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María Martín Barranco

María Martín Barranco: «El diccionario de la RAE es sexista, no hay una definición que se salve»

La feminista y especialista en intervención social con enfoque de género María Martín, que participó en el programa de actos del Ayuntamiento de Ibiza para celebrar el Día de la Mujer, defiende el lenguaje inclusivo como herramienta para acabar con la desigualdad

María Martín con su libro ‘Mujer tenías que ser’, publicado en 2020.

Especialista en Igualdad. El pasado jueves María Martín Barranco, licenciada en Derecho, feminista y especialista en lenguaje inclusivo, participó en el programa de actividades del Ayuntamiento de Eivissa para conmemorar el Día de la Mujer ofreciendo una charla ‘online’ desde su Granada natal para explicar cómo las mujeres han sido apartadas históricamente del poder de definir el mundo y a sí mismas. 

‘Ni por favor ni por favora’ es obra de María Martín. D.I.

En la charla online que ofreció explicó cómo el lenguaje influye en los comportamientos de las mujeres y cómo se nos socializa en una forma determinada de ser a través de mecanismos lingüísticos. ¿Nos podría poner algún ejemplo?

En mi libro ‘Mujer tenías que ser. La construcción de lo femenino a través del lenguaje’ hay cientos de ejemplos de la Real Academia Española (RAE), de canciones infantiles, de refranes del refranero popular de España y de Latinoamérica... También hablo de frases que nos dicen a las mujeres por la calle y de las que nos decimos entre nosotras. Por ejemplo, cuando tenemos la regla decimos que ‘estamos malas’, como si estuviéramos enfermas, cuando la menstruación es un proceso natural en un cuerpo sano. También empleamos ‘tengo que arreglarme’ para decir que nos vamos a acicalar, como si fuéramos neumáticos estropeados o pinchados. Es algo muy sutil, pero muy significativo. Con esa sutileza es con la que se ve muy bien que lo que decimos no es neutro ni es aséptico.

Ha mencionado, entre otras cosas, el refranero español, lleno de ‘perlas’ sexistas.

Sí, como ‘A la mujer y a la burra, cada día una zurra’ o ‘El hombre y el oso cuanto más feo más hermoso’. Hay muchas palabras y concepciones que se transmiten en la oralidad y en los diccionarios que se quedan arraigadas en el imaginario popular y se convierten en la manera en la que el mundo mira a las mujeres, pero también en la forma en la que las mujeres nos miramos a nosotras misma. Nos vemos, nos juzgamos y nos valoramos con una mirada externa que no es una mirada neutra ni objetiva, es una mirada androcéntrica y masculinizada porque la sociedad es machista. Así que nos decimos a nosotras las mismas cosas que nos dice la sociedad hasta que no somos conscientes de que tenemos un diálogo interior perverso que nos daña emocionalmente. A través del lenguaje se nos va excluyendo de la ciudadanía, de la racionalidad, del ser persona para pasar solo a ser mujeres como si fuéramos una categoría distinta de la categoría humana.

En definitiva, ¿quiere decir que el lenguaje ha contribuido de forma importante a la desigualdad entre hombres y mujeres?

Sí, claro. No es algo que nos resulte ajeno ni difícil de entender cuando pensamos en otros contextos. Por ejemplo, cuando Franco arrebató el poder legítimo al gobierno de la República enseguida empezaron a prohibirse determinadas palabras y a los fascistas se les empezó a llamar nacionales y a los curas, sacerdotes. Somos perfectamente conscientes de que el lenguaje es importante. Hay paces y guerras que han empezado o terminado por una palabra y, sin embargo, después, cuando hablamos de las mujeres todo el mundo dice que tampoco será para tanto. Yo creo que todas las cuestiones que ponemos sobre la mesa que afectan a las mujeres se tratan con la misma condescendencia con la que se nos valora a nosotras.

Hemos hablado del refranero popular, pero centrémonos también en la gramática.

La gramática está cargada de sesgos sexistas que hacen que lo masculino quede siempre por encima de lo femenino con lo cual aprendemos esos mecanismos de discriminación, los tenemos naturalizados y nos parecen ‘normales’ porque los hemos aprendido a través mecanismos lingüísticos: que el masculino representa a hombres y mujeres, pero el femenino solo se representa a sí mismo o que cuando se trata de personas el género gramatical masculino tiene que ir delante. Todo no se puede analizar de forma diferenciada, es un engranaje al que sumar el resto de mecanismos que tiene la estructura del sistema. Cambiando la lengua o la manera de hablar no va a cambiar el total, pero, si se nombra adecuadamente la realidad, sí puede hacer que la sociedad se perciba de una manera radicalmente distinta. Ese es mi objetivo, que aprendamos a nombrar adecuadamente la realidad para que quien nos escucha piense en una realidad completa, no en una realidad atravesada por el sexismo y el machismo.

¿Piensa que la RAE es sexista?

