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Un vecino de sa Penya denuncia una paliza por su orientación sexual

La víctima explica que salió de su lugar de trabajo la noche del pasado jueves, cuando unos vecinos le agredieron con patadas y puñetazos en la puerta de su casa

Vista de sa Penya desde la muralla. César Navarro

Hace cerca de cinco años que Lucas (nombre ficticio) reside en en sa Penya junto a su pareja, otro hombre. Él se mudó tres años antes, por lo que son ya ocho años de ‘convivencia’ en el vecindario. Aunque nunca antes habían tenido un altercado que entrañara violencia física, ambos llevan recibiendo insultos debido a su condición sexual desde «siempre», recuerda Lucas, por parte de algunos vecinos.

«Maricón», «marica» o «plumas» son algunos de los improperios más usados por los residentes del barrio. «Me lo dicen más a mí porque mi novio viste más discreto, yo visto con más colorido», explicó Lucas, que ha llegado a normalizar la situación. «Nunca habían ido a más», relata. Hasta ahora.

El jueves por la noche, a las 00.20 horas, cuando salía de su  lugar de trabajo, ubicado en la zona del puerto, cuenta que pasó por delante de un grupo de hombres, reunidos «como siempre» para «vender droga o emborracharse». Los insultos volvieron a sucederse, pero esta vez la cosa fue a más. Cuando Lucas se encontraba delante de la puerta de su casa, uno de sus vecinos se presentó en el portón y comenzó a increparle. «¿Dónde vas?», le preguntó. A lo que Lucas, asustado, le respondió que a su casa. «Ya sabéis que vivo aquí», añadió.

Una paliza entre cinco

Instantes después, denunció que el hombre comenzó a golpearle una y otra vez en la cara. De pronto, el grupo que le acompañaba se acercó y, en lugar de pararle, como pensó Lucas en un primer momento, entre los cinco le propinaron una paliza con «puñetazos y patadas». «Hasta una señora mayor se acercó para pegarme», recuerda dolido el joven, de 30 años. Fue otra vecina la que, de inmediato, llamó a la Policía. Aunque no se presentó ningún agente. «No sé lo que ha pasado, llevo muchos años aquí y me conocen desde hace mucho tiempo», lamenta indignado.

«La Policía tardó mucho en llegar. Si [los agresores] llegan a tener una botella o algo a mano podría haber sido mucho más grave»

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Su novio, que estaba dentro de casa, escuchó voces fuera que gritaban: «Es el vecino, es el vecino. Ayudadle», y salió al balcón a ver qué sucedía. En cuestión de segundos, vio a su pareja contra el muro tratando de parar con las manos los golpes que recibía tanto en la cara como en el cuerpo, y empezó a gritar. Gracias a que uno de los vecinos trató de ayudarle y sacarle de allí, Lucas pudo levantarse y entró corriendo en su casa. Una vez dentro, y en estado de shock, llamaron a la ambulancia. Cuando el 061 llegó hasta el Mercado Vell, repararon en que también había una patrulla de Policía. «Los agentes tardaron mucho en llegar. Si llegan a tener una botella o algo a mano podría haber sido algo mucho más grave», denuncia el agredido, que ha decidido abandonar su lugar de residencia en sa Penya, debido a la agresión. «No puedo vivir más allí», asegura mientras critica la situación en la que se encuentra la zona, donde los traficantes de drogas campan a sus anchas e imponen su propia ley. «Siempre he tenido miedo de volver a mi casa por la noche, aunque no pensaba que pasaría esto», explica.

«Si la Policía no viene, ¿qué hace el vecino?»

El presidente de la asociación La llave del armario, Toni Marí, explica que el problema no es la agresión en sí, aunque reconoce que podría haber acabado mucho peor si un vecino y el novio de la víctima no hubiesen intervenido, sino el trauma o miedo que se genera en la persona tras recibir una paliza. «No hay otro sitio por donde pueda volver a su casa. Si no se muda y la Policía no hace nada, ¿qué hace [la víctima]?», critica. Marí, que aboga por una convivencia pacífica entre las «minorías» que habitan el barrio, considera que si no se actúa y se frena este tipo de comportamientos, «seguirá pasando».

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