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Asia, la probeta global de las bajas por menstruación dolorosa

La experiencia de varios países orientales demuestra que, pese a las legislaciones, la aplicación de la medida es dificultosa

Un grupo de mujeres escucha las explicaciones de la responsable de salud de su empresa, en la región china de Jiangsu. Reuters

Las bajas menstruales nacieron más de un siglo atrás en Rusia y fueron adoptadas en Asia. Es aún el continente menos propicio, con el tsunami #metoo reducido a liviano oleaje y flagrantes discriminaciones en el ámbito laboral. Ni Japón ni Corea del Sur ni Indonesia son ejemplares en la igualdad de géneros y solo Taiwán muestra un cuadro admirable. Las décadas de la política en Asia sirven de ensayo para la iniciativa española y alertan de la distancia entre la ley bienintencionada y la árida realidad.

Varios factores explican que las políticas arraigaran en Asia. El primero, relacionado con el pragmatismo demográfico, es la creencia acientífica de que las mujeres arriesgan su maternidad si han trabajado con el periodo. El segundo, más admirable, es cultural. "Las nociones sobre el cuerpo y la salud de la mujer en Asia están muy extendidas y atienden sus diferentes necesidades. La medicina tradicional china sienta que la mujer gozará de mejor salud si descansa en el primer día del periodo, cuando la sangre es más abundante. En Occidente y el capitalismo global, en cambio, se busca que la mujer funcione como un hombre y se encubre la menstruación”, señala Lara Owen, profesora de la Universidad de Saint Andrews y autora del libro 'Su sangre es oro: celebrando el poder de la menstruación'.

Las primeras reclamaciones de bajas menstruales se escucharon en Japón en 1930 de las conductoras de autobuses de Tokyo sin acceso al baño durante la jornada laboral. El debate se animó en la Guerra Mundial con el aluvión de mujeres hacia el mercado laboral para suplir a los hombres en combate. La ley se aprobó en 1947, terminado ya el conflicto, para atenuar una realidad dramática: millones de mujeres empobrecidas necesitaban trabajar, lejanos aún los tampones y con deplorable higiene en fábricas o minas. La 'seirikyuuka' o “bajas fisiológicas” se garantizaron para las que padecían “dificultades especiales” y fueron saludadas como un signo de emancipación y de reconocimiento social a la contribución femenina en el trabajo. Las cifras mitigan aquel entusiasmo. Las mujeres que se acogen a las bajas bajaron del 20% en 1960 al 13% en 1981 y a un ridículo 0,9% en 2017.

Seguimiento desigual

En Corea del Sur, que abrazó la política con el cambio del milenio, su uso cayó del 23,6% en 2013 al 19,7% en 2017. Una enmienda de 2013 al Acta de Igualdad de Género en el Trabajo garantiza en Taiwán tres días anuales de baja menstrual, sumados a los 30 días de medio salario por enfermedad reconocidos para todos los trabajadores, pero ni siquiera en el país que más y mejor protege a las mujeres en el continente ha triunfado la política. “Nunca he pedido esas bajas ni conozco a nadie que lo haya hecho”, desvela Milla, empleada en el sector audiovisual.

Indonesia otorga dos días mensuales de baja pero muchas compañías ignoran la ley y el preceptivo e invasivo examen físico desalienta a la mayoría. Provincias chinas como Anhui, Hubei y Shanxi prevén las bajas y se estudia llevarlas a Shanghái y Pekín. Las leyes generaron un animado debate en las redes sociales tras ser aprobadas la década pasada. Un ginecólogo alertaba de que la falta de estándares claros ataba el diagnóstico a la descripción de la paciente y que muy pocas pasarían por el hospital a por el certificado. Acertó. En India, por el contrario, la iniciativa no llega de los gobiernos sino de un puñado de empresas.

La experiencia en la universidad

Varios caminos llevan al residual ejercicio del derecho. Muchas regulaciones obligan a las empresas a conceder la baja pero no a pagarla. Se mitiga, pues, una discriminación de género y se fuerza otra de clase. El periodo es tabú en Japón o Corea del Sur y muchas mujeres prefieren el callado sufrimiento a pedirle la baja a su superior, varón casi siempre, o que toda la oficina conozca su ciclo menstrual. Las bajas, además, aceitan la discriminación de género en culturas corporativas que exigen la dedicación plena y juzgan las ausencias laborales como traiciones. En Japón se han justificado para priorizar las contrataciones de hombres o para negar a las mujeres los mismos sueldos o puestos directivos. También generan debates cíclicos en Corea del Sur. Una iniciativa para implantarlas en las universidades fue jubilada tras concluir sus autoridades que las alumnas habían abusado de ellas para escaquearse de las clases y el expresidente de una aerolínea fue condenado el pasado año a pagar una multa de 1.800 dólares por exigir pruebas fehacientes de los periodos a sus trabajadoras. El presidente alegó en el juicio que las “sospechosas” solicitudes se agolpaban en las vísperas de las vacaciones.

“Las bajas menstruales no están relacionadas necesariamente con la situación de los derechos de las mujeres o la igualdad de géneros de un país. En algunas ocasiones, la legislación está basada en nociones como la debilidad inherente de la mujer o su incapacidad para el trabajo. Todo depende de cómo la ley se redacte”, señala Bridget J. Crawford, profesora de Derecho y estudiosa del asunto. “Las compañías necesitan cambiar la cultura del estigma menstrual. Es un ciclo que se retroalimenta. Si las mujeres no ven en su oficina a nadie acogiéndose a las bajas menstruales, no serán conscientes de su derecho ni se sentirán cómodas al pedirlas”, continúa. “Sería más conveniente que formaran parte de una política más amplia de bajas flexibles para todos los trabajadores. De esta forma no tendrían que ser tan explícitas sobre la razón concreta del permiso y todos podrían beneficiarse”, sugiere.

La experiencia asiática, la única de la que disponemos, desaconseja el optimismo. La ley es solo el primer paso, tan necesario como lejano de la meta. No ha germinado en países democráticos ni dictatoriales, en respetuosos con la igualdad de géneros ni en machistas, en ricos ni en subdesarrollados. “Es muy tentador mirar a Asia pero tenemos que responder a nuestro contexto. En Asia, por ejemplo, hay una discriminación de las mujeres en trabajos de salarios altos que no existe en España”, opina Lara Owen. Sugiere la flexibilidad frente a las normativas universales: permitir el trabajo remoto o contemplar las diferentes necesidades de la que atiende al público o la que está sentada frente el ordenador, por ejemplo. “No somos robots sino seres humanos. Tenemos cuerpos con necesidades y estas no nos hacen menos eficaces. Si una mujer se toma unas horas o un día de baja no será menos productiva en el conjunto del mes. Ajustar el trabajo al ciclo menstrual es beneficioso para todos”, razona.

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