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Desescalada: paso a nivel 3

La restauración de Sant Antoni reabre tras dos meses de «escabechina»

Bares y restaurantes de Sant Antoni abre hoy parcialmente sus terrazas tras dos meses que han sido la puntilla para no pocos bares y restaurantes del municipio, mientras los que han sobrevivido están con la soga al cuello o endeudados hasta las cejas

Juan Pablo Molina ha «fiado» cafés y comida a su fiel clientela: «Son como mi familia».

Los últimos 61 días han supuesto una escabechina en Sant Antoni. Se ha parado la expansión de coronavirus, pero a costa de la desaparición de muchos negocios de la restauración y de un aumento considerable del paro. La pobreza es visible en el pueblo, por ejemplo, «en las colas que se forman lunes, miércoles y viernes a las puertas de Cáritas, que llegan hasta el Mambo», cuenta Mauro, uno de los cuatro propietarios del «laboratorio de pasta» Yenuina, que cada semana dona a esa entidad «de 60 a 90 kilos» de espaguetis o macarrones. «La entrego y me largo, no puedo soportar ver aquello», indica. Lo que más teme es el destrozo que ha causado la pandemia a su alrededor: en la siguiente manzana, un próspero negocio de vinos ha cerrado definitivamente; también una pizzería que hay a apenas 20 metros y cuyo propietario se lo ofreció a Mauro en venta; justo al lado, una antigua caja de ahorros ha tapiado su puerta después de que fuera tomada por unos okupas.

Su restaurante ofrece desde hace dos meses servicio take away, «insuficiente para pagar los gastos». Como muchos otros empresarios, pidió la ayuda a autónomos, que aún no ha recibido. Respecto a la exigencia de no tener deudas, que se ha de cumplir para percibir algunas subvenciones, advierte de que «es imposible que nadie esté libre de ellas ahora mismo».

José Vingut ponía ayer orden a su bar, Palco Illusions, tras dos meses cerrado. J.A.RIERA

Hasta ayer, Juan Pablo Molina, propietario de XDXT, sólo servía para llevar. En estos dos meses se percató de que esta crisis es muy profunda. Sabe que «no hay dinero» porque tiene que fiar a muchos de sus clientes, tanto cafés, como bocadillos... Todo menos alcohol: «Eso ni me lo piden». Pero algo con lo que alimentarse sí: «A eso no me niego, porque la comida es sagrada». No puede, afirma, negarle a un cliente de toda la vida un bocadillo: «Sé que en algún momento me lo pagarán, tarde o temprano». «¿Me lo apuntas?» o «¿me lo fías?» son dos frases que últimamente se escuchan mucho en su bar: «No les puedo decir que no, los conozco desde hace seis años, son ya como mi familia». Ha seguido abierto «por no estar encerrado en casa», pues entre fiar y vender poco, incluso ha tenido que endeudarse. Sólo trabajan allí él y otro familiar: el resto de camareros, cuatro, siguen en ERTE.

Hormigas y cigarras

A las 8.40 horas, José Vingut ya estaba ayer en su bar, Palco Illusions, para ordenarlo todo. Descartó el take away porque le parecía «feo» obligar a sus clientes «a largarse» de allí o a beber el café «escondidos» en los soportales de ese edificio. Ha podido aguantar la larga travesía desde el 13 de enero gracias a sus ahorros, porque no tiene empleados y porque estaba «resignado». Pero tiene tres hijos «que no comen del aire», por lo que confía en que no se repitan los confinamientos. Tampoco ha percibido aún los 1.500 euros por ser autónomo, si bien sabe que se los han concedido.

Rosa seguirá con el ‘take away’ de porras y cafés y no pondrá la terraza porque no le sale a cuenta con las nuevas normas y aforos

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Andrea Carvajal decidió hace una semana abrir para servir cafés para llevar, pero con poco éxito porque «ni hay gente ni hay dinero».

