Diario de Ibiza

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Festes de la Terra | Vuit d'agost

Sant Ciriac les da alaaas...

Las obras del Ayuntamiento viejo obligan a cambiar el tradicional recorrido de la procesión para visitar la capilla del patrón de la isla | Vicent Marí y Rafa Ruiz colocan al revés la corona de laurel, para desespero (y risas) de las responsables de protocolo

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Sant Ciriac 2021 Toni Escobar

El viento azota melenas en el mirador del Ayuntamiento de Ibiza. Convierte casullas en el vestido más icónico de Marilyn. Hace que las gauras acaricien la piel de marés de Guillem de Montgrí. Y alivia los cuellos de quienes, a pesar de que podían dejarla colgada en el armario —«a causa de los rigores del verano se dispensa a los caballeros de lucir corbata», rezaba la nota de protocolo—, han decidido lucirla.

Detalle de los ‘balladors’ y ‘sonadors’ esperando para actuar.

«He visto que hacía un poco de frío y me la he puesto», bromea el alcalde de Sant Antoni, Marcos Serra, con el conseller de Medio Ambiente, Vicent Roig, mientras caminan soto abajo, rumbo a la plaza azotada por el viento, donde aguardan ya los músicos de la banda Ciutat d’Eivissa cargados de pasodobles, varios botes de gel hidroalcohólico, un horizonte cuajado de yates rumbo a Formentera y una corona de laurel. La corona de laurel.

Tres personas contemplan la ofrenda a Guillem de Montgrí desde detrás de las vallas.

Apoyada en el quicio de una puerta. Esperando su momento. Ése en el que el presidente del Consell de Ibiza, Vicent Marí, y el alcalde de Ibiza, Rafa Ruiz, la cogen entre sus manos y, perfectamente coordinados, la colocan ¡bocabajo! A los pies de la estatua. «¡Está al revés! ¡Está al revés!», tratan de hacerse oír, sin llamar mucho la atención, las responsables de prensa y protocolo, que se llevan las manos a la cabeza al ver el primoroso lazo cuatribarrado chafado contra las piernas de don Guillem. Son sólo unos segundos. Los dos políticos, en estrecha colaboración, voltean la laureola. Marí, por si acaso, se demora unos momentos colocando bien los flecos de la moña.

El coro Amics de la Música, frente a la capilla de Sant Ciriac y, al fondo, una payesa abrochándose la ‘espardenya’.

Los petardos, un total de doce, anuncian que es día de fiesta. Y los balladors y sonadors de la Federació de Colles ofrecen un aperitivo de ball pagès mientras tras las vallas que impiden el paso a la zona aguardan los integrantes de Esquerra Republicana d’Eivissa i Formentera, listos para su propio homenaje. Una senyera de claveles que Josep Antoni Prats coloca sobre la imagen. «Hoy es un día para recordar quiénes somos y de dónde venimos», afirma ante la atenta mirada de cerca de una treintena de personas.

Los religiosos beben agua al finalizar la procesión desde el Ayuntamiento.

Mientras él habla, los políticos y religiosos que hasta ese momento ocupaban el espacio parten ya rumbo a la capilla de Sant Ciriac ignorando de la ofrenda de Esquerra y de la Plataforma per la Llengua, en la que Bernat Joan recuerda que la lengua integra la identidad de Ibiza y que es un derecho usarla. «No hay nada más democrático que la lengua porque hablar una no excluye a las otras», señala.

Rafa Ruiz y Vicent Marí colocan la corona al revés.

Más flores que Macron

Paradójicamente, los únicos que, aún tras las vallas, escuchan y contemplan estos homenajes son la media docena de integrantes y simpatizantes de VOX, cuya convocatoria («Sal a la calle en la fiesta de nuestra tierra»), registra un estrepitoso fracaso.

