Una mañana de 1998 Julia se levantó con una sensación rara en las piernas. Un ligero hormigueo le recorría el tren inferior y notó un cambio en la sensibilidad. Trató de aliviarlo con medicación estándar y mallas de compresión, algo que sirvió hasta que la presión de sus muelas comenzó a desagarrarla de dolor. Tres años y una larga ristra de pruebas después supo que sufría esclerosis múltiple, una enfermedad degenerativa que la acompaña desde hace 23 años. El rosario de síntomas tiende ahora a infinito: choques eléctricos en la columna, fatiga extrema, neuralgia del trigémino, dolores musculares y articulares sordos... No puede caminar por sí sola, vive pegada a su silla de ruedas eléctrica y tiene reconocida una incapacidad del 78%. No puede leer ni trabajar y sufre enormes dificultades para dormir. Julia, cuyo nombre real se omitirá para preservar su identidad, solicitará en los próximos meses la eutanasia. Si el proceso sigue adelante, como así creen desde la Asociación Derecho a Morir Dignamente, será el primer caso aprobado en Aragón.

En una carta recogida por este diario, la mujer, veterinaria de profesión, narra su relato para explicar los motivos de su decisión. "En este momento todo mi objetivo es conseguir llegar al suicidio médicamente asistido con la dignidad que me proporciona hacer mis necesidades y mantener mi higiene diaria de forma autónoma. Es lo único que me queda y me cuesta sangre, sudor y lágrimas, incluso haciendo rehabilitación y sometiéndome a sesiones de masajes para poder prolongarlo hasta mi fin. Pero cuanto más lucho, más me duele todo".

Ella cree que ha llegado el final porque no quiere vivir incapacitada y "dependiendo de otras personas para cualquier necesidad". Su pensamiento ha sido profundamente meditado. Julia es clara y contundente. "Conozco mi diagnóstico y he recorrido tratamientos, hospitales y soluciones alternativas", asevera. Pero su decisión está tomada. "No quiero recibir más tratamientos que me produzcan efectos secundarios o alarguen inútilmente mi vida. Todo esto supone para mí una lenta agonía en el camino hacia la muerte". Julia solicitará el suicidio médicamente asistido dentro de unos meses, y solo le quedará esperar a que la tramitación se haga efectiva.

23 años de enfermedad

El camino de esta mujer contra la esclerosis múltiple comenzó hace más de dos décadas. Desde que "aterrizó" en la unidad de desmielinizantes del Hospital Miguel Servet de Zaragoza en 2002, centro en el que la siguen atendiendo hoy día, ella notaba que su estado de salud era "precario". Y es por esto por lo que decidió orientar su futuro laboral hacia la función pública y no a la empresa privada. 

Aunque sufría dolores "espantosos", pudo presentarse a las oposiciones, estudiar y aprobarlas. "Logré un puesto con un salario tan digno que me ha permitido costearme tanto mi vida como todos los esfuerzos que he realizado por mi cuenta en los años posteriores para mejorar mi estado de salud".

Julia consiguió trabajar con cierta "normalidad" hasta el año 2008, fecha en la que solicitó una adaptación en su empleo, un trabajo que quería conservar dado que la actividad laboral era lo que más le "favorecía". Lo consiguió hasta 2017, cuando se sintió incapaz de continuar. Tras muchas dudas, pidió la incapacidad permanente y se la concedieron. Después llegó la incapacidad permanente absoluta y, en 2020, un grado de discapacidad del 78 %.

Sin embargo, ha podido vivir con eso que tanto ansiaba: dignidad. "He vivido intentando normalizar mi estado de salud y adaptándolo a la vida diaria. He intentado ser lo que se suele denominar una luchadora. En estos años he conseguido comprarme un piso, vivir sola e independiente hasta el año 2020, por supuesto contratando los servicios de ayuda domiciliaria que he ido precisando a lo largo del tiempo".

Para conseguirlo, Julia se apuntó al gimnasio, hizo pilates, yoga y taichi. Nadó y se ejercitó con 'aquagym'. Leyó mucho porque eso era lo que le encantaba, y disfrutó de momentos de ocio y de sus padres, hermanos y sobrinos. Sin embargo, para ella todo aquello ya acabó. La misiva que remitió a EL PERIÓDICO, donde expone sus razones, es de una claridad expositiva abrumadora. Y aquí están, de forma íntegra, sus motivos.

"En este momento debo aclarar que los criterios fundamentales que definen la calidad de vida para mí es no sufrir dolor físico ni psíquico, pero sobre todo poder mantener una independencia funcional suficiente que me permita ser autónoma para las actividades propias de la vida diaria y pueda mantener la dignidad que mi autoestima requiere. Me resulta insoportable pensar en la denigración que sientes como persona cuando dependes de otra para todo. Y todo es todo, hasta lo más insignificante que se te pueda ocurrir".

"Quiero el suicidio médicamente asistido por dos razones fundamentales: no soporto seguir viviendo de esta manera, y, en segundo lugar, porque si no me la conceden procederé a suicidarme (como ya tenía planeado hace un año), y para ello quiero disponer de la capacidad y autonomía suficiente para no implicar a mis seres queridos en un acto penal. No me da miedo la muerte, me da miedo esta vida".