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Fenómeno en ascenso

El nuevo porno como antesala de la agresión sexual

Las pruebas empiezan a apilarse: los adolescentes que consumen este material tienen más probabilidades de acabar cometiendo delitos

Un menor mira una tablet.

La juventud actual es la primera generación cuya educación sexual depende en buena parte del llamado nuevo porno: gratuito, ilimitado, accesible en todo momento a través de cualquier dispositivo. Se trata de un contenido que suele mostrar el sexo como algo que los hombres hacen ‘a’ las mujeres, en lugar de ‘con’ ellas, y a menudo retrata el placer femenino como una mera representación de la satisfacción masculina, mostrando cuerpos poco realistas y flirteando con el incesto. La violencia nunca queda lejos. Un análisis de 4.000 escenas heterosexuales llevado a cabo el año pasado en Pornhub y Xvideos, webs líderes en este tipo de contenido, mostró que el 40% de ellas contenía algún tipo de agresión, dirigida casi siempre a la mujer. 

Tratándose de un fenómeno tan reciente, existen todavía pocos estudios que vinculen la nueva pornografía con los delitos sexuales, cuya expresión más terrible se ha vuelto a poner de manifiesto estos días, con la reciente violación, probablemente grupal, de una chica de 16 años en Igualada. Pero las evidencias comienzan a apilarse. Todas las investigaciones (una llevada a cabo en 2016 con datos de siete países, otra realizada el pasado febrero en EEUU) reflejan que los jóvenes que consumen material sexual violento tienen más probabilidades de acabar cometiendo agresiones. 

Los adolescentes españoles consumen cada vez más porno, cada vez más temprano. Una encuesta de Save the Children divulgada a finales de septiembre, en la que participaron 1.753 chicos y chicas de entre 13 y 17 años, revelaba que la primera exposición ocurría a los 12 años y que el 68,2% veía estos contenidos de forma frecuente. Casi lo más llamativo fue que el 36,8% de este grupo se mostraba incapaz de diferenciar entre sus propias experiencias sexuales y la ficción mostrada en la pantalla, así como que el 38% no reconocía ninguna desigualdad en las escenas y premiaba los vídeos en los que existía “jerarquía de poder”. 

Mientras tanto, las agresiones sexuales han vuelto a aumentar este año, tras un 2020 marcado por las restricciones sociales para contener el coronavirus. Según el último balance de criminalidad, presentado el pasado jueves por el Ministerio del Interior, entre enero y septiembre se registraron 12.638 (1.601 con penetración), una subida del 9,2% respecto a los datos de 2019, último periodo comparable, pese a que los delitos en general descendieron un 13,6%. Aún así, el estudio atribuye el incremento a una mayor concienciación social, con una “mayor disposición de las víctimas” a denunciar estos comportamientos. 

Consecuencias “imprevisibles” 

“Las experiencias de los adolescentes y jóvenes se ven influidas por la nueva pornografía de manera negativa, siendo imprevisibles las consecuencias a medio y largo plazo (…). Algunos de los efectos más preocupantes se centran en la orientación hacia la prostitución de los jóvenes, así como el incremento de la violencia en las relaciones interpersonales”, señalan Lluís Ballester, Carmen Orte y Rosario Pozo, de la Universitat de les Illes Balears, en su trabajo ‘Nueva pornografía y cambios en las relaciones interpersonales de adolescentes y jóvenes’, publicado en 2019. 

Para combatir sus efectos, los pedagogos rechazan conductas tan arraigadas entre los padres como decir a sus hijos cosas como “la pornografía es aburrida” (porque para ellos no lo es), “esto es igual que cuando yo tenía edad” (porque el contenido de ahora no tiene nada que ver con el de entonces) o “la masturbación es poco satisfactoria” (porque es mentira). Tampoco caer en el negacionismo (“mi hijo no hace eso, seguro”), ni buscar “atraparles” o “pillarles”. En su lugar, abogan por “hablar con sus hijos”, “tratar sus preocupaciones con naturalidad” e “intentar entender por qué” ven porno. Porque lo más probable, con mucho, es que lo vayan a seguir viendo. 

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