No es que yo piense que la RAE es sexista, es que lo es, a las pruebas me remito. No hay más que ver su composición, en más de 300 años han entrado once mujeres. Puedes abrir el diccionario de la RAE por donde quieras que no hay una definición que se salve. Por ejemplo, en la definición de mujer tienes cinco sinónimos de prostituta. Es cierto que si la sociedad le da esos significados tienen que estar, yo no estoy diciendo que haya que hacer una purga del diccionario, pero también existen las marcas lexicográficas que te ponen en contexto. Un ejemplo que yo uso mucho, es el de la definición de baboso. La RAE lo define como ‘un hombre enamoradizo y molestamente obsequioso con las mujeres’, obviamente, eso lo ha escrito un baboso. De esos ejemplos, hay miles. Los académicos hacen algunos esfuerzos, algunas palabras las vuelven a definir, a veces bien, a veces mal, como ‘cocinillas’, pero el machismo se les cae por todos los lados y no lo ven, que es lo peor.

Darío Villanueva, exdirector de la RAE, comentó el otro día en una entrevista en El Cultural que ‘El género masculino neutro o no marcado no es el culpable de la desigualdad entre el hombre y la mujer’. ¿Qué opina?

Lo que dice es mentira. El género masculino es, ciertamente, el no marcado, pero no es neutro. Además, nadie dice que el masculino genérico es el culpable de la desigualdad, lo que decimos desde el movimiento feminista es que es una herramienta que contribuye a la invisibilización de la mujer y, por tanto, contribuye a la desigualdad. Su opinión sinceramente no me merece ningún respeto porque una y otra vez nos falta el respeto a las mujeres diciendo este tipo de cosas.

¿Cómo definiría el lenguaje inclusivo?

Yo diferencio siempre el lenguaje no sexista y el lenguaje inclusivo, porque se suelen utilizar como sinónimos y no lo son. El lenguaje no sexista es el que tiene como objetivo nombrar la realidad de las mujeres, que ha estado oculta hasta ahora. El lenguaje inclusivo lo que hace es ser consciente de que la realidad no es solamente la que nos ha enseñado el sistema como normal, sino que hay colectivos que están en una situación específica de discriminación a lo largo del tiempo. Puede haber un lenguaje inclusivo que sea sexista y al revés, por eso yo haría esa distinción siempre o hablaría de lenguaje no discriminatorio. Ahora se pretende hacer inclusión añadiendo otra vocal, la ‘e’, y empezamos a ver intentos en que se dicen ‘todos y todes’, y te preguntas, ¿y el ‘todas’ dónde se ha quedado? Ese ‘todos y todes’ sería inclusivo, pero sexista porque a las mujeres las siguen escondiendo.

Hablemos entonces de lenguaje no discriminatorio.

Un lenguaje no discriminatorio sería aquel que tiene como objetivo mostrar la realidad en toda su variedad para que el que observa o escucha deje de ver la realidad como la que está instaurada como cierta, neutra y normal por el paradigma del poder. No es fácil porque implica revisar la manera en la que vemos el mundo, por eso el lenguaje al que se llama inclusivo genera tanto rechazo. No es cuestión de lingüística, le damos patadas al diccionario y a la gramática continuamente y nadie se molesta, es cuestión de poder, del poder de nombrar y de decidir no solamente cómo te defines tú sino como se definen otras personas y quienes tienen ese poder no renuncian a él y quienes queremos cambiar nos cuesta mucho porque tenemos que revisar de qué manera ejercemos el poder, y eso no es sencillo y, además, escuece porque todo el mundo quiere pensar que no discrimina, que no es racista ni machista, pero lo somos porque nuestras sociedades lo son y revisar el lenguaje implica revisar quiénes somos, por eso cuesta tanto trabajo.

¿Qué fórmulas podemos emplear para que nuestro lenguaje sea no discriminatorio sin dar patadas al diccionario?

Hay un proceso. Primero tienes que darte cuenta de que estás discriminando y tomar la decisión de no hacerlo y el siguiente paso ya sería la adquisición de herramientas, que varían en función del dominio del lenguaje que tiene cada uno. Una persona con el lenguaje más pobre tendrá más dificultades, por eso hay tantas personas que tiran exclusivamente de lo que la RAE llama el desdoblamiento, la flexión de género en femenino y en masculino, y dicen por ejemplo, ‘los españoles y las españolas’. Esa es la solución más rápida, pero hay otras muchas como emplear ‘quienes’, o ‘las personas’, en lugar de ‘todos’. En castellano y catalán, además, existe la posibilidad de no poner el sujeto al verbo.

¿Tendremos una sociedad más igualitaria si se acaba con el masculino genérico?

Sí, porque habrá supuesto que toda la sociedad revise la manera de la que habla porque ha tomado conciencia del problema. El quid de la cuestión está en que quienes promovemos el lenguaje inclusivo pensamos que el lenguaje y la sociedad se retroalimentan continuamente y no queremos dejar de lado la lingüística, una herramienta que no cuesta dinero, que no necesita de leyes y que depende solo de la voluntad personal. Yo creo que en esa retroalimentación de cómo el lenguaje influye en el pensamiento y cómo el pensamiento promueve un lenguaje diferente es donde tenemos ese instrumento tan potente como sociedad para cambiar el mundo mientras los poderes fácticos se deciden a hacerlo de una manera más firme o decidida.

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