Colectivos vulnerables
"José vivía en la calle, pero su corazón era de oro": Arrels recuerda los 400 muertos invisibles de Barcelona
Esta entidad, que atiende personas sin hogar, denuncia que quienes duermen al raso viven 27 años menos que el resto
Elisenda Colell
Sus muertes pasan desapercibidas. Nadie les llora cuando los funerarios tapian sus nichos. Unas lápidas grises, frías. Sin tan siquiera un nombre. Poco se sabe de las muertes de los que duermen, o han dormido, en las calles de Barcelona. Tampoco es fácil reconstruir su historia. Contaron poco de su pasado, difícil de digerir. Y los que saben de sus penurias, a veces prefieren olvidarlas. El recuerdo duele demasiado para seguir adelante. Pero la fundación Arrels insiste en que las almas de los que han vivido en la calle merecen ser recordadas.
En un acto contra la desmemoria y el escepticismo, cada otoño destapan los nombres y las vidas de las personas sin hogar que han muerto a lo largo del año. Este 2022 han sido 80, y sus nombres se han postrado la tarde de este miércoles frente a la Catedral de Barcelona. El año pasado fueron 69. Son 400 vidas desde 2016, cuando empezaron a contarlas. Uno de ellos era José Hernández, un hombre que logró salir de la calle, pero jamás consiguió su sueño: poder reencontrarse con sus hijos. "Cuando me acuerdo de él, se me ponen los pelos como escarpias. Vivía en la calle, pero tenía un corazón de oro", recuerda Francisco Mora, un amigo.
José Hernández era 'Don José' para los amigos. Nació en Murcia y en Barcelona tenía pocos, pero buenos. Uno de ellos, Francisco, 'Fran'. Un hombre que lleva más de una década viviendo en la calle. En el asfalto de la capital catalana fue donde los dos amigos se conocieron. "Es la amistad más pura, la de verdad... allí nadie miente, nadie está por encima del otro", explica. "Era mi mánager, mi consejero. Me ayudaba en todo lo que podía, y yo también a él", sigue.
Antes de estar en la calle, José había formado una familia. Tenía dos hijos, que vivían en la provincia de Barcelona. Su trastorno de salud mental, empeorado por la adicción al alcohol y la falta de tratamiento y diagnóstico, le llevó a abandonar su hogar. "Él a veces se culpaba mucho, que había sido un mal padre... pero lo que nosotros conocimos de él fue una bellísima persona, nos tenía el corazón robado a todos", cuenta Maribel Balufo, trabajadora social de la Llar Pere Barnès, un centro de Arrels donde viven algunas personas que han dejado la calle. José era de los pocos usuarios a quienes los trabajadores dejaban entrar en sus despachos. "Se sentaba allí y nos hacía compañía...", recuerda Balufo.
José estuvo allí 14 años. Murió el 22 de marzo de 2017, a los 68 años, 14 menos que la media de la ciudad. "Nos lo encontramos muerto por la mañana, en la cama, no se levantaba. Fue un ataque del corazón, muy repentino. A raíz de haber estado 12 años en la calle y la adicción al alcohol tenía muchos problemas de circulación y movilidad", cuenta Balufo.
"Yo lo pasé muy mal cuando se murió", recuerda Mora. Aún hoy se emociona. Eran un dúo inseparable. Mora calmaba a Hernández cuando éste, por su trastorno de salud mental, se agobiaba o tenía pensamientos paranoides. Hernández le escuchaba, pero sobre todo, le decía las verdades a la cara. "Me acuerdo de un día que nos medio enfadamos y el tío me lanzó una piedra. Yo me giré y él me dijo: 'venga, ven aquí, qué te pasa. A ti te pasa algo'... y me desahogué", explica.
Reencuentro frustrado
Pero su principal frustración eran los hijos. "Desde que entró en la 'llar', y empezó a recuperarse, se metió entre ceja y ceja que quería reencontrarse con sus hijos", cuenta Balufo. "Para él era muy importante, se acordaba mucho de ellos", sigue Francisco. La entidad dio con su cuñada, que a su vez avisó a sus hijos. El menor tenía el mismo trastorno que el padre. El mayor agradeció que Arrels se hiciera cargo de él, pero jamás quiso saber nada. "Para él fue duro... a veces se culpaba, a veces se enfadaba", explica la trabajadora social. Nadie de la familia asistió a su entierro. Sólo los empleados de Arrels y sus amigos del asfalto.
El mejor costurero
También le recuerdan en el taller La Troballa, un centro ocupacional de Arrels. "Siempre sonreía, era una persona tan agradable...", cuenta Ana Rodríguez, educadora social. En este centro están habituados a la pérdida. Salah murió en 2021 también de muerte súbita a los 65 años tras más de ocho años en la calle de Barcelona. Era argelino y vino a Europa a buscar un futuro mejor. "Que Dios lo tenga en su gloria", pide Alí, paisano suyo y amigo. Le cuesta recordarle. "Es que cuando murió, yo veía su cara por todas partes... lo pasé muy mal. Era una buenísima persona", se sincera. Los usuarios del taller escribieron cartas a su familia y lograron repatriar el cadáver a su país. "Recuerdo sus silencios, que hablaban por él. Y sus sonrisas, siempre dispuesto a todo", explica Josep Maria, voluntario del taller. Sin él, La Troballa ya no es lo mismo. Lo corrobora Rodríguez. "Era el mejor costurero que hemos tenido nunca. Desde que no está, hemos dejado de hacer muchos productos... nadie maneja la máquina de coser como él lo hacía".
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