Ángel, propietario del Benítez, colgó un cartel el viernes a las puertas de su bar: «¡Os esperamos!, abierto desde el lunes 15». En frente, en el mercado payés, compra tomates mientras su mujer, Carmen, prepara la cocina para tener hoy listas sus famosas tapas. El local que hay justo al lado (que no abrirá aún) le presta su terraza. El dueño del inmueble le ha perdonado el pago del alquiler del mes de enero, además de rebajarle parte de la cuota del resto. Se ha «hipotecado» para introducir mejoras en la cocina y para comprar maquinaria nueva. Desde hoy recupera a dos camareras del ERTE, pero aún tiene a otras tres en ese limbo laboral. «Esta crisis nos ha enseñado que hay que ser hormigas, no cigarras», cuenta cuando se le pregunta cómo ha logrado sobrevivir dos meses. Como Vingut, lo ha conseguido gracias a «los fondos de previsión», a esa calderilla que iba apartando a diario «por si acaso» antes de que estallara esta crisis: «Otros se compran cochazos. Yo sigo yendo en mi motito».

«Ni dinero ni gente»

Justo al doblar la esquina está el Al Andalus, que Iván ya pone a punto para hoy. Apenas necesita nuevas provisiones porque ya se avitualló a finales de febrero, cuando la restauración ibicenca creía que el Govern balear permitiría abrir desde el 2 de marzo en Ibiza. Falsa alarma que supuso cuantiosas pérdidas para muchos bares y también para proveedores: «No avisan con tiempo, la incertidumbre es total, no sabes si comprar o no material», se queja. Ha aprovechado estos dos meses para redecorar, pintar mesas, instalar nueva iluminación... Y para pedir al banco que le eche una mano, dado que, en 2020, el negocio no le dio «para tener un colchón» de supervivencia. Uno de sus trabajadores cumple hoy justo un año en ERTE. Si se mantiene su negocio es gracias a que soporta todo el peso del trabajo junto a su suegro. Aunque a Iván le «fastidia» que tenga que cerrar a las 17 horas, admite que tampoco le provocará muchos estragos, pues cuando hace caja es a la hora del desayuno y del menú de mediodía.

Iván y su suegro preparan el Al Andalus.Han tenido que pedir ayuda al banco para mantener vivo el negocio. J.A.RIERA

Hace una semana, Andrea Carvajal y su familia decidieron abrir Es Clot, sí o sí, aunque sólo fuera para repartir cafés o comidas para llevar. Pocos han servido, porque afirma que «ni hay dinero ni gente en la calle. Muchos no han cobrado el ERTE o no tienen ya ni paro». Sólo tenían como clientas a las dependientas de las tiendas cercanas. Pero para poco más que cafés. «Aguantamos porque somos una familia, yo, mi padre y mi madre. Si no, olvídate...». Aún tienen un trabajador en ERTE. También espera impaciente recibir la ayuda como autónoma: «La gestoría dice que es un trámite que se resuelve poco a poco. Sé que algunos están usando ese dinero para saldar su deuda con Hacienda».

Carmen pone a punto la cocina del Benítez. J.A.RIERA

«¡Esos churros, Rosa!», exclama una de las 23 personas que aguardan a las puertas de Pollos Pando. «Ya va, ya va. Toma, tapado, solo, con leche y tus cuatro raciones de churros», suelta Rosa de carrerilla a una clienta. La propietaria admite que el take away de desayunos le ha ido «bien», pero no piensa recuperar hoy su terraza, que antes siempre estaba abarrotada, porque entre reducir el 50% el aforo y que en cada mesa sólo puede haber a lo sumo dos núcleos de convivientes y nunca más de cuatro personas, no le salen las cuentas: «Mira a tu alrededor. Cada uno es de su padre y de su madre, no son familiares».

En el Mudita, en el paseo de ses Fonts, dan lustre al negocio desde hace tres días. Ya se prepararon a finales de febrero para abrir el 2 de marzo, recuerda su dueño, Alberto Yagüe, quien asegura que, en su caso, «cerrar a las 17 horas sí es un desastre». Su encargado, Enrique Castro, ha aprovechado el parón de 61 días para idear «un concepto nuevo» para el negocio, y confía en que ya no tendrán que volver a cerrar: «Es que soy un optimista».

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