A los tumores cancerígenos les encanta y lo comemos todos los días

Comer mejor no cura el cáncer por sí solo, pero puede prevenirlo, mejorar su control, potenciar los efectos de los tratamientos...

A los tumores cancerígenos les encanta y lo comemos todos los días

A los tumores cancerígenos les encanta y lo comemos todos los días / Freepik

Jorge López

Jorge López

Entre las enfermedades más temidas de nuestro tiempo, el cáncer ocupa un lugar especial. Frente a esta amenaza, la medicina ha desplegado algunos de los tratamientos más sofisticados jamás desarrollados: radioterapias dirigidas, inmunoterapias personalizadas y células asesinas reprogramadas. Sin embargo, hay una palanca fundamental que sigue estando poco explotada en la lucha contra los tumores: la dieta.

Cada vez más investigadores coinciden en que lo que comemos podría influir en la progresión del cáncer e incluso en la eficacia de los tratamientos. Un artículo de revisión reciente publicado en Trends in Molecular Medicine explora este concepto de “nutrición de precisión”, que tiene como objetivo adaptar las dietas de los pacientes en función de la naturaleza de su cáncer y su perfil biológico.

El apetito insaciable de las células cancerosas

Las células cancerosas no se comportan como otras células. Su crecimiento descontrolado requiere mucha más energía que el de las células sanas. Por lo tanto, consumen cantidades masivas de glucosa, pero también ciertos aminoácidos (los componentes de las proteínas) y lípidos (grasas). Fue este metabolismo particular el que dio lugar a la idea de que, al privar a las células cancerosas de estos nutrientes esenciales, se podría frenar su progresión.

Varios experimentos realizados en animales han mostrado resultados alentadores. Por ejemplo, una dieta cetogénica (rica en grasas y baja en carbohidratos) reduce drásticamente la glucosa en sangre (el nivel de azúcar en la sangre) y parece retardar el crecimiento de tumores en ratones. Esta dieta conduce a una mayor producción de cetonas, moléculas producidas por la descomposición de las grasas, que las células normales saben utilizar, pero no las cancerosas.

La buena noticia es que las células normales pueden utilizarlas eficientemente como fuente de energía, a diferencia de las células cancerosas.

Otra vía que se está explorando es el ayuno intermitente o dietas bajas en calorías que obligan al cuerpo a recurrir a sus reservas. Aquí también se observaron beneficios notables en el crecimiento del tumor y en la capacidad del cuerpo para limitar las metástasis... en animales, al menos.

¿Por qué estos resultados tardan en aplicarse a los humanos?

Entonces, ¿por qué estas estrategias nutricionales no están ya integradas en los tratamientos convencionales? Porque, a pesar de su prometedor potencial, todavía carecen de validación clínica.

En humanos, los datos son escasos, los ensayos son pocos en número y a menudo de corta duración. La realidad es que los pacientes con cáncer suelen estar muy debilitados. Los tratamientos convencionales –quimioterapia, radioterapia– provocan pérdida de apetito, náuseas y fatiga. En este contexto, los médicos suelen preferir una instrucción sencilla: “come algo, cualquier cosa”, en lugar de imponer una dieta estricta y potencialmente frustrante.

Sin mencionar que cada cáncer es diferente. Algunos tumores son especialmente adictos a la glutamina, otros a la arginina o incluso a ciertos lípidos. Aquí es donde entra el concepto de nutrición de precisión: así como el tratamiento se adapta al perfil genético de un tumor, la dieta podría adaptarse a sus necesidades específicas analizando los marcadores metabólicos del paciente.

Por ello, los autores del estudio, Carlos Martínez-Garay y Nabil Djouder, investigadores del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNI), piden que se pongan en marcha ensayos clínicos a gran escala. Su visión es clara: utilizar los alimentos como palanca terapéutica complementaria, directamente vinculada a los avances en oncología molecular. Imaginan un futuro en el que los pacientes se beneficiarán de un “perfil alimentario personalizado”, diseñado en función de su microbioma, análisis de sangre y predisposiciones genéticas.

Lo que les gusta 'comer' a los tumores

El mensaje es, por tanto, matizado, pero potente: comer mejor no cura el cáncer por sí solo, pero puede mejorar su control, potenciar los efectos de los tratamientos y reducir los efectos secundarios. Una dieta bien pensada, adaptada al tipo de tumor, al metabolismo y al estado del paciente, puede convertirse en un auténtico aliado terapéutico.

Una de las vías más prometedoras es la reducción selectiva de ciertos nutrientes, empezando por el azúcar, en particular la fructosa , presente en muchos alimentos procesados. Algunos tumores cancerosos parecen depender especialmente de este azúcar para desarrollarse. Privarle de esta aportación podría así ayudar a ralentizar su progresión, manteniendo al mismo tiempo un buen equilibrio energético en el paciente.

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