza. Sobre vosotros vuelan los aviones de bombardeo de la República.

Frente a vuestras costas esta dispuesta la escuadra republicana en línea de combate. De vosotros depende que comience, implacablemente, el castigo. Si una ceguera suicida os impide comprender vuestro error, reduciremos inexorable a escombros las casas que habitáis y arrasaremos vuestros campos en los que han fructificado la traición y el engaño. No queremos ruinas. No queremos sangre. Os estimamos como hermanos y como españoles y proletarios que sois. La República no es cruel, sino justiciera y humana. Rendíos ibicencos. Capitulad soldados. Os rendís no a la fuerza brutal, sino a la ley y al derecho, Capituláis no ante el enemigo, sino ante la República, ante la libertad, ante España (...) ¡Por vuestros hijos, por vuestros hogares, por vuestra Patria, por la República: rendíos! Si no izáis la bandera blanca, abriremos el fuego sobre la isla. Ibicencos: ¡Viva la República! Viva la Libertad!».

No era broma, el 7 de agosto la columna de Bayo-Uribarry desembarcó sin resistencia en Formentera. Su tarjeta de visita fue la de incendiar de entrada las tres iglesias de la isla. Por la tarde pensaban ocupar Ibiza a cuyo efecto los destructores ´Almirante Miranda´ y ´Almirante Antequera´ fondearon al mismo pie de las murallas, ya que los rebeldes no disponían de artillería, e intentaron parlamentar, pero al acercarse al puerto los parlamentarios, la ráfaga disuasoria de una ametralladora emplazada en el baluarte de Santa Tecla, disparada al parecer por error, hizo volver sobre sus pasos al bote que trasladaba a los parlamentarios. Inmediatamente, los dos destructores iniciaron un serio bombardeo sobre el castillo, secundado por los aviones que también lo bombardearon. Muchos de tales proyectiles pasaban por encima de su objetivo y caían por el centro de la isla. Nosotros, más que aterrorizados, nos refugiamos tras el enorme tronco de un algarrobo centenario que había en el huerto y, abrazados y llorosos, esperábamos rezando incoherentemente una muerte que creíamos inminente pues el silbido que dejaban los proyectiles al pasar por encima de nuestras cabezas era verdaderamente escalofriante. Los destructores se volvieron a Formentera para pasar la noche.

Irritado el capitán Bayo por la resistencia encontrada, se dirigió a las escuelas donde se hallaban detenidos lo presuntos fascistas y, sacando a un sacerdote, don Juan Torres Torres, y a un exmilitar, don Lucas Ramón Cardona, los hizo fusilar en la Savina y arrojar sus cadáveres al mar, en represalia por la resistencia hallada en Ibiza.

La segunda proclama era aún más espantosa que la primera, y recuerdo perfectamente que cuando la leí, después de ardua persecución por los campos, me eché a llorar de puro miedo y regresé rápidamente a casa para enseñarla. Decía así:

«Soldados Si dentro de una hora no habéis izado la bandera blanca y enviado un parlamentario a la Escuadra que se acerca, arrasaremos la isla con intenso bombardeo por mar y aire. El Gobierno de la República ha licenciado a todos sus soldados. No tenéis por qué obedecer a vuestros oficiales rebeldes; si no se rinden, matadlos; el Gobierno de la República os autoriza para todo. Avisamos a la oficialidad facciosa, que si suena un solo tiro contra estas fuerzas del Gobierno, fusilaremos a todos los jefes y oficiales sin excepción. ¡Viva la República! ¡Viva España republicana!».

Al leerla en casa el desánimo fue total. Hubo lloros y gimoteo. Se tradujo a los mayorales. Por las casas vecinas empezaron a verse banderas blancas. De acuerdo con los mayorales, se decidió ponerla también en la nuestra; se buscó un largo palo y con un trozo de sábana la pusimos acobardados. La izó Pep con maestría, atando el asta apocada a la recia chimenea.