Juan José Ortega ha tenido una trayectoria extraña. Tenía facilidad para los idiomas desde pequeño y se maneja en siete con total soltura. Su tesis doctoral versó sobre el rumano y el último que aprendió fue el sueco. Allí congenió con su profesor, Martin Lexell, que recibió el encargo de traducir a Stieg Larsson y le escogió para compartir el proyecto. Ortega se lo tomó como un reto.

—Le confieso no haber leído ninguno de los libros de Larsson.

—Eso no es delito ni pecado.

—Pero me he hecho asesorar y me han dicho que le pregunte por los títulos de la trilogía.

—Chocan, efectivamente. No son así en sueco. Cuando hicimos la traducción y propusimos los títulos, la editorial nos preguntó por los originales: ´Hombres que odian a las mujeres´, ´La chica que jugó con fuego´ y ´El castillo de aire que estalló´. Nos dijeron que el verbo odiar no iba a gustar por la violencia de género y la editorial optó por copiar los títulos de la traducción francesa. Eso ha dado pie a que se dijera que los libros se han traducido del francés, para que saliera más barato, lo cual es mentira. Se ha hecho del sueco.

—¿Cómo se traduce a cuatro manos?

—Es el tándem perfecto. Se tiene que tener un conocimiento total de la lengua de origen y de la lengua de llegada. Por muy bilingüe que sea una persona, siempre habrá cosas que no acaban de cuajar. Martin parte del sueco y conoce todos sus giros. Yo lo mismo con el español.

—¿Sabían lo que tenían entre manos?

—Sabíamos que había sido un fenómeno en Suecia, que era un escritor salido de la nada y también que estaba empezando a funcionar en Francia. Eso no garantizaba nada. A mí, cuando me llamó Martin y me propuso participar, le dije que sí sin saber más que eso. Me apetecía como reto profesional, algo nuevo en mi carrera. Podía haber dicho lo mismo para un libro de cocina.

—¿Reto porque nunca había traducido novela?

—No había hecho nada de ámbito comercial. Ha sido mi primera traducción.

—Es la que también se está distribuyendo en América Latina.

—No me han llegado cifras, pero sé que tiene éxito en Argentina, Chile y Venezuela porque tengo amigos ahí que me envían el típico correo en el que dicen: «He visto ´tu´ libro», así entre comillas.

—¿Y no tiene la curiosidad ésa, el «cómo vamos con las ventas»?

—Eso empezó el año pasado en España, al principio, cuando empezamos a ver cómo subían las ventas, cómo ´Los hombres...´ llegaba al número uno y se mantenía durante 50 semanas. Entonces vas constatando que sí, que los tres primeros son los tres de Larsson y te da mucha satisfacción. Es un orgullo ver a la gente leyendo alguno de los libros. Sé que en España las ventas rondan los tres millones y medio.

—¿Siente como propio ese éxito? ¿Qué parte cree que le corresponde?

—No, lo que siento como propio es la adopción del estilo del libro, el orgullo de los que te conocen, tus amigos y familiares que van diciendo que conocen al traductor de Larsson. El éxito es que presuman un poco de ti. Eso es lo más bonito.

—¿Le ha crecido el ego?

—No. Es una satisfacción personal interior, más que alardear de nada.

—Parte del mérito será suyo.

—De verdad que no lo es. Me quedo con la satisfacción de ver ayer en la playa a cinco personas leyendo el libro, o lo mismo en el metro. Yo me sonrío y me trago lo de decir que lo he traducido yo.

—No lo ha dicho nunca.

—Yo no, mi madre sí.

—¿Y le afectan las críticas?

—¿Por lo que dijo Donna Leon de que Larsson no tenía sentimientos? Tiene que haber opinión para todo.

—Ahí entra el factor: ´bueno, no lo he escrito yo´.

—Efectivamente. Me he limitado a traducir algo escrito. Hay cosas que te gustan y otras menos.

—Está aquella sentencia de tradutore traditore.

