En rigor, en la guerra biológica se emplean agentes infecciosos como virus y bacterias para causar un gran daño tanto a los soldados como a la población civil del enemigo.

Un buen ejemplo ocurrió durante la rebelión de varias etnias indígenas encabezada por el jefe Pontiac contra las colonias del nordeste de Norteamérica entre 1763 y 1766.

El comandante general Lord Jeffrey Amherst envió una serie de cartas a sus subordinados con el siguiente mensaje

"Hará bien en intentar inocular viruela a los indios por medio de mantas donde se hayan acostado enfermos, así como intentar cualquier otro método que pueda servir para extirpar del mundo esa execrable raza".

La viruela como arma biológica

Uno de sus subordinados, el coronel Henry Bouquet, se asombraba de la eficacia del método. La mayoría de los indios se contagiaron de viruela y murieron en poco tiempo.

El uso de la viruela como arma biológica se repetiría contra los indígenas de la tribu Delaware durante la expansión de los colonos europeos hacia el medio oeste.

El comandante William Trent parlamentó con los indios y les regaló mantas contaminadas con viruela. También resultó ser un método de gran eficacia que consiguió exterminar a casi toda la tribu.

A fin de cuentas, los europeos llevaban milenios contagiándose de la viruela.

Y aunque muchos morían, los siglos de selección habían eliminado a los que genéticamente eran más sensibles al virus Variola.

Por aquellos años, y por estos lares, buena parte de la gente se contagiaba en la infancia y quienes sobrevivían desarrollaban una inmunidad permanente frente a la viruela

 La Unión comenzó a prevenir las amenazas biológicas

En sus diarios, el General Sherman escribió que durante la Guerra de Secesión Norteamericana (1861-1865), las fuerzas Confederadas hacían acopio de animales (y personas) que habían muerto por enfermedades infecciosas para recoger sus fluidos y arrojarlos en los estanques de los que dependía la Unión para su abastecimiento de agua.

Fue en esta Guerra de Secesión donde la Unión desarrolló otro enfoque de la guerra biológica: la capacidad de prevención de amenazas biológicas.

En este sentido, los médicos y enfermeras de la Unión desempeñaron un papel esencial hasta el punto de ser uno de los principales artífices de la victoria. También realizaron un descubrimiento conceptual que resultó clave para entender lo que es la guerra en términos de salud pública.

Al inicio de la confrontación militar se dieron cuenta de que no solo resultaba primordial tratar adecuadamente las heridas, quemaduras y traumatismos que sufrían los soldados, sino que la base para conseguir la victoria estaba en minimizar la transmisión de las enfermedades infecciosas.

Por aquel entonces la mayor parte de las bajas que ocurrían entre los soldados del frente se debían a enfermedades como el tifus epidémico, que asolaban los insalubres campamentos militares.

Así, durante la Guerra de Secesión murieron alrededor de 600.000 soldados de los cuales más de 400.000 lo hicieron como resultado de una enfermedad infecciosa contraída en los acuartelamientos.

Se dieron cuenta de un hecho sorprendente que se repetiría en mayor medida en la Primera Guerra Mundial. En las trincheras las enfermedades infecciosas matan a más gente que las balas.

Además, cuando los soldados enfermos eran retirados del frente, las enfermedades infecciosas podían extenderse a la población civil que soportaba la producción agrícola e industrial necesaria para mantener el esfuerzo bélico.

La higiene "usada" como arma defensiva en la guerra

La guerra de Secesión norteamericana mató a cerca de 400.000 civiles de ambos bandos. La mayoría de ellos murieron contagiados de enfermedades infecciosas traídas por los soldados.

Los médicos y enfermeras de los estados de la Unión convirtieron la higiene de sus tropas en la máxima prioridad.

Por ejemplo, la organización de las letrinas fue de los más estricta. Y nadie podía hacer sus necesidades donde le diese la gana.

Además, los soldados de la Unión se vieron obligados a mantener impecables sus uniformes y tenían que plancharlos a menudo.

Nada de esto era lo habitual, ya que en medio de una guerra muchos consideraban una absurda pérdida de tiempo tener que ir a una letrina o planchar el uniforme cada 3 días.

Sin embargo, hacer esto fue lo que más influyó en la victoria militar de la Unión.

