Club Náutico Ibiza | Un siglo de existencia

Club Náutico Ibiza: 100 años de un club que empezó sin sede

Triste coincidencia, el Club Náutico de Ibiza celebra dentro de unos días sus 100 años de existencia tal como empezó: sin un local propio y dependiendo de las sedes de otras asociaciones ibicencas para que sus socios se pudieran reunir. Tuvieron que pasar siete años hasta que, al fin, pudo contar con un edificio propio.

Veleros abarloados frente al club. | C.N.I.

Veleros abarloados frente al club. | C.N.I.

José Miguel L. Romero

José Miguel L. Romero

Ibiza

El Club Naútico Ibiza celebrará el próximo 27 de febrero su centenario de una manera muy parecida a como inició su andadura: sin sede, en precario y con un futuro incierto por delante. Recién aprobado por el gobernador civil el reglamento por el que se regiría el club, «los elementos» que componían esa sociedad se reunieron aquel día de 1925 en el local de La Marinería «con objeto de la definitiva organización y provisión de cargos», tal como recogió Diario de Ibiza. Porque, sin local propio aún, a la nueva sociedad náutica ibicenca no le quedaba más remedio que reunirse bien en el Casino (como hace ahora), bien en La Marinería («un auténtico sindicato de marineros»), que ya había sido el lugar de encuentro, el 18 de agosto de 1924, de la primera junta general de socios que aprobó su reglamento (aún sin el visto bueno del gobernador) y constitución, tal como explicó el historiador Felip Cirer en un reportaje publicado hace dos años en este periódico.

Embarcaciones del Club Náutico en una excursión a s’Espalmador. | C.N.I.

Embarcaciones del Club Náutico en una excursión a s’Espalmador. | C.N.I.

Su creación respondía a un movimiento surgido en 1922 que fue impulsado por la prensa local (como este diario) y que reclamaba la constitución de un club náutico en la isla, para lo cual se instaba a la sociedad más importante de entonces, el Casino de Ibiza, a que promoviera ese proyecto. A paso lento, dos años después, y en la sede de la Cruz Roja, se elegía a su primera junta directiva, encabezada por Francisco Costa Torres, su primer presidente. Costa era hijo de torreros de faros y fue capitán de la Marina Mercante hasta que en 1913 fue nombrado práctico del puerto de Ibiza. Sabía lo que era el mar y navegar en él.

Un velero navega frente a la entidad. | C.N.I.

Un velero navega frente a la entidad. | C.N.I.

Pero, tras aquella constitución como entidad náutica, tras aquel arranque impetuoso, hubo un largo parón, como explica Pere Vilàs Gil en ‘Ara fa 75 anys’, el libro editado en el año 2000 por el Club Náutico Ibiza con motivo del 75 aniversario de su creación: «Sea por lo que sea, la verdad es que no tenemos más noticias del Club Náutico hasta finales del año 1928. Era tan escasa la actividad que incluso hasta 1928 se organizaron unas nuevas regatas de remo sin la participación del Club». La entidad estaba «en periodo de calma, de nula actividad, e hizo falta el entusiasmo de unos jóvenes para hacerlo salir de su somnolencia».

Fachada principal del Club Náutico Ibiza durante un día de fiesta. | C.N.I.

Fachada principal del Club Náutico Ibiza durante un día de fiesta. | C.N.I.

La construcción de la sede fue una odisea similar a la de El Escorial. En marzo de 1925, Es Diari dice haber visto ya «los planos [del edificio] presentados por el ayudante de Obras Publicas Sr. [Martín] Guasp»; «Elegante, espacioso, dotado de confort y lujo», lo califica el periódico. Un año más tarde, en el pleno que celebra Vila el 12 de abril de 1926, se da el visto bueno al proyecto: «Se acuerda informar que por esta Corporación no hay inconveniente en que se autoricen dichas obras», solicitadas por Francisco Costa para construir el edificio que se convertiría en el domicilio social de la entidad y «una banqueta asociada al talud del terraplén que forma el Astillero [de la familia Matutes] del puerto de esta ciudad».

Francisco Costa, el primer presidente del Club. | C.N.I.

Francisco Costa, el primer presidente del Club. / | C.N.I.

El largo camino hasta la sede

Pero hasta un año más tarde, en julio, la Gazeta de Madrid (el actual BOE) no publica la autorización para construir el edificio y el muelle adosado al terraplén del Astillero. «Comenzaba —según Cirer— una nueva etapa, la de la financiación de las obras»… del particular El Escorial ibicenco, pues hasta tres años después, el 17 de julio de 1930, no dieron comienzo: «Ayer dieron principio los trabajos para la construcción del edificio que por encargo del Club Náutico va a levantarse en el solar que tiene dicha sociedad en el Astillero del puerto. Por de pronto, se construirá un salón para café, waters [retretes], cuarto de baños y cocina». «Se dejó para más adelante una segunda fase», en la que se incluirían ya «las terrazas, vallado...», especifica Vilàs. Porque no había dinero para todo. Ante tal noticia, las embarcaciones de socios pertenecientes al Club «aparecieron engalanadas con banderas», tal era «el júbilo» que reinaba. El Club aportó (echando mano de caja) las 5.800 pesetas que costaría esa fase, para posteriormente lanzar acciones de 25 pesetas con el fin de «cubrir lo que falte». Lo que faltó superó las 15.000 pesetas, que se tuvieron que pedir en préstamo pocos meses más tarde. Aunque el edificio no era demasiado grande, su construcción se alargó otros dos años, y eso que en aquella época los levantaban a una velocidad de vértigo… cuando había dinero para pagar, claro.