Josep Antoni Prats, con la ‘senyera’ de claveles. | FOTOS DE TONI ESCOBAR

Con el conquistador catalán con más flores que Macron visitando la Polinesia, la procesión avanza a toda marcha. Tanta, que los responsables de protocolo tratan de que los religiosos ralenticen el paso. Pero no. Sant Ciriac les da alaaas... Ni la parada para una pequeña plegaria frente a la capilla, habilitada en el punto exacto por el que se colaron los catalanes en 1235, consigue que paren el ritmo. Apenas unos minutos. Los justos para rezar. Para dejar que el olor a incienso impregne la estrecha callejuela. Para que a una de las balladores le aten una espardenya, que no es exactamente como la de la Reina Letizia. Con unas así, o similares, se pasean por la plaza de Catedral, al menos, dos mujeres. «Las he llevado toda la vida, porque son de aquí y porque me parecen muy cómodas. Antes me decían que hacían payesa y ahora, fíjate cómo son las cosas, son el calzado más fashion del verano», comenta Inés Serra, que ha subido directamente al punto más alto de Dalt Vila. Desde allí, como otras decenas de personas, ha visto llegar la procesión.

Grupos de turistas, en la plaza al finalizar la misa.

El trote cochinero y las empinadas cuestas pasan factura. Algunos llegan resoplando. Con el sudor resbalándoles desde las sienes. Y eso que el mercurio y el sol han sido benevolentes. También el viento, que sigue azotando melenas, levantando casullas y dando un respiro a los encorbatados. Reciben las latas de agua fresca como el maná en el desierto. Algunos se las beben de un trago. Otros, los menos sedientos, no saben qué hacer con ellas. Mediadas y sin poderlas cerrar.

250 Abanicos para mitigar el intenso calor

El Consell de Ibiza repartió entre los asistentes a la misa de Sant Ciriac un total de 250 abanicos blancos para que aliviasen el calor.


450 Latas de agua fresca

Para evitar que alguien se desvaneciera, el Consell de Ibiza preparó 450 latas de agua fresca que entregó a los asistentes.

«Nos dicen desde Medio Ambiente que son el envase que se recicla más fácilmente», justifican desde el Consell, que también da explicaciones sobre el cambio de recorrido, que ha obligado a los asistentes a escoger: procesión u ofrendas a Montgrí. «Lo hemos tenido que hacer así porque el Ayuntamiento viejo está en obras y no había sitio suficiente para el discurso, el concierto del coro Amics de sa Música y el ball pagès», afirman.

Los obreros de las parroquias aguantan estoicos en la plaza, sujetando sus pendones. Tan pronto ha llegado la procesión que no les queda otra que resistir así más tiempo del esperado, hasta que las campanas den las once y comience la misa. «¡Esto ya es un 8 de agosto como dios manda!», exclama, no sin retranca, uno de ellos cuando a las 10,46 el sol decide que ya está bien de tregua. La espera es el recreo de los políticos. Charlan animados en los corrillos. Arreglan el mundo. Comentan los estilismos. Alaban la destreza de las que se han atrevido con los tacones. Maldicen las americanas. Posan para fotos cual influencers. Hasta que llaman a misa, oficiada, a falta de obispo (...disset mesos fa...) por Vicent Ribas, administrador diocesano.

Tres autoridades por banco. Sólo autoridades. En los de atrás comparten cuatro o hasta cinco fieles, que escuchan atentos mientras, a sus espaldas, se vive todo un desfile de turistas. Franceses, italianos, alemanes, españoles, holandeses... Algunos buscan la pila de agua bendita, pero sólo encuentran botes de gel hidroalcohólico. No están bendecidos, pero son capaces de acabar con los demonios de la pandemia. El aleteo de los abanicos acompaña durante más de una hora las lecturas, los sermones, las voces del coro, los tambors y las flaütes... También las pruebas de micro —«un, dos, tres, probando...»— y el arrastrar de las sillas para escuchar el discurso del presidente, en las que algunos turistas intentan, sin éxito, sentarse.

No hay carpas para el sol, el viento amenaza con llevárselas. Un linóleo gris frena los resbalones de las espardenyes sobre el empedrado. Los integrantes del coro ahogan sus voces tras las mascarillas. Las campanas bailan. Los asistentes no VIP buscan la sombra. El presidente presume de nuevo emplazamiento. la Universitat. «Aquí empezó todo», comenta enfilando el camino hacia el autobús que, pasado es soto, llevará de regreso a políticos e invitados. La punta de la corbata vuela con cada escalón. «Es mi uniforme», contesta cuando se le pregunta por qué no la ha dejado colgada en el armario.

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