Invasión de serpientes | El cazador de ofidios ‘australiano’
El hombre que susurra a las serpientes en Ibiza
Medio inglés, medio australiano y ya medio ibicenco, Dean Gallagher se ha convertido en el cazaserpientes más famoso de Ibiza. Profesor de inglés y exportero de discoteca especializado en calmar a borrachos y drogatas, habla con las culebras antes de rematarlas: «Les pido disculpas, les digo que no tienen la culpa, que lo siento…».

Dean Gallagher en la sede de Diario de Ibiza. / Toni Escobar
Lleva un collar de cuentas al cuello, no uno con dientes afilados de caimán (o de serpientes venenosas), que es lo que esperaba de Dean Gallaguer, el Cocodrilo Dundee ibicenco. Tampoco porta un machete ni un sombrero de ala ancha australiano, aunque sí lo luce en su foto de perfil de Whatsapp. Porta unas RayBan y un niqui que permite comprobar, por el volumen de sus bíceps, que, en efecto, debía imponer cuando era portero de discoteca, época en la que, seguro, su tabique nasal trasmutó a su fisonomía actual. Pero el caza serpientes local, el Frank de la Jungla de Ibiza, el Tarzán que captura desinteresadamente culebras de herradura (en su mayoría), el inglés que se siente aussie y recibió en 2021 el Premi Amic de la Terra 2021 que otorga Amics de la Terra por su labor contra los ofidios invasores, tiene también un lado cándido. Aunque de aspecto rudo, en la conversación aflora su lado sensible y bonachón.

De niño, en Melbourne, con una pitón. / Archivo personal de Dean Gallagher.
Entre otras cosas porque dialoga con las culebras antes de liquidarlas, acto que ejecuta de un certero golpe en la cabeza para aturdirlas, primero, y dejarlas inconscientes antes de rematarlas con una piedra. Pero previamente se desahoga con ellas, les pide, entre susurros, su perdón: «Me gusta hablar con la serpiente, aunque sé que no me entiende. Noto que se calma y que me calma a mí también. Eso hace el trabajo mucho más fácil. Les pido disculpas, les digo que no tienen la culpa, que lo siento…». Y mientras cuenta esto a este redactor, el verdugo, un armario con el tabique nasal desviado, se conmueve, sus ojos se humedecen.

«El (ex) dueño de Can Dog intentando asustarme con un pitón», explica sobre esta foto.
—¿Le pide disculpas en castellano o en inglés?
—A veces en catalán.
«Por desgracia, nací en Inglaterra», comenta. Era un bebé cuando su familia emigró a Australia, a Victoria, en la costa de Melbourne: «Donde el Great Ocean Road». Bonitos paisajes. A un pueblo que se llama Warrnambool. «Allí crecí, siempre pensando que era australiano. Hasta que un día mi mamá me dijo, no, tú eres inglés. Naciste en Inglaterra. Soy una mezcla de británico, australiano y eivissenc».
Lecciones que valen la vida para niños australianos
Fue en el colegio cuando tuvo su primer contacto con los ofidios: «Nos enseñaron cómo lidiar con ellos. Y con todos los tipos de animales, como los escorpiones y cosas que te pueden picar y que te causan daño. Por ejemplo, si se cruza en el camino una copperhead (cabeza de cobre), el consejo es dar pasitos despacio. No hay que asustar al animal. Hay que respetar a los animales». Tenía ocho años cuando agarró la primera, precisamente de esa especie: «Estaba debajo de mi cama. Cogí una toalla y agarré con ella la cola de la serpiente. Luego la lancé a la casa de la vecina. Mi papá, que estaba ahí fumando un cigarro y bebiendo una cerveza en la terraza, me dijo, ¿por qué has hecho eso? ¿Estás loco? ¿Y si te pica? Porque yo creí que era una serpiente inofensiva, pero no, era una lowland copperhead (Austrelaps superbus)». Que es como una bomba reptante con veneno, en su caso neurotóxico y capaz de matar a un adulto (a un niño, por descartado lo fulmina).
