Los primeros que empezaron a sentirla fueron los de siempre, los más vulnerables. La crisis económica derivada del Covid-19 comenzó a hacer sus estragos a comienzos de abril, cuando gran parte de la población, confinada y carente de ingresos, esperaba las resoluciones de los ERTE para saber qué sería de su vida, en el mejor de los casos, o empezaba a acudir a los Servicios Sociales y a las ONG en busca de consuelo y alimento. Las colas del hambre comenzaron a aparecer en las esquinas de los locales donde afanosos voluntarios trabajaban sin descanso para que las personas que acudían mantuvieran la distancia de seguridad durante la espera, con gel hidroalcohólico y mascarilla en ristre.

Los trabajadores en la hostelería, que esperaban impacientes el inicio de una temporada que no llegaba para reanudar sus ingresos; los empleados a la espera de cobrar los ERTE, que en toda España, y en concreto en Ibiza, todavía siguen llegando mal y tarde a numerosas familias desesperadas; los trabajadores del sector de la construcción, en su mayoría sin contrato y sin posibilidad de solicitar ninguna prestación económica. La crisis comenzaba a golpear fuerte en las economías de las familias más vulnerables. Pero eso sólo sería el principio.

Las colas del hambre

Las colas del hambre

«Cáritas Ibiza reparte en cinco meses la misma cantidad de alimentos que en todo 2019», titulaba en junio este diario. Y es que la Entidad ya había superado entonces las 100 toneladas de comida repartidas entre sus usuarios -10.000 kilos por semana-, que ascendían entonces a casi 2.000 personas, en torno a las 500 familias semanales. De esa cifra, 600 personas nunca habían tenido que recurrir previamente a los servicios sociales ni a ninguna ONG. El perfil del demandante de ayuda comienza a cambiar y los ahorros empiezan a escasear en la isla. Los servicios sociales, colapsados desde hace meses, no logran dar respuesta. Las colas en Cruz Roja también se disparan. Pagar el alquiler se convierte entonces en uno de los mayores retos para la población ibicenca que, desprovista de ingresos, debe hacer frente a unas rentas que ya antes devoraban un 70% o 75% de sus sueldos.

Sin embargo, aunque llegara de soslayo, la temporada dio trabajo a algunas personas, que dejaron de depender durante unos meses de estas ayudas, y los usuarios de los bancos de alimentos se redujeron momentáneamente hasta septiembre, cuando las cifras volvieron a dispararse, tanto, que las ONG solicitaron constantemente apoyo de la ciudadanía para continuar con su labor de ayuda. Y la ciudadanía respondió.

Productos frescos, no perecederos, ropa, productos de higiene... Ibiza demostró su solidaridad desde el comienzo de la crisis, sin embargo, la ayuda comenzó a menguar a medida que pasaban los meses y a finales de año Cáritas Diocesana Ibiza lamentaba no tener presupuesto para comprar más alimentos frescos.

En medio de esta devastadora crisis, los sintecho, reubicados desde finales de marzo en un albergue provisional en Sa Blanca Dona, vieron restablecidos sus derechos con un techo, agua caliente y comida diaria, tres pilares fundamentales que ayudaron a que algunos se replantearan su reinserción en la sociedad. «Quiero dejar la calle», repetían muchos de los usuarios del albergue. Y desde el Consell lanzaron un mensaje: «No se quedará nadie atrás». Pero no fue así. Tras varios meses en el albergue y tras trasladar a un grupo reducido a un hostal durante unas semanas, la gran mayoría regresó a la frialdad de las aceras cuando el alojamiento provisional cerró.

Confinadas con su maltratador, las mujeres que sufren violencia de género vieron muy reducidas sus oportunidades para denunciar a su agresor durante la cuarentena que, debido a las restricciones de movilidad, se encontraba siempre en casa, y las denuncias bajaron un 21,5 %, la cifra más baja contabilizada desde 2016. Sin embargo, muchas asociaciones y colectivos de apoyo a la mujer no vieron en esos datos nada bueno y lanzaron campañas en su apoyo para hacerlas saber que no están solas.