-En sus artículos se suele quejar de sus viajes en barco a las Pitiusas, pero no viene en avión.

-En la vida tienes pocos ratos tan largos para dedicártelos a ti mismo. Por la noche, en cubierta, he hecho lecturas inolvidables.

-¿Qué libro lleva para este viaje?

- Llevo siempre ´Lord Jim´ (Joseph Conrad). Este año, la novedad es que he comprado una edición nueva porque de la otra había perdido tantas hojas ya que era prácticamente ilegible.

-Leer ´Lord Jim´ a bordo da cierto pedigrí, decía usted en uno de sus artículos, en el que comentaba que se identificaba con su sensación de estar a la deriva.

-Quedas mejor si en cubierta, en vez de ´Cincuenta sombras de Grey´, lees ´Lord Jim´, sobre todo si te apoyas contra un bote, con aire misterioso, cosa que no cuesta mucho cultivar cuando estás mareado como una sopa. Siempre hay un libro que nos define. Cada vez que lo releo, hay más cosas con las que me identifico. En el fondo es la historia de una vida aventurera. Pero si escarbas un poco, lo que hay debajo es una aventura humana no muy diferente de la que podemos vivir todos, esa en la que en un momento dado te das cuenta de que no se cumplen todos nuestros sueños, en la que no llegas a estar a la altura de lo que pensabas de ti mismo y tienes que aprender a vivir con lo que eres.

-Debe ser el único periodista de El País a quien permiten escribir en primera persona. Se ha convertido en el personaje de sus propios artículos.

-Eso ha sido progresivo. Llevo 30 años en El País. Al principio, la primera persona solo la usaban Manuel Vázquez Montalbán, Manuel Vicent o Maruja Torres, los grandes consagrados. Y solo en columnas. Pero con el tiempo, el dogmatismo informativo que identificaba al periódico, formalmente muy riguroso, se ha relajado y se han ido permitiendo ciertas aperturas estilísticas y el uso de ciertos recursos literarios. La mayor parte del tiempo no lo hago. Estoy en la sección de Cultura y escribo informaciones puras y duras, siempre intentando que haya un plus de interés, incluso literario.

-Una de sus últimas lecciones de periodismo fue ´Un fogonazo en la jungla´, sobre el lanzamiento de un cohete Ariane. «Pues te va a decepcionar. Visto uno, vistos todos... No es diferente a verlo por la televisión», cuenta en ese artículo que le dijo una compañera experta. Y va usted y escribe un reportaje delicioso, una paleta de colores en la que además de cohetes, habla de ranas, serpientes, Tintín, en el que demuestra que los marrones no existen, que cualquier tema es válido.

-Cuando me dijo eso se convirtió en un reto. Tenía muchísimas ganas de ver el lanzamiento de un cohete, una de las cosas que te llaman la atención en esta vida. Fui con mucha ilusión, pero con el reto de que no me dijeran que eso ya estaba escrito. Intenté buscar una fórmula, pero la verdad es que no me costó mucho esfuerzo. Si eres una personas con un mínimo de sensibilidad, ver cómo asciende el cohete, además en la Guyana, con todo lo que tiene de mítico, con la isla del Diablo allí al lado [por Papillón], que tengan que sacar pitones y cocodrilos de la zona de lanzamiento, tener allí cerca los Soyuz... El problema era que no tenía suficiente papel para todo lo que podía escribir.

-¿Qué tiene con las serpientes que hasta lleva una a firmar sus libros? ¿Cómo surgió esa atracción fatal?

-Me daban mucho miedo. Tenía una ofidofobia importante. Y cuando tengo sentimientos que no entiendo o no domino, intento razonarlos, aproximarme a ellos. La literatura sirve de mucho. También la experiencia. Adquirí una serpiente para una de mis hijas, que les tenía también mucho miedo. Mi madre era venezolana y vivió mucho tiempo en haciendas y lugares donde había una fauna colosal. Ella vino a España muy joven. En la realidad gris de la Barcelona de los años 60, ella tenía los recuerdos de un mundo de selvas y junglas. Explicaba aventuras con cocodrilos, de cazadores, historias como la de un amigo al que se lo comió un tiburón... Era como tener a Lord Jim en casa.

-¿Desde cuándo veranea en Formentera?

-Desde hace 22 años. Vine con mi hija mayor, que entonces tenía solo unos meses. Es una de las islas más fantásticas del Mediterráneo. Lástima que no tenga un Lawrence Durrell para cantarle. Estoy seguro que si la hubiera descubierto, la habría puesto a la altura de Corfú o Rodas. Para mí es como la isla del tesoro, la isla misteriosa.

-Y menudas experiencias cuenta, como cuando creía que le iban a tragar las arenas movedizas (el fango de un estanque de sal) o cuando se hizo con un trozo de piel de una tortuga y la metió en lo que denomina su «saquito de reliquias». ¿Qué más contiene?

