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Turismo

Josep Roselló, el primer emprendedor hotelero que apostó por la «calidad» en Sant Antoni

Una conferencia recuerda la creación, en 1933, del Hotel Portmany, que el pasado año fue rescatado y reformado por el nieto del fundador: «Ahora es muy fácil abrir un hotel. Sabes que vendrán los turistas. Entonces no. Aquello sí que era ser emprendedor»

Joan Pantaleoni frente al hotel. J.A. RIERA

A principios de los años 30 se construyeron los tres primeros hoteles de Ibiza. «El emprendedor industrial Antonio Marí», como le calificó Es Diari, abrió el Buenavista en el Puig de Missa de Santa Eulària el 22 de enero de 1933. El sábado 3 de junio de ese mismo año se procedió a la apertura del Gran Hotel, en el paseo Vara de Rey de Vila, una iniciativa del médico Joan Villangómez Ferrer que, como se destacó en la crónica de la época, supuso el inicio de una nueva era: «Es indudable que buen número de turistas, los de dinero, hasta ahora no se habían dirigido a nuestra isla por falta de alojamiento adecuado, y este inconveniente está ya resuelto con la construcción de este magnífico edificio». El tercero fue, en 1933, el Portmany, cuyo aspecto exterior apenas ha cambiado desde entonces y sobre el que ayer por la tarde charlaron Joan Pantaleoni, actual propietario y nieto del fundador, Josep Roselló, y el empresario Pepe Roselló en una conferencia titulada ‘El Hotel Portmany’, celebrada en el Nàutic de Sant Antoni y moderada por el periodista Xescu Prats.

El promotor del Portmany fue Josep Roselló (Sant Antoni, 1903-1977), conocido como en Pep de na Mossona. Diseñado por el ingeniero mallorquín Martí Guasp Pou, que se hallaba al frente del departamento de obras del puerto de Ibiza (instaló las señales luminosas de la Savina y de los islotes de es Vedrà y s’Espardell, e ideó edificios como la sede social del Club Náutico Ibiza y el colegio de Sant Jordi), se comenzó a construir en octubre de 1931 con el propósito de inaugurarlo en el verano de 1932. Sus paredes se levantaron rápidamente porque se emplearon, por primera vez en el pueblo, bloques de hormigón.

Estaba ubicado en primera línea de mar, muy cerca de su orilla (ahora está mucho más lejos), frente a un pequeño muelle (ya desaparecido). Roselló creyó que era el mejor emplazamiento porque desde las ventanas y comedor se podía contemplar la entonces ajetreada vida pesquera y social. Cerca brotaba es Riuet, un manantial de agua dulce que desembocaba en el mar.

El hotel tenía una sala de lectura, un bar americano, una fábrica de hielo, una envasadora de refrescos y un garaje donde Roselló instaló un generador de electricidad porque la corriente general que abastecía el pueblo era insuficiente para el suministro que requería el edificio. El mobiliario, de estilo renacimiento mallorquín, fue diseñado específicamente para este alojamiento en una fábrica de Valencia. Las habitaciones tenían calefacción central, armario, mesilla de noche, mesa central y una butaca. La inauguración tuvo lugar el miércoles 12 de julio de 1933. Los invitados degustaron vermús, canapés, crema de gallina, langosta a la rusa, ternera a la carême, pollo asado, ensalada verde, bizcocho de vainilla y helado de chocolate y fruta.

El hotel tenía una sala de lectura, un bar americano, una fábrica de hielo, una envasadora de refrescos y un garaje donde Roselló instaló un generador de electricidad porque la corriente general era insuficiente para el suministro que requería el edificio

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Antes de celebrarse la conferencia de ayer, Joan Pantaleoni repasó con este diario la larga historia del Hotel Portmany.

Josep Roselló Cardona era un emprendedor. Literalmente.

Empezó a fraguar la idea del hotel a finales de los años 20, y lo terminó de construir en 1933. Si lo contextualizamos, tener esa idea y desarrollarla en esa época y en esta isla, aunque fuese tirando del patrimonio familiar, es como haber apostado hace 24 años por invertir en Google. Aquello suponía no sólo construir un hotel, sino además apañárselas para traer a la gente, a los turistas. Ahora es muy fácil abrir un hotel o una discoteca, pues ya sabes que los turistas llegarán a la isla. Entonces no. Aquello sí que era ser emprendedor.

