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Día internacional de la mujer | Reconocimiento

Paz Merino: «La mejor vacuna contra la desigualdad es la formación»

La jefa de la UCI de Can Misses recibe el Premi 8 de Març de la Associació de Dones Progressistes por ser una «pionera» en las jefaturas de intensivos, su «pasión por el trabajo» y su «humanidad»

Paz Merino, en la sala de espera de la UCI del Hospital Can Misses.

En su casa, raro en la época, no hubo diferencias entre chicos y chicas. Todos fueron al mismo colegio, que sus padres se empeñaron en que fuera mixto, y a todos les inculcaron que podrían llegar a donde quisieran en la vida siempre que trabajaran duro y fueran perseverantes, recuerda Paz Merino, jefa de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del Hospital Can Misses, galardonada este año con el Premi 8 de Març de la Associació de Dones Progressistes. La agrupación le ha concedido el galardón por ser una de las primeras mujeres en ocupar una jefatura de UCI en España, así como por «su pasión por el trabajo», la «humanidad» con la que lo ha desempeñado durante más de 45 años, por su capacidad de liderazgo y por «el respeto y el cariño» que se ha ganado entre los pacientes, los familiares y, sobre todo, entre sus compañeros, explica la presidenta de la asociación, Marivi Mengual, que matiza que la entrega del premio tendrá que esperar a que se relajen las restricciones de prevención del coronavirus.

«Me sorprendió mucho, no me lo esperaba. Estoy convencida de que hay mujeres que se lo merecen mucho más que yo, pero me siento halagada y agradecida, sobre todo a quienes hayan hablado bien de mí y me hayan propuesto para el premio», afirma la intensivista, que dedica el premio «a todos los que durante todos estos años» han trabajado con ella. «Se lo merecen igual que yo», señala la médica, que destaca la «suerte» que tuvo de criarse en una familia que no hizo distingos entre hijos e hijas. «Nos educaron de forma muy liberal y los dos, aunque sobre todo mi madre, desde muy pequeños nos insistió en que debíamos ser independientes, autónomos y capaces de resolver nuestros problemas», indica la especialista, que lo tiene muy claro: «La mejor vacuna contra la desigualdad de la mujer es la formación». Merino está convencida de que ir a un colegio mixto en el Madrid de los 50 fue importante para abundar en la educación igualitaria que le habían dado en casa.

En la facultad de Medicina, recuerda, las mujeres eran menos que los hombres. Algo que se repitió en Alicante, donde hizo el MIR en intensivos. Cuando llegó, había otra residente, pero al poco se marchó y se quedó como la única mujer en un equipo de hombres. «En ningún momento tuve la sensación de que se me discriminaba o se me privilegiaba por ello», indica. Antes de llegar a Alicante, mientras salían las plazas para la residencia, Merino se marchó a ejercer de médico rural en Cuenca. En una zona que ya entonces sería parte de la España vaciada.

Merino, cuando estaba de médico rural antes del MIR. |

«Fue duro», afirma, recordando aquellos meses atendiendo a los escasos vecinos de los pueblos —«eran aldeas muy pobres y en algunas no había más de diez personas»—, la mayoría de ellos de edad avanzada. Reconoce que al llegar no sabían cómo les recibirían, sobre todo porque ella y la otra médica que la acompañaban iban a vivir con sus compañeros hombres. «En plan comuna», indica, riendo. Pero los trataron «muy bien». Incluso cuando los chicos abandonaron la zona porque tenían que hacer la mili y se quedaron ellas solas: «La gente era muy agradecida, nos llevaban comida y nos trataban como a reinas». Eso sí, se le hacía rarísimo que la llamaran «doña Paz». Aquellos meses tan duros pasó mucho tiempo en el coche, de un pueblo a otro.

Tampoco fue fácil su llegada a Ibiza, para hacerse cargo de la UCI de Can Misses. Se encontró una unidad «deficitaria» en la que los boxes estaban separados con mamparas, los monitores no eran iguales y se trasladaban muchos pacientes a Mallorca. Eso sí, le sorprendió que aquella UCI por la que ya vio que tendría que pelear muchísimo estuviera atendida por un personal «muy bien entrenado». «Hubo que luchar mucho, pero en el año 2000 conseguimos una nueva UCI, con más tecnología y más intensivistas», señala. «El siguiente paso fue el traslado al nuevo hospital», comenta la jefa del servicio, visiblemente orgullosa de su unidad y, especialmente, de su gente.

Lo de la «pasión por su trabajo» que menciona el Premi 8 de Març lo demuestra que debería haberse jubilado hace cuatro años (en junio cumple los 69 y lleva 47 años trabajando). A los 65 quiso quedarse un poco más. Y así un año tras otro hasta el 2020, cuando la pandemia trastocó sus planes de dar por acabada su carrera y mudarse a Madrid, donde viven sus hijos y sus nietos. «Ya me tengo que marchar», afirma, idea en la que no poder verles apenas este último año la ha reafirmado. Se planteó irse, «pero no era el momento de abandonar la nave». Estos últimos meses han sido los más duros que ha vivido como médica. «La pandemia ha sido todo un remate», indica. Sobre todo esta tercera ola: «La primera no fue tan grave y pilló al personal médico y de enfermería más o menos fresco. Pero ahora están agotados, es un cansancio físico y psíquico que no se ha notado en la atención, pero está ahí».

Cuando se marche, echará de menos Ibiza, Can Misses y a sus compañeros de la UCI —«dejo aquí media vida»—, y también su trabajo. Pero está convencida de que la distancia, no poder pasar a tomarse un café en la unidad, hará despedirse de su profesión algo más fácil. Su intención, cuando se jubile, es seguir estudiando, ver muchos museos, viajar cuando se pueda y, sobre todo, estar cerca de los suyos. «Fui madre tarde, a los 35 años, que entonces era muy tarde, pero luego tuve dos más», recuerda. Ni se le pasó por la cabeza dejar de trabajar. Ahí estaban las enseñanzas de su madre: «Nos decía que nunca debíamos dejar el trabajo, que el trabajo y la autonomía eran los pilares de la vida, que da muchos giros. Nos repetía constantemente que no se nos ocurriera dejar el trabajo».

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