—En este caso hemos traicionado muy poco. Siempre se pierde o se difumina. Hemos intentado ser muy fieles. Ahora me acuerdo de una expresión sueca que, literalmente, significa ´trapo rojo´. En español te quedas igual; en sueco es una persona que molesta. Otras versiones lo han traducido tal cual. Nosotros optamos por ´mosca cojonera´.

—¿Y le gusta la trilogía?

—A mí el primero me gusta mucho. No sé si es porque tuvimos más tiempo o porque fue al principio del fenómeno. Le tengo mucho cariño.

—¿O sea, que tuvieron que correr para la segunda y tercera entrega?

—Teníamos tres años para traducir los tres libros. El último no tenía que salir hasta el año que viene. Para el primero tuvimos diez meses, lo cual es un tiempo razonable teniendo en cuenta que ni Martin ni yo nos dedicamos a la traducción a tiempo completo. Cuando la editorial vio el éxito nos llamó para decirnos que el segundo lo querían en cuatro meses. Aceptamos el reto y yo sacrifiqué mis vacaciones en Ibiza: me vine aquí pero con el ordenador. Sólo pisé la playa tres días. Mi madre no se lo creía, con lo que a mí me gusta.

—¿Se resintió la calidad?

—Lo bueno de una traducción es dejarla reposar. No es que se resienta la calidad, porque lo haces a conciencia y sabes que lo que hagas es prácticamente definitivo. Pero el barniz final conviene darlo después de que pasen unos meses, leyendo la novela como si fuera nueva.

—¿Para que no quede demasiado frío y correcto?

—Es que estás tan pendiente del contraste entre el sueco y el español que el último proceso, que es mascar la novela, llevarla al español y que suene bien... Creo que lo acabamos consiguiendo, pero a mí me habría encantado tener un par de meses más.

—¿Y uno se puede retirar con la parte proporcional de la editorial?

—Ojalá. Cobramos la traducción y un porcentaje muy pequeño de las ventas. Como son muchas, te queda algo interesante, pero como mucho para los caprichos.

—¿Por qué «todo lo malo» aparece siempre en mayúsculas?

—Está así en el original. Pienso que Larsson quiso darle un especial peso a todo lo que le pasó a Lisbeth Salander [la protagonista]. Hemos respetado mucho al escritor, incluso en enfrentamientos con la editorial.

—¿Se siente como el intérprete de su voluntad?

—Simplemente de transmisor. Quieres ser lo más fiel posible al autor y acercar la cultura sueca a un español, que no siempre es fácil. Intentas que a ningún español le choque una frase y, si lo hace, que sea porque también sucede con el original.

—Y sus amistades, después del primer libro, ¿le agobiaban mucho para que desvelara el final de la trilogía?

—Pero muchísimo.

—¿Pero tenían un contrato blindado que les impedía hablar?

—La verdad es que no.

—O sea, que lo contaron

—¡Noooo!, porque somos muy profesionales (ríe). Aunque te dan ganas. Cuando me decían que se lo habían leído en dos días, que estaban enganchados y que necesitaban saber más, yo les decía que es mejor descubrirlo poco a poco. Es bonito cuando te llaman a las tantas para preguntarte qué va a pasar.

—¿Le preguntan por la supuesta cuarta parte?

—Realmente es una quinta. El tenía en mente diez novelas y llegó a escribir cinco. Como era muy perfeccionista, le llegó a obsesionar de tal manera que las destruyó y las volvió a escribir. Cuando terminó las primeras tres, empezó a escribir y ese 60 por ciento que queda es, realmente, el quinto libro. Lo que se dice es que lo tiene Eva, su pareja. Llegarán a algún acuerdo para que reciba un porcentaje, que sería lo justo.

—¿La conoce?

—No, me gustaría y no creo que tardemos mucho en conocerla. Me da pena su situación, siendo Larsson un luchador por los derechos de las mujeres y la justicia; es una cuestión de justicia más que de sexo.

—Tiene el gusanillo de abordar nuevas traducciones.

—Sí, lo que pasa es que necesito vivir. Llevo dos años sin vida. No salía ni a tomar café. Es agobiante, aunque merece la pena.

—¿Y si le vienen con otra oferta?

—Ya ha venido. Les he dicho que necesito un año para vivir. Luego seguramente sí lo haré.