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Historia humana

Llara, un milagro de las terapias génicas que ya puede ver las estrellas

“Es emocionante; ahora su bastón guía se queda en el paragüero”, cuenta la madre de una niña asturiana casi ciega que está recuperando visión gracias a un novedoso tratamiento celular

La historia de Llara, la niña asturiana que evitó quedarse ciega gracias a una terapia génica pionera.

Llara tiene 13 años y nunca hasta ahora había podido ver las estrellas. Ni distinguir los colores del arco iris. Ni percibir texturas. Ni siquiera apreciaba las expresiones faciales de su familia y de sus amigos. “Se perdía tanto...”, dice su madre casi en un susurro. Esta niña asturiana con distrofia hereditaria de la retina tenía en verano un 4% de visión en el ojo izquierdo, un 5% en el derecho y una progresión negativa en ambos. Ahora Llara está descubriendo con emoción los matices del mundo y, sobre todo, está dejando atrás la ceguera total que la acechaba.

Una terapia génica aprobada en España en mayo, y de la que es una de las primeras pacientes en beneficiarse, ha frenado el avance de su enfermedad y, pese a que pocos contaban con ello, ha ampliado su visión central hasta un 10%, ha mejorado aún más su visión periférica y en entornos de penumbra y de oscuridad Llara ya puede andar y moverse como nunca lo había hecho.

Esta niña asturiana con distrofia hereditaria de la retina tenía en verano un 4% de visión en el ojo izquierdo, un 5% en el derecho y una progresión negativa en ambos. Ahora está dejando atrás la ceguera total que la acechaba

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Ve el doble de lo que veía, que era muy poco. ¿Alguien puede imaginarse lo que es eso?”, dice su oftalmóloga del HUCA, Paloma Rozas, a la que tampoco se le pasa la emoción de haber sabido buscar y encontrarle un tratamiento adecuado a una niña que conoce desde bebé, cuando entró en brazos de sus padres a su consulta y solo fijaba la vista en el foco de luz del techo. Esa niña va a afrontar un futuro como adulta muy diferente del que le esperaba por su herencia genética.

Porque Llara es uno de esos milagros médicos, por lo escasos que aún son, que justifican toda la esperanza puesta desde hace décadas en las terapias genéticas. Terapias que abordan las enfermedades bajo el prisma de que lo importante es restablecer las funciones óptimas de unas células que contienen algún gen dañado o defectuoso, que es lo que determina que alguien nazca, como Llara, con esa distrofia hereditaria de la retina. De tal manera que se necesita hacer una transferencia de material genético “bueno” a la célula, dando así un tratamiento a enfermedades como la de esta asturiana, que hasta ahora no tenían ninguno.

“Ve el doble de lo que veía, que era muy poco. ¿Alguien puede imaginarse lo que es eso?”, dice su oftalmóloga del HUCA, Paloma Rozas

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El gen que durante 13 años impidió que Llara viera estrellas es el RPE65. En condiciones normales es el gen que codifica una proteína que ayuda a convertir la luz que entra en el ojo en señales eléctricas que se transmiten al cerebro y que crean las imágenes que vemos. Cuando tiene un defecto, esto es una mutación patogénica, la proteína no funciona correctamente y el ciclo visual no se completa. Esa mutación, por vía materna y paterna, le llegó a Llara.

Un bebé que solo miraba al sol

“Con Llara notamos muy pronto, desde bebé, que algo pasaba. Solo miraba sus manos y al sol. No tuvo que crecer mucho para que fuera evidente que no veía bien. No fijaba la vista en nada que no fuera eso, sus maninas y el sol. Siempre jugaba a lado de alguna lámpara con buen foco o en un lugar muy bien iluminado, y en cuanto caía la noche se agarraba a ti porque no veía nada. Enseguida se arrancó a hablar; supongo que, como no veía, tenía que pedir las cosas y eso la hizo espabilar. Con 9 meses hablaba como una cotorra y ella iba ganando autonomía pero siempre con sus limitaciones. De día, más o menos se defiende, pero de noche nada. Con 16 meses ya llevaba gafas, ha tenido profesoras de apoyo de la ONCE desde la guardería y lleva bastón-guía desde los 10. A esa edad, más o menos, empezamos a preocuparnos más porque no sabíamos si por los nervios del colegio o por qué, había momentos en que veía menos que nunca. Y se comprobó que sí, que el estrés se le tiraba a su parte más débil, que era la visión”, relata su madre.

