"¡No soy la Barbie azafata!". Con este claro mensaje reivindica María Fernández, trabajadora de Iberia durante más de 30 años, que la empresa permita a sus empleadas elegir si prefieren llevar o no tacones como parte del uniforme. 

Su protesta comienza tras publicarse recientemente la nueva normativa de vestuario de la compañía aérea, que ofrece al personal a bordo la opción de usar calzado plano durante el periodo de tiempo comprendido entre el despegue y el aterrizaje del avión. Sin embargo, la medida sigue obligando a que las mujeres lleven tacones durante los saludos a los pasajeros, los controles de equipaje, los embarques y los desplazamientos por el aeropuerto; mientras que sus compañeros varones calzan mocasines durante toda la jornada laboral. 

"¿En serio los tripulantes de cabina de vuelo hombres caminarán con unos mocasines planos mientras que nosotras tendremos que destrozarnos los pies?", declara María indignada. "Obviamente respeto a las compañeras que se sientan cómodas con estos tacones e incluso con los otros más altos, pero esa opción debe ser una elección, no una imposición", añade. 

Eso es justo lo que la azafata le reclama a Iberia, la capacidad de que cada una pueda escoger el calzado con el que quiera trabajar. Una petición que ha lanzado formalmente a través de la página web 'Change.org', y que ya cuenta con más de 51.000 firmas a favor. 

Uniformes sexistas

Ya existen antecedentes de sentencias, tanto del Tribunal Supremo como del Tribunal Superior de Justicia, que han dado la razón a las trabajadoras alegando que obligarlas a llevar uniformes diferentes a de los hombres de su misma categoría y actividad "carece de justificación objetiva y resulta contrario al principio de no discriminación por razón de sexo". Raquel Muñoz, una azafata del torneo de tenis Conde de Godó, denunció en mayo de 2017 que ella y sus siete compañeras tuvieron que trabajar con minifalda y manga corta a pesar del frío que hizo durante los días de competición. "Durante la ola de frío teníamos que pasearnos con vestido corto, y no nos dejaban llevar chaqueta para no ocultar la marca del vestido", dijo. 

Ese mismo mes, se despedía a seis de las trabajadoras de una gasolinera Aservi en Córdoba, por negarse a trabajar llevando un nuevo uniforme que sustituía el habitual conjunto de pantalón y botas aislantes por una minifalda con 'leggins' y zapatillas. La empresa aseguró que los despidos fueron por otros motivos y que, casualmente, coincidió con el cambio de ropa.

La lucha en contra del sexismo en el vestuario de trabajo toma fuerza, y cada vez son más las mujeres que alzan la voz contra estas injusticias. El verano pasado, las gimnastas olímpicas alemanas desfilaron en la inauguración de los Juegos Olímpicos de Tokio luciendo monos que cubrían las piernas en lugar de hacerlo con el típico corte tipo bañador; y las quejas de las jugadoras de la selección noruega de balonmano playa permitieron que se pusiera fin a la obligación de jugar los partidos en bikini, una indumentaria que muchas jugadoras consideran sexista.