Recordaremos 2020 como el año del desastre. El año que nos ha mostrado con toda crudeza la fragilidad del mundo que creíamos sólido y permanente, barrido en pocas semanas por un virus desconocido. El coronavirus ha obligado a cerrar fronteras, a suspender vuelos de forma masiva, a paralizar la actividad de infinidad de empresas en todos los sectores salvo los esenciales. La crisis es mundial porque nunca antes la globalización había interconectado como ahora todos los rincones del planeta, lo que ha facilitado que la pandemia se propagara por todo el mundo en unas pocas semanas.

Sin aviones no hay turistas, y sin turistas Ibiza y Formentera se detienen y empobrecen. La crisis es la más brutal de las últimas décadas, y en unas islas como las Pitiusas, donde el turismo es el único motor económico, la parálisis ocasiona una debacle social que tiene su manifestación más visible en las largas colas de personas sin recursos ante entidades que reparten alimentos, como Cáritas, Cruz Roja o 'La voz de los que nadie quiere escuchar'. Miles de personas se han quedado sin empleo y sin medios de vida; las más afortunadas han podido acogerse a prestaciones como las de los expedientes de regulación temporal de empleo o el salario mínimo vital, pero muchas otras se han quedado en la estacada, a merced de la ayuda de instituciones o asociaciones y, lo que es peor, sin expectativas a corto plazo de poder mejorar su situación.

Esta crisis ha puesto de manifiesto lo endeble que es el modelo de las Pitiusas, que se levanta sobre la precariedad laboral, una marcada estacionalidad y una economía sumergida con un gran peso específico basada en el intercambio de enormes cantidades de dinero negro que escapan a todo control. Este modelo es muy próspero cuando recibimos un flujo masivo de turistas que permiten que el engranaje se mueva a toda máquina, pero cuando no hay movilidad no existe ninguna alternativa. Quienes trabajan en negro, bien por decisión propia (para incrementar sus beneficios ahorrándose los costes laborales y tributarios que acarrea una actividad legal) o bien porque no tienen alternativa, salen beneficiados cuando las cosas marchan bien, pero se quedan en la cuneta cuando la actividad se detiene.

El modelo estacional, en entredicho

De la misma forma, la estacionalidad económica determina una forma de vida muy extendida en las Pitiusas que consiste en trabajar de forma muy intensa -a veces hasta inhumana- durante los meses de la temporada estival (que es cuando funcionan numerosas empresas) y descansar en invierno, cuando se cobra la prestación por desempleo acumulada durante los meses de contrato laboral. Eso quien está legalmente contratado. Quien no lo está vive el resto del año, mejor o peor, con el dinero que ha ganado en verano hasta que vuelve a trabajar. Esta forma de vida entraña mucho más riesgo que la de quien tiene un trabajo estable durante todo el año, aunque gane menos dinero. De hecho, la pandemia ha quebrado ese modelo, y lo ha convertido en una trampa que ha sumido en la pobreza a numerosas familias que hasta ahora no habían tenido problemas para sobrevivir trabajando sólo en verano. Esta crisis demuestra que para dar solidez a nuestra economía -y, por tanto, a nuestra sociedad- es fundamental incrementar la actividad empresarial durante todo el año, aunque en la práctica esta es una asignatura pendiente en la que Ibiza y Formentera no han avanzado en las últimas décadas.

Ante esta catástrofe, los consells, ayuntamientos y el Govern balear han tenido que movilizar ingentes recursos para atender a los damnificados por la crisis. Además, entidades como Cáritas, Cruz Roja o Carritos Solidarios están haciendo una labor impagable para atender a quienes se han quedado sin recursos para sobrevivir.

Tras el fin del estado de alarma y la recuperación de cierta movilidad, la temporada arrancó tarde pero con optimismo, que se frustró bruscamente con las cuarentenas dictadas por los principales países emisores de turismo. Agosto fue catastrófico y desde entonces no hemos levantado cabeza. No obstante, en medio de este panorama aciago hay que celebrar una buena noticia: pese a la incertidumbre inicial, el curso escolar se está desarrollando de forma presencial en Primaria y Secundaria (en este caso, con variaciones según los centros). Los protocolos que se están aplicando en los centros están evitando la aparición de brotes y permiten desarrollar una actividad académica con la mayor normalidad posible, algo que es fundamental para el bienestar emocional de niños y adolescentes, a quienes perjudicó especialmente el confinamiento impuesto por el estado de alarma del 14 de marzo.

Nos jugamos la salud y el futuro

Tras unos meses en los que Ibiza ha sido la isla con una mayor incidencia acumulada de coronavirus, y donde se han aplicado las restricciones más estrictas de la Comunidad, ahora se han girado las tornas y es Mallorca la que se encuentra en esta situación, seguida de Menorca. Estamos en un periodo crítico, pues una tercera ola provocada por el aumento de la movilidad y los contactos sociales durante las fiestas navideñas puede comprometer seriamente la próxima temporada turística. Estas fiestas de Navidad, año nuevo y Reyes, además de la salud nos jugamos la reactivación del turismo a partir de abril o mayo de 2021, que es la única baza que nos queda para recuperar nuestra economía y que muchas personas salgan de la pobreza. Los sacrificios que hagamos ahora, unidos a la inminente campaña de vacunación masiva, contribuirán a que esta pesadilla no siga destrozando nuestras vidas.