La familia siempre ha tenido un apoyo fundamental en la Organización Nacional de Ciegos, que ha equipado y procurado a la niña de todo lo necesario. Y el mismo arrope han sentido del equipo de Oftalmología Pediátrica del HUCA, donde han visto crecer a Llara. “Cuando haces un diagnóstico de distrofia de retina con baja visión, como nos había ocurrido con esta familia, no hay nada más que ofrecerles que el mejor seguimiento que podamos. Porque su ya escasa visión se puede perder aún más por el curso de la enfermedad o también porque le aparezca un glaucoma, o cataratas…”, explica la doctora Rozas. Pocos adultos con la enfermedad de Llara tienen hecho un estudio genético para saber cuál de los 270 tipos de mutaciones que están asociadas a la distrofia de retina les afecta en particular. A Llara, por indicación de los especialistas del HUCA, se le había hecho uno hace años. Pero sin ningún resultado que caracterizara nada. Eso no disuadió a Paloma Rozas y a sus compañeros de seguir insistiendo en ponerle nombre y apellidos a su enfermedad. ¿Por qué? “Porque somos muy cabezones”, dice con humor la doctora Rozas.

La clave: repetirle el mapeo genético

“Influyeron varios factores”, añade a renglón seguido. “Uno, que el tema de la caracterización genética ha mejorado mucho en los últimos años; otro, que vas sabiendo las terapias que se están desarrollando para mutaciones concretas y siempre sueñas y piensas si hay algún niño o niña de las que vemos en nuestras consultas que pueda cumplir los criterios para beneficiarse de ellas; y otra más que nos ayuda mucho es que hay una firma comercial asturiana, Oftalmogenics, desarrollada dentro del IMOMA (Instituto de Medicina Oncológica y Molecular de Asturias), que colabora con el laboratorio de genética del HUCA, que hace secuenciaciones muy específicas de genes implicados en deficiencias visuales”.

Pocos adultos con la enfermedad de Llara tienen hecho un estudio genético para saber cuál de los 270 tipos de mutaciones que están asociadas a la distrofia de retina les afecta en particular

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Así que se mandó sangre de Llara para hacer un panel más completo y se logró lo que no se había conseguido hace años. Se identificó concretamente la mutación del gen RPE65, “que era lo que sospechábamos que tenía desde niña”, y se disparó la ilusión de Paloma Rozas y todo el servicio ya que “la suya es la única distrofia retiniana que tiene tratamiento y justo hacía muy pocos meses que en España se había aprobado”, cuenta la doctora. “Fue como encontrar una aguja en un pajar”.

La cita en Sant Joan de Déu

Con esa ilusión enorme y la posibilidad real de que atendieran a la niña en el centro especializado de referencia, el Hospital Sant Joan de Déu Barcelona, la oftalmóloga pediátrica citó a Llara y a su familia en el HUCA. Era febrero del año 2020. Y para su sorpresa, “cuando le dije a la niña que había un tratamiento para ella, me encontré con que se negaba en rotundo a operarse. Casi me da mal”, cuenta con gracia.

Esa reacción la explica su madre. “Llara tenía muchísimo miedo a la operación. Conoce a compañeros en la ONCE que le han contado experiencias no muy buenas, alguno que no recuperó vista, sino que había perdido algo más, y ella estaba negada. No quería pasar por nada de eso. Mamá que no me opero; mamá que a mí no me pinchan…”

Al principio la niña estaba negada a la operación, no quería pasar por nada de eso. "Mamá que no me opero; mamá que a mí no me pinchan…”

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Pero la convencieron para que se hiciera al menos unas pruebas y lograron la cita en Barcelona en marzo del 2020. La pandemia recluyó a todos en casa y también esta familia asturiana, pero en cuanto hubo vía libre se plantaron en la Ciudad Condal. Bastaron unos minutos de atención del doctor Jaume Català “para que se tranquilizara totalmente y se convenciera de que iban a operarla. No ha podido tener más suerte con el personal sanitario que le ha atendido, lo mismo en el HUCA que en Barcelona”, sostiene la madre.

Una terapia millonaria

En unos tiempos con la sanidad tensionada y muchas dudas planeando sobre el sistema, en casa de Llara no pueden sentir más agradecimiento. También lo expresa Paloma Rozas. Porque nadie en la cadena de mando del Servicio de Salud del Principado o de la Consejería asturiana cuestionó la idoneidad del tratamiento que se pretendía aplicar a Llara. Pese a que su coste es de 345.000 euros por intervención. Y su indicación era la de operar los dos ojos.

"¿Sabes lo que cuesta lo que le han hecho a mi hija? 128 millones de pesetas solo el medicamento; yo aún lo cuento en pesetas para asimilarlo"

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¿Sabes lo que cuesta lo que le han hecho a mi hija? 128 millones de pesetas solo el medicamento; yo aún lo cuento en pesetas para asimilarlo y que se valore bien la cantidad de la que hablamos. A eso habría que sumar toda la asistencia sanitaria. Realmente me planteo que no sé qué haría yo si fuera la persona que tiene que firmar una aceptación de un tratamiento así”, reflexiona la madre de Llara. “El fármaco es muy caro, de los más caros que se aplican ahora en España, y nadie nos cuestionó su indicación; es una terapia de última generación, para una enfermedad rara, que se aplicará en casos contadísimos…”, razona Rozas, también agradecida.

