Como si de una película de desastres naturales se tratara, en dos días Ibiza y Formentera iniciaron en marzo un cambio drástico de su normalidad que todavía se mantiene y que durará hasta que las vacunas prueben su eficacia; y falta comprobar si da tiempo para disfrutar de una temporada turística medio normal en 2021. Después de muchos rumores y de que a mediados de febrero se detectara en Mallorca el primer caso de contagio de Covid-19 en las islas, el sábado 14 de marzo el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunciaba la entrada en vigor del estado de alarma en todo el país durante un primer periodo de 15 días.

Era el primer acto de un confinamiento general que se prolongó durante tres meses y que, con su generalización en medio mundo, terminó por provocar una crisis social y económica imprevista y sin precedentes en la Historia moderna.

El 16 de marzo se vaciaron la calles de Ibiza y Formentera. Y el día siguiente el Gobierno cerró las fronteras exteriores pero, desoyendo al Govern, mantuvo abiertos los aeropuertos y puertos, aunque ya se había iniciado la cancelación masiva de vuelos por parte de las aerolíneas.

En Ibiza y Formentera los casos llegaron poco a poco (el primero, a principios de marzo), pero de manera inexorable, hasta el punto de tensionar la sanidad hasta niveles nunca conocidos.

Se anularon todas las consultas en los centros de salud desde el principio y se formaron tremendas colas en las farmacias; nadie tenía mascarillas ni guantes, igual de importantes entonces. En cuanto al gel hidroalcohólico, no se empezó a generalizar su uso hasta algo después.

Diez casos en marzo

Diez casos en marzo

A mediados de marzo había en Ibiza diez casos confirmados y la sanidad empezaba a resentirse debido principalmente al desconocimiento sobre cómo actuaba y evolucionaría una enfermedad viral con una transmisión tan efectiva.

Los sanitarios, héroes que recibían su merecido aplauso cada día a las ocho de la tarde, ya denunciaban su precaria situación y falta de medios, mientras se abría el primer hotel medicalizado.

En Formentera, isla que ha mantenido un perfil muy bajo de contagios, afortunadamente, el primer caso llegó el 29 de marzo, dos días después de que se notificara el primer alta en Ibiza.

La situación sanitaria ha bailado al ritmo que marcaban las restricciones; cuando éstas se relajaban, aumentaban los casos. En los primeros meses, la mayor parte de los fallecidos tenían más de 65 años, pero con el tiempo el virus ha demostrado que no entiende de edades.

De hecho, y replicando, aunque en menor medida, la situación en todo el país, el Covid-19 se cebó con las residencias ibicencas. El primer ingresado procedente de uno de estos centros, Can Blai, se produjo el 21 de marzo (ya había 21 enfermos en el Hospital Can Misses; se desconocía entonces la existencia de los asintomáticos), y el 1 de abril fallecieron los dos primeros usuarios de esta misma instalación.

En abril se frenaron los contagios en Ibiza y Formentera quedó libre de contagios en mayo. Desde entonces, se produjeron varios brotes en las dos islas y a mediados de agosto se registró la punta de actividad del virus. Para entonces, la temporada estaba sentenciada.

El turismo ha dependido siempre de las medidas restrictivas que se han ido aplicando desde el principio de la pandemia, tanto en España como en el exteroir. El sector más afectado desde el principio, y que de hecho sigue sin actividad, es el de las discotecas y salas de fiesta.

Las reservas se paralizaron desde el inicio de la pandemia en marzo y los hoteleros anunciaban ya retrasos en las aperturas. Las aerolíneas anularon la mayor parte de los vuelos y los bares y restaurantes seguían funcionando a medio gas. La temporada se inicio tímidamente a finales de junio y avanzó renqueante con menos de la mitad de la planta hotelera abierta, las marinas con la mayor parte de sus muelles vacíos y el Govern intentando reactivar el sector con corredores turísticos seguros que sólo funcionaron, y a medias, en Mallorca.

La puntilla para el turismo llegó a mediados de agosto, en el mes por excelencia para este sector. Primero Italia y luego el Reino Unido cerraron sus fronteras y exigieron cuarentenas a sus súbditos que viajaran a España. Después fue Alemania y Holanda y Bélgica... La tormenta perfecta para un caos desmoralizador.

Únicamente el sector de la náutica sorteó la crisis, pero no lo suficiente como para registrar pérdidas en el cómputo general del verano. Y en cuanto al turismo de cruceros, cero, nada de nada. Ni una escala en todo el año.

Por contra, y mientras el aeropuerto registraba mes a mes cifras de pasajeros de líneas comerciales propias de los años cincuenta y sesenta (ya en agosto se habían perdido 1,8 millones de turistas), la aviación privada vivía su particular temporada.

La incógnita

La incógnita

Como consecuencia, el gasto turístico acumulado hasta noviembre cayó a 411 millones cuando en el mismo periodo de 2019 la cifra se elevó a 2.438 millones. Y por el camino, miles de desempleados de este sector y de la hostelería en general; de todos los sectores, en realidad.

Formentera siempre ha ido un paso por delante de Ibiza; a principios de mayo inició el desconfinamiento y la llamada desescalada, permitiendo por ejemplo el baños en sus playas. En Ibiza se mantenía el confinamiento total, con limitaciones estrictas a la movilidad. De hecho, la desescalada se inició en Vila a mediados de mayo y el 8 de junio, en la fase 3 de la desescalada, se abrió el tráfico de personas entre las islas, un pequeño respiro para el turismo.

El optimismo duró apenas un mes. El 10 de julio se anunció la obligatoriedad de llevar mascarilla excepto en las playas y en las piscinas, una medida que los empresarios temían que disuadiera al turismo. Y por las mismas fechas se aprobó un endurecimiento de las multas por celebrar fiestas ilegales, desbocadas debido el cierre de las discotecas.

Mientras tanto, en Ibizay Formentera se desplegó una impresionante red de solidaridad gracias a la iniciativa de particulares y empresas y la ciudadanía descubrió la importancia de la sanidad y de los profesionales que, con su abnegada e innegociable entrega, han hecho posible que funcione incluso con una amenaza tan salvaje y despiadada como el coronavirus.

Porque esta crisis ha puesto en evidencia la fragilidad de la sanidad. La falta de medios y de personal, las medidas tomadas de manera precipitada por los gobernantes (fruto esencialmente del desconocimiento) han puesto a los profesionales sanitarios en la cuerda floja: con miedo a llevarse el virus a casa e impotencia ante la gravedad de la situación. Una realidad que choca con las manifestaciones y críticas de los denominados negacionistas, muy activos en diferentes periodos de la pandemia.

Todos los sectores económicos y sociales de Ibiza y Formentera se han visto afectados por la crisis sanitaria, en mayor o menor medida. Y todos se situarán al borde del caos si el turismo no se reactiva a partir de marzo o abril del próximo año.

Ahora las discusiones se centran en qué medidas se implementan para garantizar la llegada de turistas con las mayores garantías sanitarias, algo que no ha sido posible este año.

Tiempo parece que hay y la activación de la vacunación masiva, de producirse a tiempo, ayudará. Falta comprobar si la sociedad es capaz de recuperarse de esta pandemia con la fuerza esperada.