-Lo del saquito lo leí en ´Alce negro habla´ (John Neihardt), un libro sobre los sioux, un clásico en el que se explica cómo era la vida espiritual de los indios americanos. Los guerreros indios tenían unas bolsas en las que metían sus recuerdos y las llevaban con ellos. Les confería cierto poder. En mi saquito tengo desde los colmillos de una serpiente venenosa, un poco de polvo de la casa de Napoleón en Ajaccio (Córcega), un poco de polvo de la tumba de Tutankamón, algún trocito de tela de momia, un trocito de cáscara de huevo de dinosaurio... Pero también tengo cosas relacionadas con mi vida, como el taco metálico de una bota de cuando jugaba al rugby. Casi es un compendio de crónicas.

-Seguro que su casa está repleta de memorabilia militar. ¿Espadas, cascos, alguna Luger? En sus crónicas habla del cuchillo polaco que heredó de Pawel Rouba.

-Son cosas sentimentales. Un amigo me regaló un casco alemán [Stahlhelm] de su padre, de cuando luchó en la Segunda Guerra Mundial. Tengo una daga que compré en Damasco (Siria) que se parece mucho a la de Lawrence de Arabia, un puñal kukri de los gurkas que era de mi suegro, un telescopio muy bonito de mi abuelo, que era marino de guerra, algunas fotografías de Philipp von Boeselager, uno de los participantes en la operación Valkiria, en la que pusieron la bomba a Hitler en la Wolfsschanze, la Guarida del Lobo. Era el último superviviente de esa operación. Estaba ya muy mayor y me dio unas fotos de cuando luchó en la guerra para que las escaneara y luego se las devolviera. Pero murió antes de que publicara la entrevista. No tenía a quién de volver las fotos, así que alguna la tengo puesta en un marco, como si fuera de mi familia. ¡Qué orgullo!

-¿Conserva el casco de la Policía Militar?

-Uno nunca es lo suficientemente fetichista. Lo tenía que haber conservado, pero era difícil salir del cuartel con el casco bajo el brazo. Pero alguna cosa me llevé, como unos correajes o las insignias de cuello. Y unas balas: las que tenía la noche del 23-F dentro del Congreso. Aquella noche me di cuenta de que cuando vives una aventura es difícil apreciar la situación en que te encuentras. La realidad era tan apabullante que la viví como si fuera otro. En uno de los pasillos del Congreso me encontré frente a un gran espejo: me vi reflejado, vestido de PM, con el casco, la ametralladora, con los cargadores. Pensé, caray, pero si eres tú, Jacinto. Estás viviendo un momento histórico, deberías sentir algo más. Pero lo único que sentía era hambre y sueño. Yo, que soy una persona tan miedosa, probablemente en el momento de más peligro de mi vida no sentía miedo.

-¿Hombre de acción o de espíritu aventurero?

-Tengo un espíritu aventurero dentro de lo que soy yo. En su medida, todo el mundo tiene sus propios sentimientos y emociones. Una de las cosas que más me han sorprendido al entrevistar a gente que ha hecho cosas excepcionales, sobre todo en el ámbito de la montaña o de la navegación, es que no son conscientes. O quizás no tienen la capacidad de expresarlo de una manera emocionante. A lo mejor alguien, con la mitad de la mitad de la aventura de otro consigue explicarla de una manera arrebatadora. Los hay que suben al K2 y tengo que ser yo el que ponga la emoción, la salsa, en el relato. La aventura está dentro de uno mismo. El secreto de estas crónicas es encontrar lo excepcional dentro de lo cotidiano. A veces es una aventura que nieve en la ciudad o que se te muera el hámster.

-¿Es cierto lo que contaba en aquella memorable crónica del hámster, al que le explotó un ojo y luego la palmó, o que de pequeño enterraba y desenterraba gatos para comprobar cómo se descomponían?

-Totalmente cierta. Y lo del gato, la tanatomorfosis, cómo evolucionan los cuerpos muertos, yo creo que lo hemos hecho muchos niños. La muerte es uno de los grandes temas que interesan a la infancia. La niñez es un territorio perdido en el que somos tremendamente malos y tremendamente buenos, en el que la moral no está consolidada, tienes ansias de saber muchas cosas (de la muerte, del sexo)... La infancia es un gran territorio para la aventura. El paradigma de la aventura es Tom Sawyer, con su balsa y con indio Joe y Huckelberry Finn.

-En la Segunda Guerra Mundial, en torno a las Pitiusas se estrellaron numerosos Ju-88. Lo que hubiera dado usted por entrevistar a Melitta Schenk von Stauffenberg, la probadora de los Stuka y de esos Ju-88.

-Es de las personas que más me hubieran gustado entrevistar. Era una mujer interesantísima y el reverso de Hanna Reitsch...

-A la que suele denominar como «la pedazo de nazi» [quiso sacar a Hitler de Berlín en avión con los rusos a las puertas de su búnker].

-Intento diferenciar. Me gustan mucho los alemanes, el tema de la Segunda Guerra Mundial, pero tengo las cosas muy claras.