El alcalde auguró que desde esa «fecha tan memorable», 1933, se iniciaba «la risueña y halagadora esperanza de poder acoger en este pintoresco pueblo al turista distinguido, de calidad, y que sea al propio tiempo respetuoso con las costumbres locales»

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Y además, turismo «de calidad», en palabras del alcalde de la época, Vicent Costa: «Queda inaugurado este hotel, propiedad del inteligente y emprendedor hombre de negocios Don Josep Roselló Cardona», dijo el edil, que presidió la gala y auguró que desde esa «fecha tan memorable» se iniciaba «la risueña y halagadora esperanza de poder acoger en este pintoresco pueblo al turista distinguido, de calidad, y que sea al propio tiempo respetuoso con las costumbres locales».

Era una isla virgen, que se venía a ver por eso, no por otros atractivos que tiene ahora.

Con casi 90 años de antelación, el mismo lenguaje que se emplea ahora. Unos adelantados a su tiempo.

Es más, a finales de los años 60 se inaugura la discoteca Nito’s aquí, en Sant Antoni. Tengo en casa el dosier del pleito que tuvo Josep Roselló con Nito Verdera y sus socios. Se quejaba mi abuelo de que la discoteca y los guiris hacían mucho ruido. Tengo las cartas de los clientes del hotel que protestaban por el ruido que hacían las motos que llegaban al pueblo hasta las tres de la madrugada para ir a esa sala, lo que les impedía dormir. Mi abuelo criticó entonces lo que se convirtió poco después en el West.

El Hotel Portmany en fase de construcción a comienzos de 1933. Colección Vicenta Roselló

Incluso apostó por la enología, algo muy de moda ahora. Con 24 años, en 1927, estudió en el Instituto Enológico Industrial de Levante (Valencia) y fue luego el primer productor industrial de vino de la isla. Plantó viñas y montó un celler aquí. Intentó hasta exportar esa producción al extranjero, sobre todo a Alemania, pero la Gran Depresión de 1929 y el aislamiento de la isla, con escasas conexiones marítimas, impidió que prosperase ese negocio.

En la calle Santa Agnès, donde tengo ahora unos locales de ocio, creó la bodega de vinos (luego construyó allí una fábrica de hielo) con cuatro depósitos de 3.000 litros cada uno. Eso, con 24 años. A esa edad, ahora los jóvenes siguen en casa y los padres intentan sacarlos de ella. Hay una crónica en la prensa local que cuenta que era un vino «de mucha mejor calidad que el que se produce aquí, en el campo». Y sí, intentó exportarlo. De hecho, ese era su fin. Pero en uno de los primeros viajes el vino llegó en mal estado a Barcelona: «Si l’hagués deixat a Ibiza, hauria guanyat sous», dijo. Y llegó la Gran Depresión, luego la Guerra Civil… Todos sus proyectos se desarrollaron en una época muy complicada. Fracasó con el vino, pero siguió a la suya, montando negocios.

Mi abuelo estaba separado, vivía con la pintora catalana Àngels Tey. En eso también era un adelantado a su tiempo. En esa época, que un matrimonio pagès se separara y, además, que uno de ellos se fuera a vivir públicamente con otra persona, no era habitual

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¿Le llegó a conocer?

Él murió cuando yo tenía 15 años, en 1977. Recuerdo poca cosa de él. Mi relación con él no fue muy intensa. Mi abuelo estaba separado, vivía con la pintora catalana Àngels Tey. En eso también era un adelantado a su tiempo. En esa época, que un matrimonio pagès se separara y, además, que uno de ellos se fuera a vivir públicamente con otra persona, no era habitual. Tuve más relación con mi abuela. Veía a mi abuelo en comidas señaladas. Le recuerdo como un hombre muy elegante, siempre vestido con trajes muy bonitos. Muy relacionado con el pueblo, muy respetado. Cuando iba a venir a casa todo se revolucionaba: ¡que viene el abuelo! Tengo pocos recuerdos de jugar con él. Al final de su vida, creo recordar que enfermo de Parkinson, residía en una habitación del hotel Portmany. Estaba en cama y le veníamos a visitar.

¿Lo seguía regentando?

Ya no. Lo llevaba mi tío, que era director de hotel.

¿Cuánto tiempo llevaba el hotel cerrado cuando decide reformarlo y reabrirlo?