Luxturna es el nombre de la terapia que recibió Llara. Es un fármaco que contiene una sustancia activa que actúa sobre el gen RPE65. Y solo sobre ese gen. Precisamente el que tenía mutado la niña

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Luxturna es el nombre de la terapia que recibió Llara. Es un fármaco que contiene una sustancia activa que actúa sobre el gen RPE65. Y solo sobre ese gen. Precisamente el que tenía mutado la niña. Ese tratamiento génico, además, para que sea eficaz tiene como indicación imprescindible que se use en pacientes que tienen mutación de ambas copias del gen –el del padre y el de la madre– y que todavía conserven células de la retina funcionales en el momento de recibir el tratamiento; es decir, que conserve algún resto visual. Por eso dentro del escaso número de pacientes que tienen esta distrofia, los menos aún que la tienen por afectación concreta del gen RPE65, aún hay que buscar más, y los niños cumplen a priori más fácil esa condición que los adultos. De ahí lo de la “aguja en el pajar” que encontraron en el HUCA.

Dos operaciones con una semana de diferencia

La terapia en sí, según explican los especialistas catalanes, consiste “en modificar genéticamente un virus no patológico para introducir una copia funcional del gen RPE65 que, una vez dentro del ojo del paciente, reemplazará al mutado, accediendo a las células de la retina que todavía están vivas, codifique la proteína RPE65 sana y reactive el ciclo visual”. El virus se le administró a Llara mediante una inyección aplicada debajo de la retina. Fue una intervención de unos 45 minutos. Primero se lo hicieron en un ojo. Pasada una semana se le repitió la operación en el otro.

Al tercer día de la operación: ‘Mamá, vaya bien que me veo la mano. Me veo el color de la piel, como la veo en un día de sol en la playa”, recuerda feliz la madre.

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“Al tercer día de la primera operación Llara ya nos decía que le molestaba la luz y estando en la habitación, con muy poca luz porque ya eran las ocho o las nueve y solo tenía una lamparilla encendida, me dijo: ‘Mamá, vaya bien que me veo la mano. Me veo el color de la piel, como la veo en un día de sol en la playa”, recuerda feliz la madre.

La progresión fue increíble. Y rápida. Y emocionante.

El 30 de agosto volvían de Barcelona, en coche, tras una revisión en Barcelona y madre e hija decidieron hacer noche en la Rioja Alavesa. En concreto en la localidad de Elciego. Ironías del destino, pero de un destino feliz. En ese entorno de campos abiertos y bajísima contaminación lumínica, Llara le contó entusiasmada a su madre que estaba viendo las estrellas. No como las había visto en los libros, en fotografías ampliadas. “Estaba superemocionada”, reconoce la progenitora.

Nadie esperaba tanto, ni tan pronto. “La terapia se aplicó con la intención de frenar el deterioro visual que la enfermedad podía seguir causándole a Llara. Se le hacía el tratamiento para que mantuviera algo de visión y no se encaminara a la ceguera, que era lo que parecía que le estaba destinado. Por eso todo lo que está recuperando es un regalo añadido”, explica Paloma Rozas. Una bendición que no llega igual a todos los pacientes. “Otro niño que se operó el mismo día que Llara no está teniendo una progresión tan buena. Lo de ella ha sido muy llamativo”, admite la oftalmóloga pediátrica gijonesa que fue invitada en Barcelona a presenciar el tratamiento que le ponían a su paciente.

Llara ha renunciado a participar en el reportaje porque “no quiere que la reconozca nadie”; quiere ser solo una paciente asturiana anónima. Y su madre es solo “la madre de Llara” para respetar ese interés

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Dice la madre de Llara que cada día es un descubrimiento para su hija. “Salimos de casa y ya la voy pinchando para que me diga qué nuevas cosas ve. El otro día le dije que si veía las piedras del río. Me dijo un ¡claro, mamá! muy propio de sus 13 años, así que quise ponérselo difícil y le pregunté si también veía una trucha. Le tuve que indicar en qué piedra más o menos estaba, y entonces me dijo ‘¿es eso? Entonces hay otra allí al otro lado’”, y le señaló otro pez un poco más lejos.

Llara ha renunciado a participar en el reportaje porque “no quiere que la reconozca nadie”; quiere ser solo una paciente asturiana anónima. Y su madre es solo “la madre de Llara” para respetar ese interés. Lo que no quita que la familia tenga el deseo enorme de que se sepa que su gratitud hacia el Sespa, hacia el equipo completo de Oftalmología del HUCA, del hospital Sant Joan de Déu, de la ONCE y de la Asociación ES Retina, “que ha estado luchando durante años para promocionar y financiar las investigaciones sobre estas enfermedades”. Gracias a todos ellos, Llara ahora distingue los colores del arco iris y hasta ve truchas. “Y tiene aparcado el bastón-guía en el paragüero de casa”.

“Es tan prometedor lo que ha ocurrido”, dice la doctora Rozas, que piensa en Martín, Paz, Oliver, Christian, Daniel, Marietta, Javier... Son los otros niños asturianos para quienes sueña con que “algún día se encuentren sus terapias”.

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