Agricultura
Diario de la única (y diminuta) cosecha de ‘xeixa’ de Ibiza
2024 será recordado en el mundo agrario pitiuso por la extrema sequedad. En invierno apenas cayó una gota, de manera que los cultivos de secano se vieron mermados. Los de cereales más que eso: ni siquiera ha habido cosecha. En los campos dedicados al trigo o a la cebada el paisaje era desolador, casi lunar: sus superficies llevan meses resecas, sin vida, agostadas. El trigo no creció ni un palmo. Ni los matojos fueron capaces de prosperar.
En realidad, sí ha habido una cosecha. Pero ha sido ínfima y fruto del empeño de una agricultora, Cristina Franco, propietaria de Raíces de Ibiza, que siente pasión por sus semillas de xeixa y mollar roig. Obtener apenas 40 kilos de xeixa («es una ruina, pero tengo mi semilla», reconoce) le ha costado sudores, pues ha tenido que luchar contra viento y marea. Este es el diario del mes que ha invertido en recolectar sus cotizados granos de trigo. Su particular oro.
30 junio: «No hay cosechadoras».
«Se me ha complicado todo muchísimo», se justifica cuando devuelve la llamada telefónica días después del primer intento de esta redacción por contactar con ella. «Mi cosecha estaba lista para ser recogida desde hace un par de semanas, pero no hay cosechadoras disponibles porque todas están desmontadas al no haber este año cereales. Hay una que incluso está pendiente de pasar la ITV. La opción que me queda es recolectarla a mano. Bueno, ya lo hice en otras ocasiones», explica. Está dispuesta a hacer ese esfuerzo con tal de salvar la cosecha. Tiene una finca en Sant Carles que dedica al cultivo de xeixa, el trigo tradicional de Ibiza, que emplea para hacer pan y luego venderlo en mercadillos. Conservar esa semilla, que lleva cultivando (junto a la de mollar) desde hace 12 años, es cuestión de vida o muerte para ella. Aún mantiene la esperanza de que la Cooperativa de Sant Antoni le mande su maquinaria: «No imaginas lo que me está costando. Me han dicho que quizás pasen el martes, pero que el problema es ir de Sant Antoni a Sant Carles a 10 kilómetros por hora».
Mientras, las torcaces se están poniendo las botas con su grano, el poco que este año ha podido obtener: «He conseguido esta cosecha porque soy una loca. Sembré en diciembre, como siempre, pero no llovió y no creció, ni a mí ni a nadie en la isla. Pero en marzo me enteré de que venía un frente lluvioso. Hice una locura: sembré por si acaso. Remojé la semilla y sembré una hectárea a mano, con la creencia de que al día siguiente llovería. Llovió y germinó el trigo».
«Reconozco que la idea de conservar esta semilla es cabezonería por mi parte. Pero es que es pura genéticamente. Yo hago pan con ella. Para mí es oro», comenta sobre su tozudez. «No soy agricultora al 100%. También proceso, hago panes y otros productos y los vendo. No me gano la vida cultivando sólo la xeixa. También soy profesora de cocina, cocinera privada…». Afirma que no ha pedido ni una ayuda pública en 12 años: «Para no volverme chalada con el papeleo, que hay mucho. No llego a cubrirlo todo, trabajo sola». Es multifacética, multidisciplinar, multiespídica… Y muy cabezona. Tendrá su xeixa, sea como sea: «La cultivo por pasión. Consideran que estoy loca porque me va a salir más caro que me manden la cosechadora que lo que voy a sacar por el cereal recolectado». Pero le da absolutamente igual. Le instan a que deje la semilla en el campo, como materia orgánica para el suelo; que labre encima: «Pero para mí es muy importante recogerla, es mi semilla, la conservo desde hace muchos años. Empecé a recuperar la semilla en 2012».
«Reconozco que la idea de conservar esta semilla es cabezonería por mi parte. Pero es que es pura genéticamente. Yo hago pan con ella. Para mí es oro»
Recuerda —lo que son las cosas, lo que es el clima, lo que es la vida— que hace tres años nadaban en abundancia en el campo: «Y ya ves. En 2023 ya escaseó la semilla al haber problemas con la sequía. Este año, nada, cero. Por eso, si no salvo la mollar… De xeixa aún hay gente que tiene». Lucha por mantener la xeixa porque «si no se consume, desaparecerá. Por eso es tan importante comprar producto local».