Mi abuelo tenía deudas, por un lado, y mi tío no sabía gestionar bien el hotel. El establecimiento se estaba quedando anticuado: era del año 1933 y los aseos eran comunes; las habitaciones carecían de baño. Ya en esa época, finales de los 70, se estaba abriendo mucha planta hotelera con unas comodidades que no ofrecía el Portmany. Necesitaba una reforma integral. Entró mi madre en su gestión económica, saneó las cuentas y alquiló el establecimiento a Toni Pere, exempleado del hotel, un empresario de Sant Antoni que tenía la Bodega del Mar y una fábrica moderna de hielo, de cubitos, no esas barras enormes que hacía mi abuelo y que luego había que machacar a trozos. Estuvo en su manos alrededor de 15 años, desde 1985. Pero el hotel, como tal, sólo estuvo abierto un par de años. Lo abrió, no debió funcionar y acabó cerrándolo. Sólo explotó las cafeterías que había debajo: una es la actual Cantina Portmany y la otra es el actual Canalla, que convirtió en una pastelería alemana, buenísima, para la que se asoció con una mujer de esa nacionalidad.

Y usted lo retomó al acabar su contrato.

Sí, lo cogí sobre el año 1999. Pero hasta el 2016 no empecé a pensar en reformar el hotel.

Josep Roselló, en medio, junto a Fernando-Guillermo de Castro (izquierda) y el guionista de cine Rafael Azcona en 1959. Josep Maria Subirà

Pero estaba cerrado.

Llevaba casi 30 años cerrado. Necesitaba una intervención muy importante. Ninguno lo habíamos planeado. Yo me dedicaba a mis negocios, sólo explotaba la cafetería del Portmany. No me había planteado meterme en follones.

¿Totalmente cerrado 30 años?

Lo usábamos como trastero, de cosas viejas y nuevas. Maquinaria que sustituíamos, material de una tienda de objetos que traía desde Tailandia... El problema es que, aparte de carecer de aseos, las habitaciones eran muy pequeñas. De hecho, había 24 habitaciones que con la reforma han quedado ahora en sólo seis.

Y empieza a gestar la reforma.

Tardaron dos años en darme la licencia y empezaron las obras en el 2019.

Quería abrirlo en 2020, pero la pandemia lo retrasa. ¿Cómo fue su primera temporada?

Me sorprendió gratamente, tanto el nivel de ocupación desde que abrí, a mediados de junio, como la calidad y comentarios favorables de los clientes. Y para este año, de momento estoy trabajando bastante bien y las reservas alcanzan el 70% para toda la temporada, con algunas semanas al 100%.

Salón del establecimiento en sus primeros años, cuyos muebles fueron fabricados expresamente en Valencia. J.P.

¿Es ese turismo de calidad que buscaba su abuelo?

Lo es. En la mesa de al lado [la entrevista tiene lugar en la terraza del hotel, junto al Canalla] tienes a una familia [francesa]. Viene gente de todo el mundo, de Dubai, de Suiza, de los Países Bajos... Me está sorprendiendo la cantidad de estadounidenses que se alojan aquí. Llega mucha familia con niños pequeños o adolescentes.

Me siento orgulloso de mi abuelo por lo que hizo, por su progresismo emprendedor. Pero no lo he hecho por él. Lo he reformado para mantener el patrimonio familiar

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¿Qué cree que pensaría su abuelo de esta reforma y recuperación del hotel?

Me siento orgulloso de mi abuelo por lo que hizo, por su progresismo emprendedor. Pero no lo he hecho por él. Lo he reformado para mantener el patrimonio familiar. Lo mismo, dentro de unos años mis hijos o mis nietos dirán que papá o el abuelo era un tonto por no haber agotado la edificabilidad de este solar. El hotel no es un bien protegido, pero decidí conservarlo tal como había sido y tal como estaba.

¿Podría haberlo ampliado?

Podría haber construido dos plantas más. Hay mucha desconfianza de la gente, que considera que todo el que tiene una propiedad es un especulador que quiere maximizar el beneficio. Pero hay gente que no es así. Somos muchos así, pero al final se nos mete a todos en el mismo saco. Lo que más duele a la pagesia es desprenderse de su patrimonio. Mal tienen que estar para vender su casa o su hacienda. Muy mal. Y si están tan mal no lo hacen para especular, sino por obligación. Así somos muchos, pero nos consideran igual a todos, qué le vamos a hacer.

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