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Entrevista

Antoni Ribas Costa, ‘Toniet’, ceramista: «Mientras pueda trabajar, no quiero apoltronarme»

El ceramista más influyente de Ibiza recibe un homenaje con una exposición dedicada a su medio siglo de trayectoria. Pese al recorrido, sigue ilusionado con cada pieza nueva y sintiendo que avanza en su estilo

Antoni Ribas Costa, Toniet, en su taller de ceramista

Antoni Ribas Costa, Toniet, en su taller de ceramista Soldat

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Antoni Ribas Costa, Toniet, en su taller de ceramista Josep Àngel Costa

El ceramista Antoni Ribas Costa, Toniet, se inició tan joven en esta especialidad que, a sus 65 años, se ha merecido la exposición homenaje a su medio siglo de trayectoria. Desde esta semana y hasta el 14 de mayo, Sa Nostra Sala ofrece ‘Paraules dins la terra’, una amplia retrospectiva con la que el artista ha «rebobinado la vida» al reencontrarse con piezas de juventud que ya no recordaba.

Toniet atiende para esta entrevista en su taller, en medio de la Plana d’en Fita, entre el aeropuerto y Sant Jordi. «Esta casa la construyeron unos tíos de mi madre, pero desde aquí se ve donde nací». Sale al patio y señala el Puig des Damians, a poco más de un kilómetro al otro lado de la carretera de Sant Josep. A los pies de la colina se encuentra la finca que su familia cuidaba como mijorals. «Don Joan Marí Cardona me contó que había sido una fortaleza militar. Desde allí hay unas vistas increíbles de todo el pla, ses Salines y Platja d’en Bossa".

Toni Ribas, ‘Toniet’, posa en el taller de Sant Jordi, donde desarrolla su obra desde 1982. | V. MARÍ

-¿Entonces se crió allí arriba, en Cas Damians?

-Hasta los ocho años. Después bajamos a vivir a Sant Jordi, a una casa que construyó mi abuelo en Can Coves, en la calle que pasa entre el hipódromo y la antigua carretera del aeropuerto. Era el viejo camino para ir a Vila, pero ahora queda cortado. Nos caía todo más cerca y teníamos el colegio casi en frente.

-¿Allí se inició con el barro?

-Mi madre dice que, desde pequeño, ya estaba siempre jugueteando con el barro. A los once años empecé en la Escuela de Artes y Oficios, porque ya se podía empezar a esa edad. Me gustaba mucho la cerámica, aunque no era la materia que allí más se desarrollaba.

-¿Tuvo de profesor al pintor Toni Pomar?

-Fue uno de ellos, porque tuve muchísimos profesores. De Modelaje, Matemáticas, Historia del Arte... ¡incluso teníamos Formación del Espíritu Nacional con Jesús Núñez! Años después, uno de sus nietos [el pintor Dani Castilla] estuvo un verano en mi taller cuando estudiaba Bellas Artes.

«Mi madre dice que, desde pequeño, yo ya estaba siempre jugueteando con el barro»

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-¿Entró en contacto en Artes y Oficios con Joan Planells, Daifa?

-Él no empezó a dar clases de torno hasta que se hizo viejo. Yo lo conocía de antes y fue uno de mis maestros. Daifa era un alfarero de la vieja escuela, pero muy bueno. Se revalorizó mucho porque, cuando ya llevaba años dedicándose en cuerpo y alma a la cerámica, consiguió una iconografía propia y sus piezas se reconocen a primera vista.

-¿Daifa fue pionero en inspirarse en la iconografía púnica?

-Hubo anteriores. Él me enseñó piezas de ese estilo anteriores y me habló de un maestro mallorquín que se llamaba Roget. Daifa fue muy importante porque fue un nexo de unión entre la antigüedad y la modernidad. Gracias a él, hemos podido conocer la alfarería tradicional, que ahora ha quedado reducida a la mínima expresión. Están Toni Frígoles, que era alumno suyo, pero ahora se ha jubilado, y Adrián Ribas.