-El índice de sus libros refleja sus obsesiones: Hitler, Lawrence de Arabia, Tutankamón, Otto Skorzeny, Laszlo Almásy, Claus von Stauffenberg son sus referencias habituales. ¿A cuál le hubiera gustado entrevistar?

-Un amigo dice que cuando lee la palabra húsar o aeroplano ya sabe quién es el que escribe. De todos, a Hitler. Pero creo que probablemente nos decepcionaría. Quienes le entrevistaron decían que era un tipo muy poco interesante. Era capaz de entender a las masas, pero en lo personal nos encontraríamos con un tío muy burgués y desagradable. Precisamente, Von Boeselager lo conoció en el frente, donde comió con él y con los oficiales del Alto Estado Mayor. Decía que era muy desagradable verlo comer. Tenía unas maneras de mesa absolutamente vulgares. Eso lo hace muy bien Bruno Ganz en ´El hundimiento´. Me hace gracia que al tipo que trató de matarlo le molestara más eso que el asesinato sistemático de judíos.

-Muchos alemanes, pero apenas rusos, aunque hace unos días escribió el obituario de Nadia Popova.

-Es por limitaciones. Hay mundos que son cerrados para mí. Me parece que era Malebranche el que decía que la vida es ir iluminando territorios nuevos. A mí todo me apasiona. Tienes que ir iluminando territorios nuevos para introducirte en ellos y descubrir cosas a base de lecturas, películas y emociones. En el terreno ruso ya tengo mis mitos, como Miguel Strogoff. Y está el mundo de las aviadoras rusas. Tengo que indagar sobre Lídiya Litviak, la Rosa Blanca de Stalingrado, cuyo cuerpo no se ha encontrado aún.

-Estas obsesiones, ¿de dónde proceden, de su familia, del cine?

-Pensaba que todo el mundo las tenía. De hecho, mucha gente las tiene. Mi secreto es que muchos me leen porque se reconocen.

-Pero no a todos los inician en la infancia a leer a Kipling.

-Tuve mucha suerte por las condiciones familiares. Mi abuelo por parte de padre era piloto de guerra. Estuvo en el primer ´Dédalo´ [portaaeronaves] y participó en el desembarco de Alhucemas. Y por el lado de mi madre, mi abuelo fue diplomático en París, Nueva York... Uno de mis tíos era gobernador de un estado de Venezuela que era más grande que Cataluña y que estaba lleno de cocodrilos. Mi abuelo, además, era catedrático de latín y de griego, un hombre cultísimo. Parte de su biblioteca se la quedó mi padre. Era muy seria en cuanto a clásicos. La biblioteca de mi madre era más de novelas y aventuras. Estirabas la mano y tenías a ´Sinuhé el Egipcio´. Eso facilita las cosas.

-¿Cómo se inició en la esgrima?

-Mi abuelo materno, Miguel Ángel Ayala, el diplomático, era muy buen esgrimista. Era un personaje de otra época. Su familia procedía de España, gente muy preparada que siempre llevaba el Quijote bajo el brazo. De él heredé un Suetonio encuadernado en piel del siglo XV, y unos calepinos increíbles. En su preparación como hidalgo tuvo que aprender esgrima. De mayor, exiliado aquí en España, llevaba el bastón con estoque. Cómo iba a ir por el mundo sin su espada. Mi padre nos metió en clase de esgrima desde pequeños. Hasta que hace unos 20 años conocí a un maestro húngaro, Imre Dobos, en Barcelona. Nos hicimos amigos y montamos una pequeña escuela alrededor de él, en casa de mi hermana. Dobos enseña de verdad, con el rigor del Este. De los dos deportes con los que he sido más feliz han sido la esgrima y el rugby. Bueno, con el rugby también he pasado mucho miedo.

-¿Y en el birdwatching?

-Con los pájaros, como con los rusos y sus francotiradores y aviadores. Me quería concentrar en los mamíferos, que son más fáciles de ver, y en los reptiles. Empecé a interesarme a partir del momento en que puse comederos en casa. Cuando distingues cinco ya estás perdido. Los quieres conocer a todos. Conocer a los pájaros es un atractivo más de la vida.

-¿De verdad oculta libros en su librería favorita para que otros no se hagan con ellos?

-El otro día hablé justo de eso con Luis, el responsable de Laie. Lo hablaba con él como si me hubiera redimido... ¡Y acababa de esconder uno sobre los jardines colgantes de Babilonia acojonante, pero que ahora no puedo leer! Lo escondí para que nadie lo encontrara y poder sacarlo de allí en cuanto lo necesite.

-¿Airfix, Italeri, Revell o Tamiya?

-El olor y la imagen de las cajas de Revell. De Revell eran las maquetas que montaba mi padre. Nos sentábamos alrededor de él cuando montaba el ´Cutty sark´, el ´USS Constitution´... Recuerdo mis primeras bolsitas de Airfix, con el Messerschmitt 109, el Stuka, el Spitfire o el Zero. Porque a mi hermano le tocaban los aliados y a mí los malos, los alemanes y los japoneses. Pero no está mal el partido que luego les he sacado.