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Jared, Malak, Hugo, Aitana y otros 21.351 alumnos vuelven a clase en Ibiza y Formentera

Las mascarillas, protagonistas de la segunda vuelta al cole de la pandemia

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Primer día de clase en Ibiza y Formentera (10/09/2021) Zowy Voeten

«¡Colegio! ¡Colegioooo!». Hugo y su derroche de energía y felicidad son los primeros en llegar al colegio. Cruza corriendo el paso de peatones que separa el coche de su padre de la acera del Poeta Villangómez. La mochila salta a su espalda. Su hermana, más mayor, lleva otro paso. Y desprende otra energía. «Uno quería venir y la otra no», describe su padre dirigiéndose al personal del centro que, desde dentro, levanta la mano para recibir a Hugo. El pequeño pasa por la puerta, que a las ocho y media de la mañana ya está abierta, como una exhalación. Desde fuera se ve su cabecita sobresaliendo del muro con cada bote que da en el primer día de clase del curso 2021-2022, que cuenta con 20.142 alumnos matriculados en Ibiza y otros 1.213 en Formentera (menos que en el curso pasado). Su hermana lo observa desde fuera, apoyada en la verja, esperando a sus amigas. «Qué bien que empieza ya el cole, con lo que te gusta el jaleo», le comenta Freddy a su perra, Flor, una bulldog con la que regresa a casa después de pasar un rato jugando en el parque.

Malak y su madre también se han tomado muy en serio lo de no llegar tarde el primer día de clase. La pequeña, que en octubre cumple cuatro años, da vueltas por las escaleras. Su mochila, plateada y tornasolada, lanza destellos con cada uno de sus movimientos. Ni la niña ni su madre hablan apenas castellano, pero a la alumna se la ve con ganas de cruzar el umbral del centro. Arriba, sobre las puertas, varios carteles indican los horarios de entrada escalonada de los alumnos de Infantil. Los de cinco años, a las nueve; los de cuatro, cinco minutos después, y de los tres, los más pequeñines, cuando pasen diez minutos de las nueve. Aunque el acceso es por turnos, en la acera se arremolinan ya decenas de familias. Mientras sus retoños se abrazan, felices de reencontrarse, ellas hacen lo propio. Algunos vienen ya desde casa con las mascarillas puestas, otros se las ponen al llegar a la esquina de la escuela y unos cuantos las lucen aún en brazos y muñecas.

"El colegio es muy importante"

Jaber, que a sus seis años se estrena en primero de Primaria, se ha puesto sus mejores galas para este día tan señalado. Llega al centro de la mano de su padre, Mohamed, muy bien peinado y con camisa y zapatos. Los dos, padre e hijo, están contentos de que empiece el colegio. El pequeño sonríe por debajo de la mascarilla y agita la cabeza en sentido vertical cuando se le pregunta si tiene ganas de empezar las clases. «El colegio es muy importante», afirma Mohamed, que está tranquilo. «Si se cumplen las normas, y en el colegio se cumplen, no tiene por qué pasar nada», señala. Luisa, que no para de hacer fotos de su hija Aitana en la puerta del colegio, tampoco está preocupada. Este año no. Aitana, que prueba mil poses para la cámara —«son para enviarlas a la familia, que está fuera, en León»—, debería haber comenzado las clases el septiembre pasado, «pero con el tema del virus...», justifica la madre el año de demora. En casa han estado de suerte, nadie ha pasado el coronavirus. «Tomamos muchas precauciones. Nos cuidamos mucho. Sobre todo la limpieza e intentamos vivir normal», explica Luisa, que no está vacunada. «Los mayores de la familia sí, pero nosotros no, lo haremos si nos lo dice el médico», indica tras pedirle a su hija que, antes de que se llene la escalera de gente, se ponga de espaldas a ella para hacerle una fotografía como si estuviera a punto de entrar al colegio. «Es nueva», comenta, feliz, la pequeña señalando su mochila de Frozen.

"Los mayores de la familia sí están vacunados contra el coronavirus, pero nosotros y la niña no"

Luis - Madre de Aitana

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La madre de Malak está concentrada también en la cámara de su móvil. La pequeña, todo sonrisa, mira coqueta y cambia de pose en cada disparo. Faltan cinco minutos para las nueve de la mañana cuando suena la sirena. Todos se acercan a las escaleras. Aitana y Malak, conscientes de que en nada cruzarán la puerta del colegio, agarran las manos de sus madres. Noe, que acaba de llegar, hace lo mismo con la de su «amiga del alma», con la que se dispone a entrar y formar la fila antes de subir a clase. Se alejan cacareando ante las miradas de sus madres. «¿A qué hora venimos?», preguntan, a gritos, a la maestra que ha abierto la puerta. «Pero por la otra entrada», matiza otra progenitora que las ha escuchado.

Las madres, porque la mayoría frente a la entrada del colegio son madres, se bajan las mascarillas para besar a sus niños y niñas antes de que desaparezcan por la puerta. «¡Cuánto te quiero, cariño!», le recuerda a su hija una madre, agachada para que sus ojos estén a la altura de los de la pequeña, que sube corriendo las escaleras con su mochila de sonrientes frutas medio vacía. Las familias siguen agitando los brazos, pegadas a la verja, mientras sus pequeños se pierden, ya más serios y formales, en una fila casi perfecta rumbo a las aulas. Corriendo, con el tiempo comiéndole los talones (enfundados en unas bambas con lucecitas), una última alumna atraviesa los corrillos en los que algunas familias toman una importante decisión: dónde tomarse un café. Tranquilas. Sin niños. 

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