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Crisis sanitaria | Campaña de vacunación

La calculada vida de una vacuna en Ibiza

Enfermeras de Farmacia y de Salud Laboral del Área de Salud de Ibiza y Formentera explican el proceso que siguen con las vacunas contra el covid desde que salen del almacén helado del viejo Can Misses hasta que se administran a los usuarios

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La calculada vida de una vacuna en Ibiza J.A. Riera

Una nube de frío invade el almacén de las vacunas contra el covid cuando Mayte Sequeda Reyes, supervisora de enfermería de Farmacia del Hospital Can Misses, abre la puerta de uno de los compartimentos del ultracongelador en el que se guardan los viales de Pfizer. Podría parecer que ahí, con esa nube blanca de frío polar (86 grados bajo cero), empieza el recorrido de una vacuna contra el virus. Pero no.

Caja con viales de Pfizer en uno de los compartimentos de un ultracongelador del Hospital Can Misses. JUAN A. RIERA

El proceso ha comenzado mucho antes, unas 24 horas antes. En un lugar mucho menos espectacular y sin gélidas nebulosas: el despacho de Iris Herranz Hernández y Paloma Chamorro Carreño, enfermeras de Salud Laboral del Área de Salud de Ibiza y Formentera. Allí, en el segundo piso del viejo Can Misses, en la consulta que un día ocupó el ya jubilado jefe de Neurología, José Luis Parajuá. «Tenemos que ver el número de citados para el día siguiente con cada tipo de vacuna para pedir a Farmacia el número exacto de viales», comentan Iris y Paloma. El número exacto.

La supervisora de enfermeria de Farmacia frente al carro de la unidad. asef

Clavado. Ni uno más, por si pasa algo. Ni uno menos por si no se presenta todo el mundo. Deben de citar a los usuarios en múltiplos de los viales. Es decir, de seis en seis en el caso de Pfizer, de diez en diez en el de Moderna y de once en once en el AstraZeneca. Todo un sudoku que continúa cuando Mayte recibe el pedido, momento en el que tiene que calcular a qué hora comenzar a descongelar cada una de ellas para poder administrarlas.

«Con muchos sudores, pero no se ha desperdiciado ninguna dosis. Es una vacuna contra el covid, no vas a tirarla a la basura»

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Mayte Sequeda, Paloma Chamorro e Iris Herranz en una de las tres salas de vacunación del viejo Can Misses. JUAN A. RIERA

La más complicada, coinciden, es la de Pfizer. No sólo se conserva a temperaturas que no se alcanzan ni en Siberia sino que, además, una vez descongelado el vial «sólo hay cinco días para usarlo». Esto es especialmente importante cuando se trata de viales llegados desde Mallorca, ya que no se envían ultracongelados sino refrigerados, por lo que hay que administrarlas las primeras. Así, Mayte lo deja todo preparado el día antes teniendo en cuenta que estas vacunas tardan tres horas en descongelarse en una nevera. «Hay un método rápido para hacerlo, a temperatura ambiente, que tarda 30 minutos, pero luego tiene estabilidad de sólo una hora», comenta la supervisora de Farmacia, que añade: «La de Moderna, que tarda dos horas y media en descongelarse, es delicada una vez que la descongelas».

Cajas de Moderna en un congelador. JUAN A. RIERA

En la sala de ultracongeladores

Al almacén de vacunas, al que sólo pueden acceder llamando a seguridad, siempre entran de dos en dos. Por el frío. Se les quedan las manos congeladas (en sentido literal y metafórico) al manipular las pequeñas botellas y, además, por si pasara algo. No todas las vacunas están en la misma máquina. Éstas harían sonar una alarma en el caso de que la temperatura subiera, pero más vale prevenir. Están colocadas como los yogures en los supermercados: las que vencen antes, más a mano. Una vez fuera, Mayte las reetiqueta, es decir, les pone la nueva fecha de caducidad (fecha y hora de caducidad), las coloca en un transportín refrigerado con una tira de control de temperatura de color blanco que alertará de si se ha roto la cadena de frío tiñéndose de azul (deben estar entre 2 y 8 grados) y se las lleva a Farmacia. Ahí empieza el viaje de las vacunas, que permanecen en el carro refrigerado de Farmacia hasta que a las ocho de la mañana Iris y Paloma van a buscarlas.

Tira de control con la que se comprueba que no se ha roto la cadena de frío durante el traslado de las vacunas. JUAN A. RIERA

Se mueven rápido. Pero con muchísimo cuidado. «Hemos calculado que de Farmacia a aquí hay dos minutos y medio», afirman Iris y Paloma. Y a paso ligero, sin pararse con nadie. A veces, cuando el ascensor no está en el sótano, suben los tres pisos a pie porque tardan menos. «A veces llegamos jadeando», confiesan. Han hecho piernas, sobre todo cuando estaba abierto Ca na Majora y los ascensores estaban bloqueados. Nada más llegar las colocan en su propia nevera y revisan los listados de la gente que hay citada.