-La modernidad llega con Antoni Tur Costa, Gabrielet. ¿Él fue su gran maestro?

-He sido muy afortunado con todos los que he tenido, pero Gabrielet es el maestro con el que más tiempo trabajé. Cuando lo conocí, yo ya contaba con bastantes conocimientos de cerámica, mientras que él tenía una edad y necesitaba gente que lo ayudara. Esto me permitió estar seis veranos en su taller de la Mola, de 1976 a 1982, y aprender muchísimo de él. Era la época dorada de Formentera, con un ambiente cosmopolita y gente muy interesante.

« He sido muy afortunado con todos mis maestros, pero ‘Gabrielet’ es con el que trabajé más tiempo»

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-La figura de Gabrielet evoca un aura de bohemia casi legendaria. ¿Vivía sin luz?

En el taller teníamos un horno eléctrico, pero en la casa donde vivía él, en es Torrent Fondo, no había. Pero es que, entonces, muy pocas casas de la Mola contaban con luz eléctrica y se usaba camping gas por las noches. Gabrielet era un hombre muy ilustrado, viajado y cultivado, eso le daba el aura y el carisma en esa época. Estar a su lado era disfrutar de sus experiencias, no todas bonitas.

-¿Lo conoció cuando tenía un cerdo como mascota?

-No llegué a conocer el cerdo, eso fue de una época anterior, cuando vivía junto al mar en es Pujols. Se iba a nadar con él, como si fuera un perro. Le gustaban mucho los animales y tenía un gallo que se llamaba Felipe. El gallo más de una vez embistió a la guardia civil de paisano que iba a buscar a alguno de los jóvenes, sobre todo catalanes, que se quedaban en casa de Gabrielet. En esa época, muchos de ellos se iban de sus casas y él acababa dándoles cobijo en es Torrent Fondo. No era un confidente, pero si subía la Guardia Civil a hablar con Toniet para buscar a alguno que estuviera muy perdido, él los dejaba pasar. Total, lo iban a encontrar de todas maneras.

-En esa época, con solo 23 años, ya expuso en Barcelona.

-Fue una exposición colectiva de los jóvenes artistas ibicencos, con Toni Cardona, Juan Santos, Carles Guasch y Neusetas Matas. Era una galería que se llamaba Roc Ginard, cerca del Museo Picasso. Pasé hace unos años y ya no existe.

-Y ahora protagoniza una exposición para conmemorar medio siglo de trayectoria. ¿Siente que contempla su vida con esta muestra?

-Yo no hubiera podido organizar esta exposición, porque hay mucho trabajo detrás recopilando obras de colecciones privadas, aunque alguna es de los fondos del Consell y del Museo de Etnografía. Además de la comisaria, Susana Cardona, estoy muy agradecido con la labor de los montadores, que siempre suelen quedar al margen. No me pasa normalmente, pero me he emocionado al reencontrarme con piezas que no recordaba y evocar la época cuando las creé. Ha sido como rebobinar mi vida.

-¿Eso es una satisfacción o da vértigo?

-Me da una perspectiva de mi pasado, pero no me siento nada viejo. Mientras pueda trabajar y tenga ganas, no me quiero apoltronar, porque me lo paso realmente bien creando mis piezas.

« No me suele pasar, pero me he emocionado al reencontrarme con piezas que ya no recordaba en la exposición»

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-¿Disfruta más al empezar la creación, durante el proceso o cuando tiene delante el resultado final?

-Realmente, el momento más placentero es durante la creación. Pero, cuando veo la obra finalizada, tengo la satisfacción de que he dado un paso más para avanzar en mi trayectoria. Es como esta terracota [señala su última escultura, recién acabada], con la que yo buscaba unos efectos y un cromatismo determinado que veo que he podido plasmar. En las piezas que hago para mí, nunca intento repetirme y me motivan para continuar. Cuando se trata de un encargo de un cliente, estoy condicionado por unos cánones que me imponen.