Visitó por primera vez Ibiza en 1998. El típico viaje de vacaciones de «un joven tonto que salía de fiesta y que bailaba hasta las siete de la mañana en Amnesia con unos palos fluorescentes en las manos». Hacía tiempo que había regresado, con su familia, a Inglaterra, donde, en Londres, trabajó de vigilante de discoteca y de dj. Como vigilante de discoteca y como integrante del St. John Ambulance («que es como la Cruz Roja aquí»), se especializó en atender a quienes sufrían síncopes y a «calmar a los borrachos y a los drogadictos»: «Me mandaban para dar los primeros auxilios, para estabilizar a quienes estaban inconscientes por sobredosis de drogas o alcohol. Y aparte, como portero de seguridad, tuve que tranquilizar a la gente en situaciones conflictivas. A veces me intentaron pegar… Bueno, a veces lo consiguieron, a veces llegué a casa con los ojos morados. Pero el 90% del tiempo utilizaba el coco, no la fuerza». Siempre llevaba encima un paquete de chicles y otro de tabaco, con los que calmaba y atraía a quienes en esos momentos estaban sobreexcitados a causa de las drogas o del alcohol. Los chicles eran para los drogadictos: «Para que masticaran». Era su manera de sacarlos de la discoteca sin usar la fuerza: «Con un poco de psicología».
Cómo aprender andaluz en Torremolinos
Incluso estuvo a punto de trabajar de bobbie en la policía metropolitana: «Pero justo cuando me tomaban las medidas del uniforme, decidí ir a España para aprender español, porque pensé que un agente de policía que hablara español en Londres tendría muchas más responsabilidades y quizás más dinero». Y se largó a Andalucía para aprender castellano: «Bueno, andaluz. Fui a Málaga. Encontré a unas personas en el aeropuerto que me dijeron, ven con nosotros a Torremolinos, que encontrarás trabajo fácilmente. Pero lo que encontré en Torremolinos fue un montón de bares ingleses. No había ido a España para eso. Y, justamente, un día estaba tomando una copa en Torremolinos cuando empezó una pelea bastante fuerte entre dos chicos. Al ver que nadie hacía nada, me metí y los separé. El jefe de ese bar, que era español, al ver lo que hice, me ofreció trabajo de portero. Me convenció porque la mayoría de sus clientes eran españoles, malagueños. Para mí, mejor, porque así aprendía español. Lo hice muy muy rápido, aunque el acento andaluz es un poco difícil de entender».
Fue poco después cuando acabó en Ibiza, invitado por un amigo para que controlara las obras de un chalé que acababa de comprarse: «Creía que le querían estafar». En el aeropuerto, una señora que tenía una empresa de handling le ofreció un trabajo el mismo día que llegó: «Tenía contratos con EasyJet, Britannia, Jet2… de manera que debía cambiar de corbata a veces cinco veces al día». En invierno ejercía de profesor de inglés.
Lucha a muerte entre un gato y una culebra
¿Y cómo se convierte en el cazador de serpientes de Ibiza? «Fue hace 12 años. Estaba en un chalé, trabajando en su mantenimiento, que es mi trabajo, cuando escuché jaleo. Vi al gato del vecino con sus patas al aire dando vueltas y con una culebra grande enrollada en su cuerpo. El gato intentaba morderla, y la serpiente al gato». No sabía qué hacer. En una escena surrealista, mientras el gato luchaba por su vida, llamó al Consell para pedir consejo. Se desentendieron y ni siquiera se conmovieron cuando les avisó de que la culebra estaba intentando matar al minino. Así que no le quedó más remedio que intervenir por primera vez: «Me puse los guantes de jardinería y conseguí separarlos».
Desde aquel día empezó a interesarse por las consecuencias de la invasión de serpientes y se percató de que en su casa ya no había tantas sargantanes y dragones como antes: «Como cuando, por la mañana, alguna se subía a mi pantalón para que le diera comida mientras desayunaba». Comenzó a ofrecerse para capturar las serpientes que se colaban en los hogares o las que quedaban atrapadas en las trampas y que, por aversión, pocos se atrevían a extraer: «A muchos les da pánico, se ponen nerviosos, les da muchísimo miedo. Tranquilos que ya voy yo, les digo». Cuenta que obra así influido por su padre, Allan: «Era muy altruista. Me gusta ayudar a las personas que tienen dificultades, es parte de mi naturaleza… gracias a él».