Los viales no salen de la nevera hasta un par de minutos antes de preparar las jeringuillas. En el caso de Pfizer no es, precisamente, tarea fácil. Cuando sacan el vial de la nevera deben hacerle diez inversiones (darle la vuelta de arriba abajo) para «homogeneizar» el contenido, que deben diluir luego con 1,8 miligramos de suero fisiológico que introducen con una jeringa. Se hacen otras diez inversiones y se extrae el aire. «Es para igualar las presiones y que no escupa nada, porque entonces perderías una dosis. Hay que ser muy meticuloso. Si pierdes una gota la última dosis no se sale a 0,3 sino a 0,2», comentan Iris y Paloma. «En Farmacia está muy interiorizado, pero en el día a día no, no se carga así un medicamento normal», apunta Mayte.

La obsesión de las dosis

De cada vial salen seis dosis, si se hace bien y se usan las jeringuillas adecuadas. En un momento, recuerdan, hubo rotura de stock, pero en Can Misses no faltaron. Que salieran seis dosis era, al principio, «una obsesión». Hicieron un sinfín de experimentos con agujas de diferentes diámetros y espacios muertos hasta que dieron con la fórmula perfecta. Mayte estuvo con los equipos unos días, incluso, para comprobar que salían las seis dosis. Han intentado que siempre se ocupen de cargar las jeringas las mismas personas, que ya tienen la técnica muy entrenada. Ahora, explican, son ellas dos las que suelen encargarse de esta tarea. Es un trabajo arduo. sobre todo los días que tienen mucha gente citada. Cuando han estado funcionando las tres salas de vacunación del viejo Can Misses se ha administrado una vacuna cada minuto —«más de 300 personas, a destajo»— han supuesto para ellas estar cargando las dosis constantemente. Jornadas sin horario en las que, a última hora, han tenido que buscar personas que vacunar para no perder las dosis.

4.395 personas vacunadas con dos dosis en las Pitiusas: El miércoles, último día que Salud actualizó los datos, habían recibido dos dosis de la vacuna 4.395 personas en las Pitiusas.

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«Aunque la citación sea perfecta siempre falla alguien y tenemos que hacer una repesca», comentan. Antes de abrir el último vial se aseguran de que están en Can Misses todos los citados y, si no llegan, se les pide que acudan otro día. «Intentamos no abrirlo, pero depende del día. Llamas a gente que está en la lista para ver si puede venir, pero no es fácil conseguirlo con tan poco tiempo. Hay gente que te dice que sí, pero que está en Cala de Bou o sa Cala y que tardarán en llegar. Pues los esperas», indican Iris y Paloma, que afirman con cierto orgullo que en Can Misses no se ha desperdiciado «ninguna dosis». «Con muchos sudores, pero ninguna. Es una vacuna contra el covid, no vas a tirarla a la basura», indican. Tampoco se han saltado el protocolo, garantizan.

Si no han encontrado a nadie por teléfono han mirado si en el hospital, ingresado, había algún paciente de los colectivos que se estaban vacunando en ese momento. «Con el consentimiento del usuario y la autorización de su médico», matizan. «Hemos sido muy escrupulosas, no se las puedes poner a cualquiera, hay que seguir un orden estricto», indican.

Las complicaciones no son menos cuando se vacuna en los centros de salud o, incluso, a domicilio. Las coordinadoras de cada ambulatorio acuden a la Farmacia del hospital para recoger las dosis que han pedido el día antes, que se llevan en una especie de maleta refrigerada. Las tratan, prácticamente, como si en vez de vacunas contar el covid llevaran TNT. «Con cuidado, sin frenazos», señala Mayte. El coche, sin embargo, está descartado a la hora de acudir a los domicilios. Las jeringas están ya cargadas y apenas se pueden mover, así que se llevan a pie, lo que complica la logística de citar a los pacientes. No sólo tienen que estar dentro de los colectivos que se están vacunando sino que, además, deben vivir lo suficientemente cerca unos de otros como para que el equipo de vacunación pueda ir de una casa a otra a pie y a todas en muy poco tiempo. «La labor de logística es un tetris», comentan Mayte, Iris y Paloma, que destacan que la labor se complica aún más cuando hay que cuadrar las segundas dosis. Ahí el rompecabezas de viales, citas y plazos es endiablado. «El pinchazo no es nada, es todo lo demás lo que da trabajo», insisten.

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