EN 1968
El jesuita coruñés que estudió con el Papa: “Nos llevó en furgoneta a conocer Buenos Aires”
Paco Zanuy coincidió con el que después se convertiría en Papa Francisco en la capital argentina en 1968: “Era un compañero agradable, listo, inteligente y muy cercano”

El jesuita coruñés Paco Zanuy / Casteleiro/Roller Agencia / LCO
Marta Otero Mayán
Corría el año 1968, y Jorge Mario Bergoglio todavía no sospechaba que se acabaría convirtiendo en el Papa Francisco, uno de los pontífices más carismáticos y queridos de la Iglesia contemporánea. Por entonces, el joven Bergoglio estudiaba teología en Buenos Aires, su ciudad natal. Unos pupitres más allá, en la misma clase, estaba el jesuita coruñés Paco Zanuy, que hoy recuerda, desde el Centro Fonseca, los días en los que conoció al Papa antes de ser Papa: “Coincidí con él año y medio, era cinco años mayor que yo. Lo recuerdo como un compañero agradable, listo, inteligente y muy cercano”, cuenta Paco Zanuy.
Tras cumplir los años de noviciado, Zanuy recalaba en Buenos Aires desde Brasil para completar la obligada formación teológica de los jesuitas. El futuro Papa, el primero sudamericano, ejerció de buen anfitrión en la capital argentina y se puso al volante como guía de la ciudad que mejor conocía. “Fué precisamente él el que nos llevó en furgoneta a conocer Buenos Aires. Nos llevó por diversos barrios y nos explicó el entorno. Él tendría sobre 30 años. Recuerdo que nos llevó por el barrio de la Boca. Para nosotros, los españoles, entrar en Buenos Aires daba la sensación de volver a España”, comenta. De aquel paseo recuerda encontrar una ciudad “muy parecida a Roma y a Madrid”. “Volvíamos todos con acento argentino, es muy pegadizo”, comenta.
Con Jorge Bergoglio compartió año y medio de formación, tras la que se separaron sus caminos, aunque, confiesa, nunca le perdió del todo la pista. “Seguía su trayectoria cuando era arzobispo de Buenos Aires, porque en nuestra casa de ejercicios, aquí en Bastiagueiro, había unas religiosas argentinas que tenían relación directa con ellos, y siempre nos llegaban cosas, nos hablaban de su estilo”, cuenta Zanuy. El fallecimiento del Pontífice, hoy, a los 88 años, es un trance clave para toda la cristiandad, pero más si cabe para sus compañeros de orden, que nunca imaginaron que un jesuita acabase ocupando la silla de San Pedro.
El 13 de marzo de 2013, Zanuy vio con estupor cómo aquel compañero de las clases de Teología se asomaba al balcón del Vaticano convertido en cabeza de la Iglesia. “Me sorprendió. Nunca pensamos que un jesuita fuese a ser Papa. Lo que más me sorprendió fue verlo aparecer y que lo primero que hiciera fuese inclinarse y pedir la bendición del pueblo. En lugar de aparecer desde arriba, se presentó desde abajo. Y es la línea que ha seguido siempre. Esquivó todos los lujos del Vaticano”, valora. Una forma de vivir que se plasmó también en sus últimos días, participando activamente en las liturgias de Semana Santa y asistiendo a recepciones y visitas. “Era un poco cabezota. Dicen que no era muy buen paciente, quizá no debería haber tenido tanta actividad estos días, que ya no estaba bien”, reflexiona Zanuy.
Hoy se multiplican los mensajes de condolencia que elogian la sencillez de Francisco, su compromiso y cercanía con los vulnerables y sus reformas aperturistas en la Iglesia Católica, que le hicieron también blanco de críticas por parte de los sectores más conservadores. Para sus compañeros y fieles, esa impronta constituye uno de sus principales legados. “Creo que toda persona que hace algo que vale realmente la pena tiene reacciones por los dos lados. A veces se oían incluso insultos hacia él. Esa cercanía hacia los pobres, a los migrantes y a los presos, y su inclinación a visitar países con poca relevancia y con pocos cristianos, es algo que le ha definido bastante”, valora.
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