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Mercadillos de Ibiza: Rastro entre amigos en Sant Jordi

El mercadillo del pueblo se celebra todos los sábados en el hipódromo, en los que turistas y residentes pueden encontrar todo tipo de productos de segunda mano, desde libros, joyas o ropa pintada a mano hasta ‘senallons’ y figuras de esparto

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Irene Vilà Capafons

Libros, ropa, joyas, antigüedades y decoración son solo algunos de los muchos productos que se pueden encontrar este sábado en el mercadillo de segunda mano de Sant Jordi. Bajo sombrillas y toldos improvisados, los vendedores se resguardan del calor.

Patrick Bott es uno de ellos. Decidió vender libros cuando se jubiló como profesor hace diez años: «Ahora me dedico solo a venderlos y voy a vaciar bibliotecas porque hay gente que no sabe qué hacer con ellos». Bott ofrece libros en varios idiomas: catalán, castellano, francés, inglés y alemán y de gran variedad temática. Además, busca libros por encargo de la clientela, ya que dispone de un almacén para guardarlos.

«Esto ha llegado sin un proyecto definido. Al principio era solamente la costumbre de venir aquí los sábados para hacer vida social y encontrarse con gente», explica. «No son clientes, son casi amigos de la literatura», afirma con alegría. «A diferencia de otros mercados como Las Dalias o es Canar, aquí no se pueden vender cosas nuevas, todo es de segunda mano», explica Bott. «Busco que la obra no solo me guste a mí, sino que pienso en qué le puede gustar a la gente», reflexiona el vendedor que asegura que los libros de bolsillo son los que más se venden. «Soy como un pasador de libros», añade entre risas, en referencia a que hay clientes fieles que intercambian sus ejemplares por otros.

Mario Lozano lleva tres años en la isla y, desde el primer día, vende en Sant Jordi «porque es muy buen mercado, de los mejores». Este madrileño fabrica senallons y figuras de esparto, además de alfombras, por lo que la gente que le compra acude en busca de «originalidad, autenticidad, producto local y buen precio». «Aquí normalmente el que más compra es, aparentemente, el que más pobre parece. Este es el mercado en el que más cantidad de dinero se mueve», asegura, ya que, según Lozano, personal de hoteles de la isla buscan objetos curiosos para decorar sus establecimientos.

Bárbara Urías, ‘Intensita de manual’ de nombre artístico, está pintando sombreros y prendas de ropa a mano. «Es un mercado local y distinto, una oportunidad para conocer una parte de la isla», remarca. Urías recuerda que, al principio, padecía el síndrome de la impostora porque le daba vergüenza de mostrar sus piezas. «Cada día me voy atreviendo más y la respuesta es guay», afirma. La característica de su producto es que usa pintura textil y lavable, «se puede planchar y no se va». «Lo hago a mano, a pulso, no utilizo plantillas ni nada», comenta.

Además, asegura que la gente de fuera no intenta regatear: «Aceptan rápido el precio, creo que hay algo en apreciar lo que está hecho a mano». Como anécdota, cuenta que en su primer día como vendedora, un cliente se interesó por un sombrero que todavía no había personalizado. «Me iba a hundir», afirma entre risas. A más de 30 grados, Urías pensaba que habría más afluencia de gente y que estaría bien poner infraestructuras para resguardarse un poco del calor. «Pero te cobran tan poco (7 euros por día) por esto mismo, para que te montes tu puesto», admite.

Aritz Rueda y Sonsoles Montilla, residentes en la isla, son visitantes habituales de Sant Jordi y hoy acompañan a la tía de él a buscar monedas antiguas. «Yo suelo venir a dar una vuelta y, si encuentro algo que me llame la atención, acabo picando», indica Montilla. Ambos agradecerían un puestecito donde comprar agua dentro del recinto. Jana Madrid viene «a ver qué hay», mientras acompaña a una amiga que busca una mesa. «Debería haber muchos más mercadillos en la isla. La gente debería animarse a poner más puestos para que hubiera más ambiente», asevera.

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