Por el contrario, los Confederados acabaron siendo mucho más permisivos en materia de vestuario e higiene, lo que a primera vista parecía ser mucho más eficaz desde el punto de vista militar. Tanto que a menudo se mofaban de los bien planchados uniformes de sus adversarios.

Planchar el uniforme para evitar diarreas, salmonelosis, tifus...

Pero la Confederación se vio especialmente afectada por problemas de salud pública.

Entre sus soldados se desataron numerosos brotes de diarreas, salmonelosis (y probablemente cólera) porque su ineficaz sistema de letrinas contaminaba el agua potable.

Peor aún fueron los casos de tifus epidémico que les tocó sufrir y que no se dieron entre los soldados de la Unión.

El tifus epidémico es una enfermedad grave causada por una Rickettsia (Rickettsia prowazekii) muy abundante en Norteamérica y que se transmite por las picaduras de los piojos de la ropa.

Es tremendamente incapacitante pues cursa con fiebre elevada, fuerte dolor de cabeza y un agotamiento extremo.

Y planchar la ropa elimina a los piojos que transmiten la Rickettsia prowazekiiel.

Los impecablemente planchados uniformes de los soldados de la Unión, de los que tanto se mofaban los Confederados, les libraron del tifus epidémico que tanto se cebó en sus adversarios.

 La guerra biológica fue decisiva en la guerra de secesión

Contra todo pronóstico las planchas (que en aquella época se calentaban mediante brasas colocadas en su hueco interior) fueron el arma que más hubiese necesitado el ejército Confederado.

En realidad podría considerarse que la Guerra de Secesión tuvo en buena medida un componente de guerra biológica que ganó, por mucho, la Unión.

Sin embargo los médicos de la Unión no solo superaron a los Confederados en cuanto a la prevención de las enfermedades infecciosas entre sus soldados y su población.

A nivel conceptual resultaron ser muy superiores a sus contrapartes, pues empezaron a pensar de una manera muy innovadora acerca de la esencia misma de cómo debía entenderse lo que era la guerra.

Llegaron a conclusiones realmente brillantes.

La guerra en términos de salud pública

En términos de salud pública una guerra consiste en una serie de brotes epidémicos de heridas, quemaduras y traumatismos que se extiende entre la población. A ello hay que sumar otros muchos factores como brotes de enfermedades infecciosas, hambre, desnutrición, etc.

En situación de paz estos eventos accidentales tienen una incidencia baja y no resultan contagiosos (uno puede cuidar de heridos y quemados sin que por ello aumente su probabilidad de herirse o quemarse).

Pero las cosas cambian en medio de la guerra y las heridas, quemaduras y traumatismos pasan a convertirse en eventos extremadamente contagiosos, lo que les da una incidencia muy elevada. Y no por las heridas en sí, que no se contagian, sino por lo que de ellas se deriva.

En este sentido, aunque las guerras no están causadas por agentes infecciosos, se comportan generando una dinámica de heridos y muertos que en buena medida recuerda a la cinética poblacional de los infectados y fallecidos de las epidemias.

Los científicos de los estados abolicionistas del norte pronto comprendieron que para ganar la guerra la Unión tenía que ser capaz de vencer a la Confederación mediante una superioridad demográfica sostenida en el tiempo.

Era prioritario, por tanto, incrementar su crecimiento poblacional más rápido que la Confederación, aumentando sus tasas de nacimientos y también de migrantes que llegasen a los estados del norte. Pero sobre todo era esencial reducir las tasas de mortalidad y de heridos, minimizando a su vez el número de días que un herido necesitaba para recuperarse y volver a su actividad.

Según los analistas militares, el desempeño del ejército Confederado en las batallas fue mucho mejor que el del ejército de la Unión, sobre todo al principio de la guerra. Llegaron a estar cerca de poner contra las cuerdas a la Unión.

Pero la Confederación sufría bajas a un ritmo inasumible. Por el contrario la Unión podía permitirse las bajas que sufría. Los números indicaban claramente que la Unión vencería. Solo era una cuestión de tiempo. Abraham Lincoln fue informado de que su victoria era segura.

La Guerra de Secesión Norteamericana fue la primera guerra abordada científicamente por uno de los bandos (la Unión).

A partir de entonces esta manera de afrontar las guerras evaluándolas científicamente se generalizó.