El momento pasó sin pena ni gloria. Sólo los operarios, un grupo de periodistas y una empleada del Museo de Arte Contemporáneo de Eivissa (MACE). Jamás imaginaron estos trabajadores que habría tanta expectación durante el desmantelamiento de la muestra. Todos querían una última imagen de la videoinstalación. Pero la obra del holandés más polémico de `¡Vamos a Ibiza!´ parecía resistirse a morir así de fácil. Sin presentar batalla. El caso es que trece minutos más tarde alguien volvía a enchufarlo y allí se quedaron las tres imágenes calificadas de «pornográficas» por el Obispado, llenando la blanca pared del antiguo templo mientras los trabajadores seguían afanados en descolgar y embalar el resto de las obras. La única diferencia con el resto de los días, que frente a las videoinstalaciones, amenazantes, esperaban las tres cajas en las que a lo largo de la mañana desaparecerían los monitores envueltos en mucho papel de burbujitas.

Algunos de los periodistas se pegaban a las imágenes, mirándolas con los ojos achinados. Un último vistazo en el que parecían querer grabarse la estampa en la retina, no vaya a ser que la justicia divina acabe con él en la hoguera. Muchos se preguntaban qué pasará con el collage. La galería Magazin ha vendido el original pero... ¿Intentará comprarlo el Obispado para un exorcismo? ¿Mejorará la oferta el Ayuntamiento, para quedárselo como recuerdo? ¿Se forrará el propietario con la reventa de la obra? En el Consistorio aseguraban ayer que desconocían si se intentará que el cuadro pase a formar parte del fondo del MACE.

Pero no era sólo la obra de Hendriks la que se resistía a abandonar L´Hospitalet. Uno de los operarios intentaba, sin mucho éxito en un primer momento, desmontar el ca eivissenc de madera de Elena Beelaerts. El artista, considerado, había dejado en un sobre un folio con las instrucciones. Como si del muñeco de un huevo Kinder tamaño gigante y versión `Bricomanía´ se tratara. El trabajador miraba las indicaciones e intentaba desensamblar las patas del colorido cánido sin hacer mucha fuerza, con miedo de romperlo. Después de un buen rato las piezas de las patas estaban ya amontonadas a un lado. La cabeza, sin embargo, fue mucho más difícil de desmontar. Lo probaron entre dos. Pero él seguía ahí. Negándose a marchar, como la visión de Hendriks.

A pesar de que el aspecto de L´Hospitalet era ayer el de la misma sala de exposiciones de siempre, más de uno sintió que se trataba de un lugar casi prohibido, restringido a unos pocos, ya que al llegar todos eran interrogados. «¿Quién eres?» «¿De dónde vienes?» Alguno se preparaba ya para contestar acertadamente la tercera pregunta, la adivinanza sin la que la Esfinge de L´Hospitalet no dejaría cruzar los muros de la iglesia. Pero no. Sólo eran dos preguntas.