Me he referido, en otros artículos, aunque sin dedicarle nunca demasiada atención, a Otho Lloyd, siempre como pintor, siempre también como marido de la pintora Olga Sacharoff, de quien sí me he ocupado en estas mismas páginas con mayor detenimiento. El matrimonio, que vivía en Barcelona desde 1916, viajó a Ibiza por primera vez en los años treinta, en busca de nuevos paisajes que pintar, en compañía de otros pintores de Barcelona, como Miquel Villà y Soledad Martínez, o que residían en Barcelona por aquellos años, como Esteban Vicente y Willy Roempler.

Otho Lloyd nació en Londres en 1885. Su padre, de origen noble, rico y erudito, se dedicaba preferentemente a la traducción al inglés de los clásicos griegos, y era hermano de Constanza Lloyd, esposa del escritor Oscar Wilde. De su madre sabemos solamente que era frágil y enfermiza, por lo que la familia, huyendo del clima húmedo de Londres, se trasladó pronto a vivir a Suiza, a Lausana, ciudad en la que Otho Lloyd creció y vivió hasta los dieciséis años, y en la que nació su único hermano, Fabian Avenarius.

Entre 1901 y 1906 estudió en la Academia de Bellas Artes de Ginebra y, cuando obtuvo el diploma, decidió abandonar Suiza para conocer otros países, recorrer los mejores museos, proseguir su formación. Primero estuvo en Munich, en cuya Alte Pinakothek pasó muchas horas copiando los lienzos de los grandes maestros. Meses más tarde decidió cambiar de aires y se trasladó a Italia. Pasó dos años en Roma y uno en Florencia, con frecuentes estancias en la isla de Capri.

Quedaba entonces París, por supuesto, y en 1909 Otho Lloyd se trasladó a vivir a la capital francesa. Era el momento del fauvismo y del cubismo. Frecuentó, sobre todo, los ambientes de Montparnasse, la Academia Matisse y la colonia de artistas rusos. En esta última conoció a la pintora Olga Sacharoff, de la que ya no se separaría nunca más.

También en París iba a reencontrarse con su hermano Fabian Avenarius, el cual, para sorpresa de toda la familia, pues siempre se había mostrado hostil al mundo de las artes y de la intelectualidad, había empezado a interesarse por la literatura, sobre todo por la poesía, aunque sin abandonar nunca su actividad favorita: el boxeo. Frecuentaba las tertulias y el mundo de las revistas poéticas de vanguardia, siempre al acecho de la provocación -tal vez con el recuerdo vivo de su tío Oscar Wilde- y adoptó un nuevo nombre, Arthur Cravan, el mismo nombre con el que pasaría a la posteridad como el famoso `boxeador-poeta´, es decir, como uno de los tipos más raros de su tiempo.

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Otho Lloyd y Olga Scharoff llegaron a Barcelona en 1916 huyendo de la guerra, seguramente pensando en regresar a París algún día. Sin embargo, Barcelona acabó siendo para siempre su casa. Sus viajes a Mallorca y a Ibiza, en compañía de sus amigos, para pintar del natural, fueron constantes y productivos. Se sabe, por ejemplo, que Olga Sacharoff preparó en Ibiza, durante el verano de 1934, su primera gran exposición en Barcelona, que tuvo un gran éxito de público y de crítica.

Aunque se conocen fotografías de Otho Lloyd de su época en París, lo cierto es que no empezó a dedicarse seriamente a esta actividad hasta 1940. La pintura había sido hasta entonces y seguiría siendo para él la máxima apiración, aunque no llegara nunca a obtener el reconocimiento que deseaba. Sin embargo, los elogios que no conquistó con la pintura, le llegaron muy pronto con sus primeras exposiciones fotográficas y en los primeros cértamenes en los que obtuvo premios y reconocimientos.

Con todo, como ha escrito Maria Lluïsa Borràs, que es la persona que mejor conoce la trayectoria de Otho Lloyd -y también de Olga Sacharoff-, «ni cuando le conocí, en los tiempos en que vivía feliz al lado de Olga, ni en los últimos años de su vida, tan tristes y desolados, se consideró en momento alguno fotógrafo, aunque era una afición que le apasionaba.» Otho Lloyd murió en Barcelona a los 94 años, en 1979.

La producción fotográfica de Otho Lloyd se desarrolló solamente a lo largo de una década, entre 1940 y 1950. Después, volvió a dedicarse exclusivamente a la pintura. Durante aquella década también viajó a Ibiza en diversas ocasiones, por lo que no sólo regresaba entonces a Barcelona con pinturas, sino también con fotografías.

De sus anteriores viajes, Otho Lloyd conocía muy bien la isla y, sobre todo, aquellos lugares que él ya había pintado. Sus fotografías se aproximan de nuevo a aquellos rincones, a aquellos caminos entre viviendas por los que pueden verse las siluetas silenciosas de algunas mujeres, o a los interiores mismos de las casas, donde las personas y las cosas parecen formar parte de un dominio superior: el de la conjunción de las sombras oscuras y el resplandor desnudo de la cal.