Si la constitución del Club Náutico tuvo lugar en plena dictadura del general Primo de Rivera y reinado de Alfonso XIII, la inauguración de la sede social se celebró un año después de la proclamación de la Segunda República, el lunes 15 de agosto de 1932: «Una mañana luminosa de agosto, pletórica de optimismo. El edificio del Club Náutico soberbiamente engalanado, banderas al viento, alegría, anticipo de la fiesta. (…) Sol, mar azul, fresca brisa que acaricia, entusiasmo que invade toda la casa...», fue como Diario de Ibiza describió el ambiente de aquella jornada.

Sin bendición

No todo salió como quería el Club. Por ejemplo, el obispo, Salvio Huix, no pudo bendecir el nuevo edificio porque el gobernador civil, mediante un telegrama enviado esa misma mañana a la alcaldía a las 11 horas, lo prohibió: «El acto debe ser laico», decía en él, siguiendo así el ordenamiento básico de la República. Su Constitución declaraba el laicismo del Estado. Aun así, el presidente del Club y sus directivos fueron al Palacio Episcopal para solicitar al obispo que al menos asistiera a la inauguración, a lo cual este «declinó», según Vilàs, posiblemente para evitar un enfrentamiento con el poder civil.

«No faltaban respetables damas y elegantísimas señoritas que daban gran realce al acto, multitud de sportmans [sic] extranjeros, lindas turistas que imponían una nota simpática y cosmopolita», dibujaba el reportero en su crónica, sin que se sepa cómo sabía diferenciar entre mujeres respetables y las que no lo eran. Apadrinaron el acto «la bella y distinguida señorita Pepita Costa [hija del presidente del club] y el Sr. Marqués de Rabat», que descorrieron, al estirar de unas cintas, las banderas española e ibicenca, a la vez que quedaba al descubierto el rótulo de la entidad sobre la puerta principal. Las primeras palabras de Francisco Costa fueron para explicar a los presentes por qué el obispo no estaba allí. Las segundas, para decir que al fin tenían sede: «Ya tenemos el local para esta sociedad», tras muchos sudores.

Aquel marqués había llegado un año antes a las costas pitiusas a bordo del yate ‘Simone’ e, «ilusionado con el proyecto del edificio social del Club Náutico y vistos los inconvenientes económicos que retrasaban las obras, decidió colaborar con un donativo de 200 pesetas», detalla Vilàs. Dado que el castellano del marqués no debía ser fluido, una tal Farnie, megáfono en mano, leyó el discurso del noble traducido a la lengua patria. En él recordó que un año antes, cuando viajaba en su barco entre Argel y Francia, se vio obligado por una tempestad «a buscar refugio» en Ibiza. Lo «quiso el azar». Y como le encantó ser padrino, compensó ese nombramiento honorífico con un par de regalos, entre ellos un aparato de radiotelefonía.

Traca final

Se soltaron palomas, hubo disparos de fogueo al aire a modo de salvas, refrescos para los asistentes, un lunch «servido con todo detalle y pulcritud», tocó la banda municipal, hubo baile nocturno en el que tocaron la Orquesta Seguí («siendo en gran número las parejas que danzaron hasta hora avanzada») y el Orfeó Ivisenc [sic], y, cómo no, fuegos artificiales y una traca final. Lo que también salió mal fue la regata programada, cancelada por «la disconformidad de los participantes con los premios», explica Vilàs en ‘Ara fa 75 anys’.

El cronista de Es Diari quedó encantado con el edificio, la única prueba descriptiva que queda de la distribución de su interior: «El salón principal es verdaderamente espléndido. Hay además cantina, cocina, lavabos, waters, cuarto de baño, ducha, etc. Cuenta con una salita para secretaría y biblioteca, y desde la azotea, o terraza alta, se dominan bellísimos panoramas».

Paso a paso, ya en 1933 se completan las instalaciones con un varadero para las embarcaciones de los socios; en 1934 se decide poner una luz indicadora de la zona de fondeo asignada al Club, y en abril de 1936 Luis Prats Riera toma el relevo de Costa al frente de la entidad (con el capitán Miquel Tuells Riquer de vicepresidente) y se programa para el 18 de julio de aquel año una excursión a s’Espalmador… Fue la última hasta muchos, muchos años después. Justo aquel día estalla la Guerra Civil, a la que el Club Náutico no fue ajena: «El resultado fue un radical abandono de todo: se dejaron de pagar las cuotas, nadie acudía al local, la última directiva se inhibió de toda actividad y, poco a poco, el polvo, la falta de mantenimiento y de atenciones degradaron el local que tanto esfuerzo había costado levantar. Todos tenían miedo», cuenta Vilàs. Algunos socios y miembros de la directiva, como su vicepresidente, Tuells, fueron asesinados. Y el comandante militar ordenó instalar en la terraza una ametralladora antiaérea para defender a la población de los ataques aéreos. Al acabar la guerra, el estado del Club, «del edificio y de la misma sociedad, era tan lamentable que costaba pensar que algún día tuviera remedio».

Lo tuvo. De peores circunstancias que las actuales levantó, como ave fénix, el vuelo.

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