-¿Parte con una imagen inicial que quiere modelar o se forma sobre la marcha?

-Tengo claro el punto de partida. La cerámica no es como pintar un cuadro con acuarela, sino que es una disciplina en la que debes prever los materiales y prepararlos. Después comienzas la pieza y, en mi caso, casi siempre se producen cambios durante la ejecución. Mientras vas trabajando, observando la obra, te das cuenta si los esquemas previos tienen algún fallo. La cabeza a veces me traiciona, pero luego, el corazón se impone durante el proceso.

-¿Disfruta mezclando arenas o cenizas con el barro?

-Para mí, la clave de mi trabajo es que he estudiado con mucha profundidad las materias primas de donde sale la cerámica. Este bagaje me permite saber cómo responderán los materiales y por dónde debo continuar, porque cada uno de ellos tiene su particularidad. Según el efecto que busque, uso materiales más aptos plásticamente o le añado más antiplásticos. Es un proceso que tengo asimilado y es mucho más motivador trabajar la cerámica de esta manera que con materiales manufacturados.

-¿Hay materiales que haya ido abandonando o recuperando a lo largo de su carrera?

-Sí. Por ejemplo, hacía más de diez años que no preparaba ninguna terracota y ahora he acabado esta y otra que está en la exposición. Quiero seguir con una serie de ocho o diez, hasta que me canse.

-Sorprende su última terracota porque parece que su parte superior es roca natural. Es como un còdol enorme, esculpido sobre unos pilares.

-Esa es la belleza del trabajo, realzar lo que no son más que materiales. Es una mezcla que he preparado con dos tipos de tierra, negra y blanca.

-¿Se siente más escultor en su vertiente artística?

-También tengo mucho trabajo pictórico, aunque la escultura me tira mucho.

« Echo mucho de menos impartir las clases de cerámica, porque se había creado un ambiente muy peculiar con alumnos de toda la isla»

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-En la exposición en sa Nostra Sala, sorprende una pieza suya antigua que representa unos inmigrantes en patera.

-Tenía presente esa obra porque salía en la portada de un cartel de una exposición anterior. Le comenté a Susana Cardona que sería muy interesante incluirla, porque en esa época no se hablaba tanto de este tema. Fue como un presagio.

-Este componente social también está presente en el monumento a Ca na Palleva. Como vecino de Sant Jordi, ¿quedó afectado por el derribo de esa casa en 2006 y la movilización contra la autovía?

-Esa escultura fue un encargo de la Plataforma Antiautopistas, para dejar constancia de esa casa. Se tumbaron otras, pero esa fue la más emblemática y la que dio más batalla. Me dieron unas indicaciones para levantar el monumento, porque yo sentía mucha pena y no sabía por dónde empezar. Hice un monolito con unos grabados y encima unos lazos de metal entrelazados. Aunque ahora está muy descuidado ese terreno donde se levanta, estoy contento de ver la escultura. Uno no puede parar el progreso, pero eran una gente muy querida en el pueblo. Yo conocía bien Ca na Palleva desde pequeño, cuando empecé a ir al colegio a Vila con diez años para la preparatoria de Artes y Oficios. Íbamos en bici y si hacía calor, parábamos a beber allí, porque debajo del porche dejaban un botijo para quien tuviera sed.

-¿Echa de menos impartir las clases municipales de cerámica?

-Las echo de menos yo y los alumnos, porque se había creado un ambiente muy particular, con gente de toda la isla. Tenían mucho recorrido y funcionaban por inercia propia. El problema es que disponíamos de talleres en centros públicos, como la Escola d’Art, l’Urgell y otro en el instituto de Sant Agustí. Con la pandemia y las regulaciones, necesitan organizarse en grupos de menos alumnos y contar con más espacios.

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