5 julio: desesperación.
Le han comunicado que la cosechadora no se desplazará hasta Sant Carles. Muy lejos y, además, sus terrazas tienen mucha pendiente. Es un riesgo, sobre todo para tan poca semilla: «Dejarla tirada en el campo me sabe fatal. Estoy intentando recogerla a mano. Casi es más complicado recoger trigo que cultivarlo», se queja. Aún alberga esperanzas, aunque mínimas, pues ha encontrado otra cosechadora. Quizás se animen a montarla (todas las de la isla están desmontadas este año porque no hay nada que cosechar) e ir hasta allí desde Ibiza. Pasa por momentos de desesperación: «He llegado a pensar que no podré recogerla y que lo perderé todo».
8 de julio: a mano.
No, no fue finalmente ninguna cosechadora: «He conocido a un joven ibicenco. Se llama Samuel, cultiva fresas. Es un máquina. Desbrozaré y llevaré el trigo a su casa cargado en mi furgoneta para que separe la semilla. Me dará luego el grano. Con la semilla que quede en la tierra, pues no podré desbrozar toda la hectárea, roturaré. Será como si la sembrara. A lo mejor, así recupero un poco de grano cuando lleguen las primeras lluvias», suspira. Quizás no esté todo perdido.
11 de julio: guardada bajo tierra.
Ya ha desbrozado el campo: «Tengo lo recogido en sacas». Luego, el tractor, con una sembradora, pasó dos veces por cada una de sus terrazas: «Así, la semilla se entierra, pero no en la capa superficial, sino más profundamente. De esa manera evito que se las coman los insectos y los pájaros. Es como mejor guardada está para que cuando vengan las lluvias de finales de agosto (aunque he de reconocer que sería como un milagro que eso ocurra) germinen. No obstante, ya estoy pensando en preparar la tierra para sembrarla en noviembre o diciembre».
25 de julio: la cosecha en ‘tuppers’ en la nevera.
Reconoce que pasaron tantos días (varias semanas) desde que el grano estaba listo, que ha perdido buena parte de la cosecha: «Se la comieron las torcaces». En una hectárea ha recogido apenas unos 40 kilos (cálculo aproximado, pues no tiene peso; quizás sean 25, no lo sabe con exactitud) de blat xeixa (trigo blando, perfecto para hacer pan) y unos 15 kilos del mollar roig (duro, idealpara dar un toque dorado al pan): «Los metí en una bolsa grande, la llevé a casa de Samuel. Él entiende lo que esa semilla significa para mí. No es una semilla normal. Es mi semilla». Reconoce que esa cantidad «es una ruina», pero aun así supone un tesoro para ella: «Ya sabía que esta cosecha no me sería rentable, pero quería recuperar todo lo que pudiera. Soy una romántica; también soy consciente de que lo que los agricultores miran es la producción. El trabajo de pagès es, hoy en día, muy complicado. Sin agua, ni los cereales, que son de secano, prosperan si no cae una gota en invierno».
«Ya sabía que esta cosecha no me sería rentable, pero quería recuperar todo lo que pudiera. Soy una romántica"
Pero ya hace cálculos, quizás un poco como en el cuento de la lechera. Con 25 kilos le da para sembrar una de sus cuatro terrazas de 2.500 metros cuadrados: «Ya tengo casi para dos terrazas. Y como una cosecha buena se multiplica por ocho, de 25 kilos podría sacar 200 kilos en una terraza. En dos terrazas, unos 400 kilos». Si todo va bien, si no hay contratiempos. Ha guardado la semilla dentro de la nevera, en tuppers bien cerrados y bien llenos «para que no entren plagas ni gorgojo».
Dentro de seis meses quizás pueda respirar aliviada, recomponer su semillero y recordar lo vivido este año como una pesadilla pasajera. De momento sólo tiene unos puñados de semillas y esperanza.
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