No disfruta matando serpientes, al contrario. Asegura que le causa «un conflicto» moral y espiritual: «Pero no hay otra forma legal de hacerlo. No me da placer sacrificarlas. De hecho -explica-, me causa una trauma porque es un animal que tiene sus derechos y que no tiene la culpa de esta situación. Pero es que no tenemos otra opción. Prefiero hacerlo bien, que el animal no sufra, correctamente, siguiendo los consejos de los veterinarios, y no, como hacen algunos, cortarles el cuerpo por la mitad con herramientas de jardinería, o la cabeza con un cuchillo. De esa manera se hace sufrir el animal, cuando no es necesario». También preferiría «rescatarlas» y trasladarlas a la Península, «pero no se puede, según las autoridades».
—¿Cuántas ha cazado desde que empezó?
—Cientos y cientos.
—¿Y este año?
—A diario, dos o tres. El otro día, siete. Cinco en una misma trampa. Grandes, muy grandes.
Orgía reptiliana
Una, de más de dos metros: «Abrí la trampa. Dentro, parecía un plato de espaguetis. ¿Por dónde voy a empezar?, me pregunté. Tuve que buscar la cabeza de la más grande. Saqué la primera, peleando. Saqué primero un metro de ella, luego otro... Medía dos metros. Otra, 1,75». Había una hembra acompañada de machos, todos en celo. Una orgía reptiliana en toda regla.
Sus brazos están repletos de mordiscos de las culebras de herradura, heridas aún por cicatrizar, poca cosa, aunque han dejado su marca. Incluso una se ha dejado un diente dentro de su mano izquierda. Explica que si muerden y se quedan aferradas a la piel, no hay que estirar de ellas, pues perderían los dientes. Hay que abrir sus bocas poco a poco. Y si aun así se quedan clavados, hay que sacarlos con pinzas: «Son muy muy finos, como espinas de pescado».
Ha decidido empezar a cobrar -«con factura y todo, IVA incluido»- por capturarlas debido a los gastos que le ocasionan los desplazamientos por toda la isla, de neumáticos, de motor, de gasolina…: «Algunos clientes son muy comprensivos y me ayudan con los gastos, pero hay mucha gente que no, no lo entiende, piensa que soy funcionario del Govern o del Consell». Será a razón de unos 40 euros por visita: «Pero sólo a aquellos que puedan pagarlo, no a quienes tengan problemas económicos ni a gente mayor. A los eivissencs no les voy a cobrar, sólo a los ricos propietarios de las villas. El propietario de un chalé, por ejemplo, no debería tener problemas para pagar. No quiero aprovecharme económicamente, porque el dinero no es el motivo por el que hago esto. Lo hago porque quiero que vuelvan las sargantanes y para proteger la naturaleza».
Música y vino. Más allá de la caza de ofidios
Dj, viticultor y diseñador de trampas con ‘habitación del pánico’
Cuando no caza serpientes, Dean Gallagher se dedica a dos de sus pasiones. Por una parte, a crear sus propios vinos: «Saco unos barriles de vino en septiembre con las uvas monastrell que me dejan en una finca de Talamanca. Cuando vuelvo a ver a mi familia en Australia también hago lo mismo con mi hermano. Él trabaja en un viñedo. Hay buen vino en Victoria gracias a la tierra, llena de minerales. Y por su clima, que tiene inviernos como los de Europa y veranos muy secos».
Y luego cuenta con una colección de vinilos que pincha, por ejemplo, en el hotel The Standard: «Old school, R&B, rhythm and blues, funky house, Joyce Sims (‘Coming to my life’)…». Dice que lo hace para divertirse. Próximamente hará una sesión en The Garage «para sacar un poco de dinero». También ha diseñado una trampa contra culebras especial, con una ‘habitación del pánico’ para el ratón, para que no se estrese cuando tenga al ofidio ante él: «En esta trampa, la serpiente ve al roedor por una ventanita pequeñita, pero no puede acceder a él ni comérselo. Y el ratón, si realmente entra en pánico, como dicen los animalistas, que lo dudo, puede esconderse detrás de la ventana y no verla. Y ya está. Ahí tiene su nido, tiene sus cosas, tiene su agua».
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