Las amígdalas participan en la defensa del tracto aerodigestivo, produciendo anticuerpos a nivel local superior, una función que tiene una época de máxima actividad entre los 4 y 10 años, tal como explica el especialista en Otorrinolaringología de la Clínica Corachan, el doctor Juan Ramon Gras. También conocidas como anginas, las amígdalas están formadas por tejido linfoide y sus procesos inflamatorios pueden estar provocados principalmente por patógenos, como virus, bacterias u hongos.

La inflamación de las amígdalas, la amigdalitis, está considerada como una de las causas más frecuentes de consulta médica, sobre todo en la infancia. Su principal síntoma es la odinofagia, es decir, el dolor de garganta al tragar. Además, puede sentirse malestar general, cefalea, tos y otalgia refleja (dolor de oído causado por problemas en la garganta, la dentadura…), entre otros síntomas.

El tratamiento dependerá de la causa de la inflamación de las amígdalas. Alrededor del 80% de las faringoamigdalitis tienen un origen vírico, por lo que el tratamiento será sintomático. Se recetan analgésicos, antitérmicos y antiinflamatorios para que desaparezcan los síntomas. “Cuando existe una sobreinfección bacteriana, generalmente provocada por el streptococo beta hemolítico, al tratamiento sintomático se le añadirá además un antibiótico específico”, precisa el Dr. Gras.

Puesto que la mayoría de las amigdalitis suelen ser víricas, y los niños todavía no están inmunizados a la mayoría de estos virus, en la edad infantil es cuando más suele aparecer este cuadro inflamatorio. Si el origen es vírico que, tal como decimos es lo más habitual, con el tratamiento sintomático, la mayoría remiten al cabo de unos días.

Cuando existe una sobreinfección bacteriana, con un sistema inmunológico competente, en aproximadamente 72 horas se suele resolver la infección. El problema es la posibilidad de presentar complicaciones (abscesos locales, sepsis, etc), por lo que la amigdalitis bacteriana se aconseja tratarla con antibióticos desde el inicio.

Prevención

En general, para prevenir estas infecciones, y según explica el Dr. Gras, se aconseja llevar a cabo una dieta sana y equilibrada y mantener bien hidratada la garganta, para facilitar la eliminación de gérmenes, además de proteger la mucosa frente a los mismos. En los adultos es primordial evitar el consumo de tabaco y alcohol, pues son irritantes de la mucosa de la garganta, de modo que estos consumos la debilitan y la dejan más vulnerable a agentes infecciosos.

En general, cuando existe una inflamación hay que evitar alimentos muy calientes. El frío en principio podría actuar como antiinflamatorio. En caso de amigdalitis, lo que recomendamos es una dieta normal y blanda, pues el paciente presenta molestias al tragar, y también conviene evitar alimentos ácidos y salados.

No hay datos que demuestren que el frío por si solo sea una causa de amigdalitis. Es evidente que la llegada de los meses de invierno está relaciona con un mayor número de cuadros catarrales y víricos. Pero probablemente esté más relacionado con la asistencia a las escuelas y guarderías, el hacinamiento, y la tendencia a permanecer en sitios cerrados alrededor de otras personas durante estas temporadas más frías. También durante esta época los cambios bruscos de temperatura y la exposición a aires acondicionados-calefacciones tengan un papel importante en la irritación de nuestras mucosas y la debilitación de nuestro sistema inmune.

Contagio

Al ser una inflamación producida por un agente infeccioso, se puede contagiar, sobre todo compartiendo bebidas, utensilios de comida y con la saliva. Por eso es aconsejable taparse la boca con un pañuelo desechable al estornudar o toser, lavarse las manos con frecuencia y no compartir ciertos objetos, como los vasos o los cubiertos.

Cuando existe una inflamación de las amígdalas, también suele haber una inflamación del tejido linfoide circundante, como la amígdala lingual o faríngea (adenoides). Además, es habitual encontrar ganglios linfáticos del cuello inflamados. Es más, si la infección no responde al tratamiento, podría expandirse a otras zonas, produciendo complicaciones como la aparición de abscesos cervicales o, excepcionalmente, producir un síndrome del shock tóxico, una sepsis o una fascitis necrotizante.

Antiguamente se extraían las amígdalas con mucha frecuencia con la finalidad de prevenir la fiebre reumática. El razonamiento era que si las amígdalas se infectaban repetidamente, los anticuerpos o defensas que producen las amígdalas podían volverse contra el propio organismo y atacar las articulaciones, el corazón y el riñón.

“Sin duda hoy en día somos más conservadores a la hora de extraer las amígdalas”, expone el otorrinolaringólogo de Clínica Corachan. Actualmente los criterios para su extracción son las infecciones bacterianas recurrentes (más de 5-6 episodios al año), la presencia de abscesos periamigdalinos de repetición, y la patología obstructiva relacionada con la hipertrofia amigdalar (apnea obstructiva del sueño). En los casos bien seleccionados, en los que las amígdalas no solo no cumplen su labor de defensa, sino que presentan recurrentes infecciones, los beneficios de quitarlas serían el eliminar esas infecciones recurrentes.

La posible disminución de las defensas después de la cirugía es un tema controvertido, pero actualmente está demostrado que no genera un estado de inmunosupresión en pacientes pediátricos, ya que sus valores se mantienen cercanos a los preoperatorios y similares a los de pacientes pediátricos de la misma edad no sometidos a intervención quirúrgica.