In memoriam

Veinte años sin Raymond Andrés

Hoy se cumplen 20 años del fallecimiento del músico y maestro de músicos Raymond Andrés.

Raymond Andrés, de joven, en Ibiza. | ARCHIVO FAMILIAR

Raymond Andrés, de joven, en Ibiza. | ARCHIVO FAMILIAR

Miguel San Miguel Fuster

Estimado maestro!

Ya han pasado veinte años desde tu partida aquel 7 de noviembre de 2004.

Veinte años sin tu alentadora presencia. Te instalaste en el Puerto de San Miguel en 1978 y estuviste con nosotros durante 26 años consecutivos… y ahora ya son veinte años sin tu voz entusiasta, sin tu optimismo contagioso, sin tu influencia que iba siempre directa a nuestros corazones, como sólo saben hacer los verdaderos maestros.

Veinte años sin tu conmovedora integridad… sí, esa conciencia pura y firme que dirigía tu camino y lo engalanaba de coherencia, propósito y honestidad.

Llegaste a esta isla porque un día caíste abatido por el estrés y exceso de trabajo, así como por la decepción ante la incompresión y la falta de escrúpulos que vivías a tu alrededor en tu trabajo como compositor en la televisión belga; llegaste hasta aquí porque un día todo se tornó frío y sin sentido; porque ante tal injusticia sólo encontraste refugio en ti mismo, en tu adorada Anita, tu nieta Melinda y en esta isla perdida del Mediterráneo. Porque un día todo parecía desplomarse… llegaste a esta isla, que te dio la paz que necesitabas para volver a ser tú y rencontrarte con las ganas de vivir y de crear.

Maestro, esa isla a la que te encomendaste para renacer y que tanto alimentó tu nuevo amanecer ahora te echa de menos pues te supiste hacer querer. Supiste dejar una huella indeleble en lo más hondo del corazón de quienes te conocimos y tuvimos la suerte de recibir no sólo tus conocimientos fruto de tu larga experiencia musical, sino sobre todo tuvimos la suerte de recibirlos con el entusiasmo y la fe en tus alumnos con la que ejercías tu docencia.

Todas tus correcciones musicales y técnicas a tus alumnos, estaban teñidas de respeto y positividad; convertías algo que otros profesores hubieran censurado en el alumno en un halago a su idiosincrasia particular para inmediatamente después dar al alumno una forma de encauzar mejor su técnica y su musicalidad natural, pero siempre respetando y admirando la personalidad e individualidad particular de cada estudiante.

Para ti, Raymond, cada alumno y cada clase era una oportunidad única e irrepetible, cada alumno y cada clase representaban un volver a empezar desde cero, sin dar nada por hecho, cada alumno suponía tener que adaptarse a un ser único y singular y por lo tanto era una labor creativa colosal y suponía una aceptación de esa idiosincrasia del alumno, que tú, Raymond, siempre sabías ver con tu aguda visión psicológica, como rasgos relevantes y únicos de una individualidad absolutamente válida, respetable, digna y única, y disfrutabas alentando su crecimiento, como el jardinero que cuida y alimenta con amor una especie única, autóctona e irrepetible de su jardín o como el padre que acepta y se asombra ante el carácter y la particular personalidad de sus hijos y los respeta, alienta y promueve para que crezcan, se hagan fuertes y se conviertan en quienes verdaderamente son.

Los alumnos salíamos de tus clases con más conocimientos, sí, pero, sobre todo, con una mayor aceptación de ese individuo único e irrepetible que cada uno de nosotros somos, pero que tan necesario es que alguien nos ayude a ir integrando en nuestra personalidad en formación, dándonos ese respeto, aceptación y reconocimiento tan necesarios… tal era tu ideal, Raymond, y tengo que decirte que jamás he visto en ningún otro profesor una fe tan profunda, verdadera e inquebrantable en el mundo infantil y en su potencial.

Tu fe y optimismo hacia los más pequeños te hacían decir que para ti «cada alumno es potencialmente un Mozart», queriendo expresar con eso tu profunda convicción de que cualquier niño o niña, si lo encauzas correctamente desde bien temprano, puede llegar a convertirse en un genio, pues para ti el gran secreto era permitir que esa genialidad que ya tienen en temprana edad no se pierda… que esa inocencia y falta de miedos que muestran los niños, no se pierda con el paso del tiempo, en eso consistía básicamente la educación de la verdadera creatividad.

Después de tu etapa de estudiante en tu Bruselas natal y la Academia Sibelius de Helsinki, pasaste en tu periplo vital por la fase de producción y creatividad musical en la televisión belga, para finalmente y ya en nuestra isla, dedicarte a la transmisión pedagógica de tu experiencia musical y vital. Y la gran depositaria de esta labor pedagógica a la que te encomendaste en cuerpo y alma prácticamente durante el último tercio de tu vida, fueron los muchísimos estudiantes de música de Ibiza que acudieron a ti en esta isla donde poco a poco, desde la paz que ella y sus fondos submarinos te daban, fuiste emergiendo para realizar esa labor pedagógica hacia la que te sentías llamado en cuerpo y alma y que veinte años después de tu partida, seguimos recordando con agradecimiento.

Estoy convencido de que no hablo sólo por mí mismo, sino por la mayoría de alumnos que te conocieron, y creo que la gran mayoría de ellos no te olvidan y albergan un profundo agradecimiento por todo lo que recibieron de ti y se harán eco de mis palabras.

Gracias, maestro, por ayudarnos a creer más en nosotros mismos; gracias, maestro, por habernos dado lo mejor de ti mismo; gracias, maestro, por haber creído más en nosotros de lo que a veces creímos nosotros mismos; gracias, maestro, por habernos hecho ver que somos únicos e irrepetibles; gracias, estimado maestro, por todo lo que nos diste. La memoria de tu paso por esta isla no puede caer en el olvido. Tu paso por esta isla fue una verdadera bendición para la música y para tantos alumnos que, se dedicaran o no a este arte, sea como fuere tuvimos el privilegio de recibir ese hechizo musical que sólo los verdaderos magos de la música y de la vida saben infundir en todo lo que tocan. ¡Gracias Maestro!

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