Inclusión

Un joven de Ibiza necesita 480 euros para convertirse en el Lamine Yamal paralímpico

Eduardo José Azcona es un joven futbolista sordo que ha sido convocado por la selección española para participar en un torneo europeo de fútbol sala. Pero la Federación Española de Deportes para Sordos está en quiebra y no costea el desplazamiento. Para su familia, esta ilusión se ha convertido en una pesadilla.

Eduardo José Azcona con su madre, Cintia Noelia Cuevas.

Eduardo José Azcona con su madre, Cintia Noelia Cuevas. / D.V.

David Ventura

David Ventura

Ibiza

Hace una semana, Edu sopló las velas de su catorce cumpleaños y, cuando su madre le preguntó cuál era su deseo, no se lo pensó ni un segundo: «Tener la pierna de Lamine Yamal». Igualar a Yamal quizás sea imposible, pero Eduardo José Azcona es bueno, muy bueno. Tan bueno, que pese a su sordera juega en el equipo cadete del Puig d’en Valls con jugadores oyentes. Tan bueno, que ha sido convocado para formar parte de la selección española de fútbol sala para sordos en el Torneo Europeo sub-15, que se celebrará entre el 1 y el 3 de julio en Salerno, Italia.

Esta convocatoria, que se ha producido después participar en una prueba de nivel en el Centro de Alto Rendimiento de Madrid, ha supuesto una ilusión para Edu, que vive una época complicada. A los cambios de la adolescencia, la adaptación a su nuevo equipo y la formación de su identidad como persona sorda, hay que añadir la lesión medular de su padre. «Le acompañaba a todos los partidos, eran inseparables. Ahora mi marido va en silla de ruedas y vivimos en una habitación en un cuarto piso, en una finca sin ascensor», relata Cintia Noelia Cuevas, la madre del joven futbolista: «Ahora es Edu quien cuida de su padre y tiene que ir a los partidos solo. Es una mala época. Por eso, ahora su ilusión es ir a este torneo con la selección».

Eduardo levanta el balón tras controlarlo. | D.V.

Eduardo levanta el balón tras controlarlo. | D.V.

Viaje sin ayudas

Pero lo que debería ser una alegría se ha convertido en una pesadilla para esta familia paraguaya instalada en Ibiza. El pasado 10 de mayo, la Federación Española de Deportes para Sordos (FEDS) presentó una solicitud de declaración de concurso de acreedores a causa de su situación «inviable e insostenible desde el punto de vista económico». A causa de esta quiebra, la federación ha anunciado que no podrá asumir económicamente las participaciones en actividades internacionales y que, por tanto, la asistencia de deportistas y técnicos deberá correr por su cuenta: «En estos momentos la FEDS no puede garantizar subvención ninguna», ha señalado en un comunicado.

Esto ha caído como un mazazo en la familia de Edu, ya que entre los viajes, las dietas y el alojamiento, participar en el Torneo Europeo les costará 480 euros. Un gasto que supone un quebranto económico para esta familia. «Mi marido cobra una ayuda a la dependencia de 300 euros. Yo trabajo de ayudante de cocina, pero sostener a una familia con una sola nómina y con los alquileres de Ibiza… No nos podemos permitir este gasto».

La vida en el silencio

Edu nació sordo profundo de los dos oídos. En el año 2016, con cinco años, se trasladó con su familia de Paraguay a Ibiza. Aquí, los otorrinos descubrieron que tenía un resto de capacidad auditiva en su oído derecho, y que se le podía realizar un implante coclear. Este aparato, que se coloca mediante cirugía detrás de la oreja, transforma los sonidos en impulsos eléctricos que se envían al nervio auditivo y ofrece a la persona sorda una aproximación al sonido.

«Él no escucha como nosotros. Exactamente, no sé qué escucha, pero ahora ya puede hablar», explica Cintia: «Ha aprendido a hablar gracias a una logopeda. Está recibiendo mucha ayuda. También le visita una psicóloga. Apneef nos ayuda con las terapias».

Una visita a Ibiza del atleta paralímpico Javier Soto, campeón del mundo de 1.500 metros para sordos, fue el impulso que le animó a tomarse en serio su deporte favorito, el fútbol. Primero en el Sant Jordi, de donde saltó al Puig d’en Valls cadete con solo 13 años. «Gracias a la operación, Edu puede escuchar el pitido del árbitro. Juega con un casco protector de rugby, para que no se dañe el implante», explica Cintia. Mientras ella habla su hijo no para de jugar: levanta la pelota, la controlar con el muslo, la pincha con el empeine… la pelota siempre va pegada a sus pies, la pelota es su amiga.

«La vida no es fácil», relata Cintia, «vivimos de alquiler en una habitación. En el piso no hay nada adaptado para una persona como mi marido, que está en silla de ruedas. Estamos en un cuarto piso sin ascensor. Para sacarlo, lo tenemos que llevar a pulso. El otro día, de pura desesperación, bajó las escaleras arrastrándose. Esto el niño lo sufre. A veces, por rebeldía, se desconecta el implante. Quiere volver al silencio total, dice que es sordo y que no necesita hablar, pero debe aprender, lo necesitará para la vida».

Y mirando cómo Ed conduce la pelota, Cintia regresa a su obsesión: «Él me dice que quiere ir a este campeonato y debe ir, quiere jugar, debe jugar, tiene que ir. Si alguien nos echara una mano… algún patrocinador, alguna ayuda, lo que sea. Pero debe ir, se lo debo, lo necesita».

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