COP 29

¿Es bueno el pacto de Bakú? 5 claves para entender cómo se ha logrado (y por qué no ha llegado más allá)

El acuerdo sellado en Bakú triplica la cuantía movilizada hasta ahora, pero está radicalmente por debajo de lo que reclaman los países del sur global

Tanto el presidente del encuentro, Mukhtar Babayev, afirma que este es el mejor acuerdo posible en unos tiempos tan convulsos

El presidente de la COP29, Mukhtar Babayev

El presidente de la COP29, Mukhtar Babayev / EP

Valentina Raffio

Las expectativas eran altas para la cumbre del clima de Azerbaiyán, que desde un principio prometió poner sobre la mesa la cifra más grande hasta la fecha para hacer frente a la crisis climática en el sur global. El debate sobre cómo lograrlo, cuánto dinero exacto había que movilizar para la causa, de qué forma y, sobre todo, quién debía asumir la factura del caos climático en las zonas más vulnerables del planeta ha protagonizado un acalorado y tenso debate en Bakú y finalmente, contra todo pronóstico, cuando muchos lo daban todo por perdido, la pasada madrugada del domingo se consiguió cerrar un acuerdo tras una extenuante jornada de negociaciones a contrarreloj.

Estas son las claves para entender qué se ha pactado en la cumbre del clima de Bakú, por qué es importante y por qué no se ha podido ir más allá.

La cifra: 1,3 billones para 2035 de los cuales 300.000 saldrán de los bolsillos de los países desarrollados

La cifra que finalmente se ha puesto sobre la mesa incluye un doble llamamiento: por un lado, se pide a “todos los actores públicos y privados” de todo el globo que den un paso adelante, de forma voluntaria, para movilizar al menos 1,3 billones (con b) de dólares al año para 2035 y, por otro lado, se explicita que los países desarrollados (los más ricos y contaminantes del planeta) deben aportar al menos 300.000 millones de dólares de sus bolsillos para la causa. Esta cifra supone el triple de lo movilizado hasta ahora pero, aún así, sigue estando muy por debajo de las peticiones lanzadas por los países del sur global, que iban desde un mínimo de 500.000 millones hasta un máximo de un billón al año por parte de los estados desarrollados. El debate sobre esta cifra en concreto estuvo a punto de hacer saltar el acuerdo por los aires después de que los países en vías de desarrollo abandonaran la sala de negociación para denunciar que sus peticiones no estaban siendo escuchadas. Finalmente, las partes aceptaron a regañadientes esta cifra y sellaron un acuerdo.

La base de donantes: países desarrollados, economías emergentes y sector privado

Una de las grandes novedades del acuerdo de Bakú es que, a diferencia de sus predecesores, lanza un mensaje generalizado a "todos los actores públicos y privados" del mundo para que den un paso adelante y contribuyan a la causa. En este llamamiento se apela, entre líneas, a las entidades financieras, los bancos multilaterales de desarrollo y, en general, a todo el sector privado. Y aunque se explicita que el grueso del compromiso financiero debe ser asumido por los países desarrollados, como Europa o Estados Unidos, también deja la puerta abierta para que otras economías favorecidas colaboren con la causa. En este paraguas entraría, por ejemplo, China y los países del Golfo. Aunque en este caso, ni se explicita una obligación concreta de colaborar ni se fija una cuantía. Esta cuestión también ha protagonizado un acalorado debate en la recta final de la cumbre, ya que los Veintisiete, incluida España, defendieron que estos estados, que actualmente destacan como grandes contaminadores, también debían asumir parte de la carga de la factura del caos climático.

Búsqueda de "alternativas de financiación": impuesto a las grandes fortunas, la aviación y los combustibles fósiles

En el acuerdo sellado en Bakú se explicita por primera vez la necesidad de "explorar alternativas de financiación" para llegar al billón de dólares anuales que necesita el sur global para sobrevivir ante los extremos climáticos. Bajo este eufemismo, que para algunos podría resultar algo confuso, se apela a todas aquellas propuestas reclamadas por multitud de expertos como, por ejemplo, crear un impuesto del 2% para las grandes fortunas del planeta. Se estima que una iniciativa así aplicada a las 3.000 personas más pudientes del globo lograría sumar hasta 250.000 millones de dólares al año para la causa climática. También hay quien aboga por impuestos específicos para sectores especialmente contaminantes como la aviación, el transporte marítimo o la extracción de combustibles fósiles. A lo largo del encuentro de Bakú han sido muchas las voces que se han mostrado favorables a este tipo de iniciativas, desde el secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, hasta el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez.

La estructura del fondo: un núcleo de fondos públicos y la colaboración del sector privado

Una de las cuestiones por las que más han luchado los países del sur global, más allá de una cifra concreta, ha sido la estructura misma de estos fondos climáticos. La petición unánime era que esta iniciativa estuviera compuesta en su mayoría por fondos públicos y, de forma secundaria, por iniciativas privadas. Todo ello para evitar que el dinero se entregara en forma de préstamos y, así, agravara aún más la situación de endeudamiento de los países en vías de desarrollo afectados por un aumento exponencial de los desastres naturales. En el acuerdo final de Bakú se habla de la necesidad de movilizar fondos tanto enteramente públicos como "iniciativas de tipo privadas impulsadas con el respaldo del sector público". Según denuncian entidades como Greenpeace, la redacción misma del texto es demasiado vaga y confusa deja la puerta abierta a "la entrega de créditos que acabarán por empobrecer aún más al sur global".

El contexto geopolítico: el gran escollo para "ir más allá" en estos acuerdos

La firma del pacto de Bakú sobre finanzas climáticas deja, para muchos, un sabor amargo. En gran parte porque, pese a lo prometido en un principio, este encuentro no logró sellar un compromiso ni más sólido ni más ambicioso para ayudar al sur global a hacer frente a los estragos climáticos. El presidente de la cumbre de Bakú, Mukhtar Babayev, se pronunció sobre esta cuestión afirmando que "este es el mejor acuerdo que se podía conseguir en un año de tanta fragmentación geopolítica". Una idea bajo la que se engloba desde el fantasma de Donald Trump y la amenaza de que retire a Estados Unidos de todos los acuerdos internacionales en materia climática hasta la escalada bélica creciente en oriente medio y Europa del este. En este sentido también se posicionó Antonio Guterres, secretario general de Naciones Unidas, quien dijo que "si bien esperaba un acuerdo más ambicioso, agradezco el esfuerzo de los países para llegar a un consenso en un momento tan convulso de la historia". "Este acuerdo no es un punto y final, sino un comienzo sobre los he seguir construyendo", declaró anoche tras la firma del pacto de Bakú.

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